Año 15, número 193.

Ante tanta belleza y hechizo lo entendí, el profesor Zacarías era la clase de maestro que resultaba imperdible de principio a fin, porque cada una de sus palabras otorgaban una viga para construir la belleza del conocimiento.

Fotografía: Yair Ac

Evangelina Bolitocha

Yo señores, soy de Zapotlán el Grande…

un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que un buen temperamento,

 un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño

Juan José Arreola

Prólogo

No es esta la historia académica de uno de los más grandes personajes de la cultura en Zapotlán el Grande, la descripción de hazañas que lo coronaron como profesor emérito de la Universidad de Guadalajara, sus logros en el ámbito de la odontología y la construcción cronológica de su formación; prosa y verso. Sí, en verso y en prosa, porque el profesor Vicente Preciado Zacarias se define en idioma literario, no existe otro para él. Como no existe otro, este texto no pretende comunicar al lector información que fácilmente encontrará en Google cuando escriban su nombre en el buscador, o en uno de los tantos homenajes que se harán por estas fechas y cada año de aquí en adelante. Simplemente, escribiré las imágenes que evocó dentro del aula universitaria como profesor de la carrera de Letras Hispánicas del CUSur, su amor inquebrantable, indomable, inagotable por Juan José Arreola, y lo más entrañable para mí: el idioma literario. Sólo eso, porque los caminos de maestro-alumna tarde o temprano, y recordando a Borges, se bifurcan, pero los recuerdos que nacen del conocimiento puro y sólido, de la belleza de éste, son eternos y cíclicos.

Capítulo 1

La verdad absoluta

A finales de noviembre de 2021 llegó a mí la noticia de que el profesor Zacarías había dejado la vida, así como se deja un vaso que guarda en el fondo gotas de agua, un cepillo de dientes en el lavabo, como se cierra un libro cuando se termina de leer la última página, así imaginé que había sido su muerte, tranquila, porque era un hombre con la vejez a cuestas. Tal vez por esta razón no sentí una tristeza abrumadora, más bien melancólica, pesar por las muchas generaciones que se perderán de sus conocimientos, que no tendrán la oportunidad de escucharlo, de sentir y entender su lenguaje. Frente aquella noticia pensé en mis años universitarios, en los viernes con el Profesor Zacarías, donde me vestía distinto, porque iba a tener su clase y eso ameritaba sofisticación; un vestido negro, una blusa de seda, y por supuesto un peinado diferente. Escuchar al profesor Zacarías comenzó con toda la gloria que requiere una clase presencial de primer nivel: magistral, así como el inicio de “La dama y el perrito” de Chéjov o para ser más contundente, con el ritmo perfecto de El Quijote: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” como lo diría él mismo, como el “trote de un caballo”. Con esa dosis de fascinación hipnótica nos introdujo a la infinidad de rasgos y referencias literarias. En el idioma del profesor Zacarías sólo existía una verdad absoluta de la cual derivaba todo: la literatura. Y en esa verdad absoluta y desde aquel entonces fui cautivada por su idioma, sin siquiera meter las manos.

Dicen que el amor no se enseña, pero quien lo haya afirmado tiene algunos grados de error. Si a alguien le faltaba amor a las letras en aquella aula, Zacarías como un buen barman, nos enseñó la magia de la seducción, la sofisticación del lenguaje, nos enseñó cómo se prepara una buena bebida, tomar la combinación perfecta para dejar de ser abstemios, cómo se entiende desde las costillas las frases, los versos, los inicios. Sentir y provocar la literatura, hasta no poder olvidarla. Y es que es seguro, la literatura como el amor es un vicio, y siempre es necesario un par de dealer´s, en este caso, un buen profesor de literatura y un buen librero, (como aquel que presumió tantas veces que le mandaba libros desde Argentina), para alimentarlo.

Ante tanta belleza y hechizo lo entendí, el profesor Zacarías era la clase de maestro que resultaba imperdible de principio a fin, porque cada una de sus palabras otorgaban una viga para construir la belleza del conocimiento. Era el prodigioso miligramo. Y en aquella entrega absoluta, me di cuenta que no podía entender su devoción religiosa por primeras ediciones, su obsesión por encontrar una buena traducción, esa obstinación por identificar en cada línea de la obra la tan evocada “intertextualidad”; los dobles sentidos, la mitología envuelta en lenguaje cotidiano, la necesidad de tener un diccionario a lado de la cama, Arreola como rey del universo, y sin embargo, pasado el tiempo, cuando las olas pierden fuerza y sólo queda la espuma, lo entendí, me sumé a la ideología de aquel personaje de Cien Años de soledad que dijo, “el mundo habrá acabado de joderse… cuando los hombres viajen en primera clase y los libros en el vagón de carga”. Entendí la esencia de los dogmas literarios del profesor Zacarías: la literatura es sagrada, es grandeza humana, verdad absoluta.

Capítulo 2

El encanto de los griegos

Los griegos a través de Vicente Preciado resultaron la base de todo. Los griegos y su mitología fueron el origen y la cátedra de cómo se lee y cómo se escribe. Pero ¿Cómo lo logró? De la única forma que los grandes combaten la ignorancia, con paciencia y pasión, empezando con dibujitos; así lo hizo, con el instinto de los grandes maestros. Aprendí de los griegos, primero a través de su propia admiración; provocándonos imaginar a Patroclo, Aquiles, Agamenón, Menelao y Helena, de esta última describía la magnitud de su hermosura, capaz de provocar la guerra. En mapas que él mismo trazaba mientras indicaba dónde estaba la tan codiciada Ítaca, el recorrido de Ulises. Grecia a través del cine, películas o fragmentos de cintas en blanco y negro donde conocimos a la María Félix griega, Irene Papas, “actriz hermosa, de enormes ojos negros”, decía. Vimos actuar a María Callas, protagonizando a Medea. “Esa es la tragedia griega”, no se cansaba de repetir, “las pasiones y celos de una mujer despechada la llevan al matricidio, de ahí el término eres una Medea”. La magia sucedía, “los temas constantes de las tragedias humanas, todo lo tienen los griegos, ahí se encuentra la biblia”, decía. Su metodología funcionó, hoy en día si cierro los ojos puedo ver la Ítaca que él dibujó en aquel mapa, puedo sentir la ansiedad de Ulises por llegar tras diez años de impedimento, estoy segura que como afirmó Zacarías, todos tenemos una Ítaca. Puedo ver a Penélope tejiendo y destejiendo para ganar tiempo y seguir fiel a Ulises.

Su veneración por los griegos iba a las profundidades y a los detalles ínfimos como los nombres de los personajes de la Ilíada y la Odisea, o los de las tragedias; se notaba en el tono cuando los nombraba, había un cambio en su voz como si acariciara las sílabas y estas figuras de carne y hueso, porque estoy segura que cuando nombraba a Clitemnestra, Electra, Orestes,  los veía, los sentía muy cerca, los olía, y entonces creía al igual que él que eran parte de mi familia, que siempre estarían conmigo. Hoy reconozco que nunca se han ido, en mi memoria son viejos conocidos a los que visito de cuando en cuando.

Era en los pequeños detalles donde demostraba que la buena literatura es la que deja huecos estratégicos, la que no termina de formarse; mejor ejemplo para construcción visual de un personaje no existía que la de los epítetos; Elena, la de los blancos brazos; Aquiles, el de los pies ligeros ¿Qué más podía pedir el lector? ¿Con qué otra maestría pudo Homero crear personajes eternos y universales? Pocas palabras para un lenguaje exacto. El profesor Zacarías nos enseñó que la repetición constante es la mejor arma para la evolución del aprendizaje y la descripción de sus propias aventuras. Como el viajero que era, un día nos narró cómo la genialidad de los filósofos griegos, Homero, Esquilo, Sófocles e Eurípides y tantos otros, provenía del cielo raso del mediterráneo, de su color y claridad. En aquel cielo habían encontrado la inspiración que la geografía en donde nacemos determina nuestra personalidad y lo que producimos. De esta idea describía cómo Zapotlán al estar rodeado de cerros provocaba una mentalidad hermética, religiosa, una mentalidad que estaba limitada por el contexto y la obstrucción de la visión, de no ver más allá del horizonte gracias a las montañas; por tal razón la gente de costa era diferente a la gente del desierto o de las montañas.

Nos habló de la isla de Lesbos; donde se reunían las mujeres que no se les permitía el conocimiento y en la cual vivía la poeta Safo, sugerida y catalogada por Juan José Arreola como una de las más grandes poetas de la historia, del nombre de la isla de Lesbos, provenía el término lesbiana. Nos contó de los cíclopes y los profetas griegos que siempre estaban ciegos; éstos eran los iluminados, tocados por los dioses. Zacarías dictó un nuevo nivel de comprensión del mundo real y ficticio; me preparó para no ser simplemente una lectora, sino para ser una mujer que es capaz de ver a través de las palabras la oscuridad y la luz; las posibilidades inagotables del lenguaje, de la vida, entendí un poco más de ésta y sus miedos, sus ciclos repetitivos, en resumen, la sofisticación del arte.

Capítulo 3

Las palabras de arriba abajo y hasta la raíz

Tener un diccionario a la mano fue un aprendizaje que prevaleció en mí del maestro Zacarías; localizar, descubrir y definir las palabras desconocidas, fundamento básico de su didáctica. Gracias a este método descubrí que la palabra intrínseco significa íntimo, entre tantas otras que llevo en el alma. Su afirmación: “si escribes mal, es que no lees”, resultó una verdad absoluta, con el tiempo me di cuenta que tenía razón, en la mala escritura se refleja la mala lectura o la pobreza de ésta, que aprendiendo a leer te enseñas a escribir.

Por el profesor Vicente Zacarías entendí que al igual que una persona todas las palabras tienen una historia, unas más fascinantes que otras; que existen palabras que se construyen a partir de muchas, como es el caso de  Oto-rrino-laringo-log-ía;  cuyo significado es griego y su división silábica es oto-oído, rino-naríz, laringo-laringe (garganta), logo-palabra e ía-cualidad; lo explicó muchas veces, de ahí en adelante vi en las palabras las posibilidades de una historia y una evolución. Hecatombe: palabra que nunca pierdo, al ver un desastre de cualquier índole la pronunció en silencio y lo recuerdo a él.

El profesor Zacarías nos habló de la Nemotecnia, que significa técnica de memoria, la cual consiste, explicó, en la asociación de cosas que nos interesan con otras que fácilmente olvidamos; ejemplo; el título El tambor de hojalata; relacionarlo con algo personal, alguna imagen (con la fotografía de mi hermano menor tocando un tambor) y hojalata con el hombre de hojalata de El mago de Oz. Ahí estaba la técnica que me ayudó a pasar exámenes y no olvidar cosas necesarias, me ayudó a retener información, gracias a Zacarías y a la magia de las palabras.

Capítulo 4

Sólo hay uno, y ese es Arreola

Entre sus verdades absolutas, sin duda, se encuentra Juan José Arreola, el maestro del maestro. No se cansaba de evocar las tardes que pasó a su lado, todo lo que dijo, enseñanzas

que él tomó como un dogma religioso. Las fascinaciones de Arreola se reflejaban en sus fascinaciones y obsesiones. Fascinaciones que a primera vista resultaban sorprendentes y exageradas, y al final contagiosas. Las clases del profesor Zacarías estaban atestadas de citas y referencias arreolinas, ya sea aludiendo directamente a sus obras: La Feria, Bestiario, Varia invención, Confabulario, “Beibi H.P”, “El guardagujas”, “La parábola del trueque”, “El faro”, “La Migala”, etc., o en la descripción de la ideología, experiencias, frases, predilecciones literarias, cinematográficas… Juan José Arreola era la base del idioma literario de Zacarías.  Fue por la predilección de Arreola por Marcel Proust que el maestro Zacarías nos hizo jurarle solemnemente que no terminaríamos la licenciatura sin antes haber leído, aunque sea uno de los tomos de En busca del tiempo perdido. Me pregunto cuántos de nosotros cumplimos la promesa.

Para titularme hice un artículo sobre el inicio de “El guardagujas”, fue en este trabajo donde entendí la magnitud de la grandeza de Juan José Arreola, en aquel momento me di cuenta que toda la admiración del maestro Zacarías hacia el escritor era totalmente justificada. El escritor jalisciense, en palabras de Zacarías, estaba al nivel de Kafka, afirmación que me quedó clara cuando lo leí con otros ojos, cuando pude comprender los juegos y la perfección del lenguaje arreolino.

Capítulo 5

La vieja escuela

Como todos los personajes geniales, a veces su grandeza fue arrastrada por ideas radicales; como cuando decía que la homosexualidad era una enfermedad, como cuando nos sugería que robar libros era una obligación, un pecado heroico. Las sentencias de Zacarías eran contundentes; preferible no comprar zapatos a comprar un libro, los libros son la inversión ideal. La vieja escuela lo había formado y como tal, tenía un caparazón de roca, el no aceptar a medías tintas nada; cuando más de la mitad del grupo sacamos muy pocas respuestas correctas en uno de sus exámenes, recuerdo que nos dirigió una charla en la que por más de veinte minutos nadie se atrevió a parpadear; en la cual dijo de manera clara y tranquila que no teníamos justificación para desperdiciar el conocimiento; que nuestra ropa y zapatos nos delataba, que el aula y en general las instalaciones universitarias eran dignas, que muchas personas afuera se estarían peleando por una oportunidad como esa, que éramos privilegiados… aquella verdad nos caló hondo, en el siguiente examen nadie sacó una mala calificación, todos obtuvimos 90 y 100.

 Era tan de la vieja escuela que rechazaba la mayoría de la literatura contemporánea. Su radicalidad iba de la mano con la astucia, sugirió muchas veces sin decirlo abiertamente que Arreola era mejor que Rulfo, su razonamiento parecía convincente, aunque yo siempre he sentido más inclinación por Rulfo que por Arreola.  Pero como todo buen maestro y como la buena alumna que me considero que soy, a pesar de la admiración y el respeto, había ideas y cosas en las que no estaba de acuerdo con él, sin embargo, de esas diferencias también aprendí.

Aunque su método de enseñanza era intachable y efectivo, también es cierto que su clase era más bien un monólogo, en que, como ya mencioné, nos mantenía hechizados. No utilizaba la mayéutica de Sócrates, palabra y didáctica de la cual dijo era uno de los métodos más interesantes de la enseñanza, pero muy pocas veces aplicó, y es ahí cuando yo entendía que Zacarías no era la clase de profesor que deseaba aprender de sus alumnos, sino otorgar el privilegio de mostrar el conocimiento, dar los cimientos para nunca olvidar el sentido, la complejidad y la importancia de la literatura.

Capítulo 6

La literatura también cura la soledad

Por si algún vacío quedaba entre los poderes de la literatura, un día describió cómo la soledad había invadido su casa “en el silencio de la madrugada…” dijo, “cuando la idea de la muerte me arrastra a la soledad más tenebrosa… observo mis libros, todos; empalmados uno a uno, y me doy cuenta, no estoy solo, ahí están todos los personajes, cada uno de ellos, la literatura también es buena para la soledad”.

Dice Amos Oz en La historia comienza, que a veces se miente para engañar al lector, para hacerlo caer en una trampa, se juega un poco con él. Es posible que el profesor Zacarías nos haya mentido para cautivarnos; el idioma literario nace de la mentira, de la ambigüedad, es posible que yo haya ficcionado esta historia, que lo que aprendí esté trasmutado por los años y la imaginación, pero también es cierto que los personajes como él, así como las obras que tanto evocó, no dejan de analizarse, no dejan de descubrirse, de otorgar diversas versiones. Este texto sólo representa una mínima parte de la grandeza del personaje, no podía ser de otra forma al tratarse de un hombre con estructura literaria.

Es seguro que vendrán nuevos maestros y maestras que cautiven y hechicen de una manera soberbia, tienen que existir hombres y mujeres que hablen y promuevan el idioma literario, que salven a la humanidad, eso es seguro, aunque ahora me pregunto: ¿Quién llenará el hueco? ¿Quién podrá tomar las clases que él dejó? ¿Qué profesor dominará el idioma literario de Zacarías para llenar el vacío y de esta forma no dejar desamparados a los alumnos de Letras hispánicas del CUSur?… La moneda está en aire.

Vicente Preciado Zacarías fue un chaka, quizá no le gustaría el término, pero lo fue, el chaka de chakas, el rockstar de las letras en Zapotlán el Grande, muchos pendimos y giramos en torno a su sabiduría, nos alimentamos de ella, nos sentimos orgullos de decir, “a mí me dio clases Zacarías”, privilegiados de haber cruzado en su camino, haber escuchado su voz, haber visto su pequeña figura plantada en medio del aula, haber visto su cabeza envuelta en una boina inconfundible, sus zapatos bien lustrados y aquellos lentes oscuros que no se quitaba casi nunca. Me considero afortunada, sinceramente afortunada de haber logrado entender su idioma literario, de poseer la fe de que la literatura puede quitar males, incluso la soledad, la distancia y la muerte, porque la literatura siempre se repite. Tengo la certeza que el idioma del profesor Vicente Preciado Zacarías se repetirá, se propagará, aunque que él se haya convertido en un personaje mitológico.

ombligoconmostacho@gmail.com