Año 14, Número 181.

La biblioteca de Velasco Cisneros/Jiménez se convirtió no sólo en un reservorio de la cultura clásica, sino que ahí también confluía lo más granado de las nuevas estéticas que a finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX hacían su aparición en Europa. De esas fuentes abrevó un jovencísimo Juan José Arreola

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Ricardo Sigala

Uno de los patrimonios culturales importantes en la historia de Ciudad Guzmán es una biblioteca. No suena para nada descabellado en una ciudad y una región que se ha caracterizado por sus personajes destacados en los diversos ámbitos del conocimiento, en especial, de la cultura. Cuando llegué a Zapotlán, primero en viajes semanales y más tarde ya establecido definitivamente, escuchaba hablar sobre una mítica biblioteca que había sido fuente de lecturas para varias generaciones de zapotlenses. El tema, ante mis ojos de recién llegado, parecía complejo y llegué a pensar que se podría tratar sólo de una leyenda urbana. A veces era una biblioteca pública ubicada en los portales de la presidencia, otras una biblioteca particular cuya pertenencia en ocasiones se otorgaba a Guillermo Jiménez y otras a Alfredo Velasco Cisneros. En las frecuentes conversaciones con Vicente Preciado el tema surgía y me contaba de una biblioteca privada a la que llegaban revistas en varios idiomas, entre las que destacaba la prestigiosa Revista de Occidente de Ortega y Gasset. Víctor Manuel Pazarín, Orso Arreola, Milton Peralta y Héctor Rodríguez me hablaban de los libros que enviaba Guillermo Jiménez desde la Ciudad de México y sus estancias en Europa. No me reconozco ni remotamente como historiador y sé de mis enormes carencias en el área, pero he intentado desde la tribuna de lector, del curioso de la vida literaria, darle un poco de orden al tema, tomando información de aquí y de allá.

Remontémonos a las primeras décadas del siglo XX, Alfredo Velasco Cisneros era hijo único y heredero de una considerable fortuna, al tiempo que su amigo Guillermo Jiménez se había empleado en el gobierno federal tras una visita del presidente Venustiano Carranza a Zapotlán y ya se desempeñaba como canciller en España (1919-1924), ambos tenían un marcado interés por la cultura y comenzaron a conformar una biblioteca, primero con sus inclinaciones personales desde una pequeña ciudad del Sur de Jalisco y más tarde desde la visión cosmopolita que Jiménez fue adquiriendo. Jiménez tuvo una estrecha convivencia con el grupo de escritores conocidos como Los Contemporáneos y posteriormente, por sus funciones en las embajadas de México en España y Francia. Jiménez se codeó con la élite intelectual de su tiempo, no sólo del país, sino de Europa, cosa que evidencia su propia obra y que ha documentado también Héctor Alfonso Rodríguez Aguilar.

La biblioteca de Velasco Cisneros/Jiménez se convirtió no sólo en un reservorio de la cultura clásica, sino que ahí también confluía lo más granado de las nuevas estéticas que a finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX hacían su aparición en Europa. De esas fuentes abrevó un jovencísimo Juan José Arreola. “A los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más y menos ilustres.” Esa declaración que se encuentra en el texto inicial de Confabulario se torna verosímil gracias a la existencia de esta biblioteca, sólo de esa forma se explica que en 1930, en una pequeña ciudad de provincia con apenas 20 mil habitantes, sacudida por los estragos de la Revolución Mexicana y de la Guerra Cristera, en un país con un alto grado de analfabetismo y casi nulas políticas culturales, el adolescente Juan José Arreola tuviera acceso en Zapotlán a Charles Baudelaire, Walt Whitman, Giovanni Papini o Marcel Schwob. No es descabellado pensar que de esos estantes abrevaron también personajes como María Cristina Pérez Vizcaíno, Roberto Espinoza Guzmán, Félix Torres Milanés, Virginia Arreola, Vicente Preciado Zacarías y otras personas destacadas de la cultura zopotlense del siglo XX.

La historia de esta biblioteca particular se va a cruzar en algún momento con otra, de carácter público, municipal para ser más precisos. Fundada en 1934 por el profesor Jesús Solano, tuvo como directores a Vicente Preciado Cafuentes en 1936, al propio Alfredo Velasco en 1967, Ismael Álvarez en 1973, y a Vicente Preciado Zacarías de 1974 a 1994. Sabemos también que la biblioteca tuvo varias sedes: en el portal Corona, en la esquina de Humboldt y Colón, en el portal de la presidencia y hace poco en el Centro Cultural José Clemente Orozco, bajo la responsabilidad del Arquitecto Castolo, cronista de la ciudad.

En algún momento de esta historia, la biblioteca pasó a llamarse Mauro Velasco, nombre del padre de don Alfredo y recibió parte del acervo particular de este, que como sabemos contenía bastante material enviado por Jiménez, también tenemos información de que la biblioteca se acrecentó con el material de la biblioteca particular de José Manuel Ponce, otro hombre influyente en la cultura de Zapotlán en el siglo XX. Esta conjunción de acervos públicos y privados seguro es el origen de las confusiones de las que hablé al principio de esta nota.

Con mucha frecuencia se habla de las personalidades de la cultura de Ciudad Guzmán, nuestros personajes nos representan y nos dan identidad, sin embargo, poco o nada se habla de las bibliotecas de la ciudad, sin las cuales la historia de nuestra cultura sería diferente. Pienso en este momento en la gran cantidad de bibliotecas particulares que tiene la ciudad y en la riqueza que estas guardan y en el trabajo silencioso que realizan en el fortalecimiento de nuestra ya reconocida tradición.

ricardo.sigala@cusur.udg.mx