Año 15, Número 204.

Mención honorífica del IX Concurso Literario del CUSur, modalidad cuento.

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Tal vez estar muriendo sea un rumor  
que no puede oírse,  
pero el morir es un silencio que tiene que ser escuchado” 

Josefina Vicens, Los años falsos

Alexia Bermúdez Negrete

A Abigail nadie le creyó. Un lunes ardiente a principios de marzo, sus compañeritos  le hicieron saber a la maestra Esther que la niña estaba loca, que inventaba cosas.  ¿Qué dice qué? Preguntó la brillante docente entre carcajadas, sorprendida por lo  absurda que puede llegar a ser la imaginación de los pequeños. Que vuelan cosas,  maestra, dijo con una risita Karen, la mejor amiga de Abigail. ¿Qué clase de cosas? 

Replicó con curiosidad la adulta. Al unísono, los dos niños y las tres niñas que le  habían ido a contar el chisme comenzaron a responder: sus sillas, el ventilador, a  veces los sillones; los cuadros, incluso, Luz aseguró que Abi le confió que hasta el  televisor se movía. Sonó el toque de entrada y antes de que Esther pudiera burlarse  más, los cinco niños corrieron a sentarse y los otros que estaban en el patio entraron  e hicieron rechinar contra el suelo las sillas con sus nombres. La vista de la mujer  se fijó en la mesita para dos que solo era ocupada por una: Abigail. Que si se  encontraba sola tal vez no era por loca, pero sí por mentirosa, pensó la maestra  antes de seguir con su lección.  

Se los juro, se mueven. Abigail llevaba cinco minutos tratando de convencer a sus amigos, nadie le creía. Incluso dejó de comer su sándwich y se concentró en  explicarles cómo es que era posible. Va de nuevo, les dijo. Por la noches yo escuchaba ruidos que me daban miedo. Desde la sala y el cuarto de mis papás  sonaba a que muchas cosas se movían y chocaban contra el suelo y las paredes.  Nunca quise ir a ver qué pasaba, pero como se oían casi todas las noches y tenía  mucha curiosidad decidí preguntarle a mi mamá. Para esa parte de la historia, los  amigos, incrédulos, sólo la oían para ver qué burla sacaban. Mi mamá, muy seriamente y casi casi en secreto, me dijo que había algo especial en los muebles que papá y ella habían comprado: se movían. Lo hacían para mejorar cómo se veía la casa y para que nunca me diera cuenta de que era lo mismo de siempre, en el estilo. Que si yo prestaba atención, la casa se veía diferente todos los días y algunos  muebles hasta golpes tenían por chocar entre ellos, por acomodarse para que todo se viera mejor.  

Faltaban unos diez minutos para que el recreo acabara y los chamacos se debatían entre irse a jugar fut o seguir oyendo a la loca. Ahí se quedaron. Yo empecé a ver los cambios y también los golpes por la renovación, incluso la tele tiene una mancha oscura en donde se veía el numerito de los canales, ahora ya no sé nunca en qué canal estoy… Ya después de escuchar cada noche los sonidos y de ver los cambios por la mañana, le creí por completo a mi mamá. Además, ella no me mentiría y sé que mis papás compraron los muebles voladores por mi bien. Si ustedes no me quieren creer, no me importa, no voy a pedirle a nadie que me crea. Ahí terminó la historia, el chisme fue después. 

Karen, que era amiga de Abigail porque su mamá era amiga de la suya y  nomás por eso, supo a la semana siguiente más información sobre la mentira de su compañera. Oye, Abi, ¿tú has visto a los muebles moverse solos? Preguntó la niña.  No, Karen, mi mamá me dijo que debía quedarme en mi cuarto, porque ahí es un  lugar seguro mientras los muebles hacen su desmadre. ¿Desmadre? Repitió la otra.  Sí, desmadre, así me dijo mi mamá y como yo le creo y le hago caso, nunca me he  arriesgado a ver cómo las sillas, el ventilador, los cuadros y los sillones en su cambio de lugar se hacen daño, contestó. ¿Cómo sabes que son esas cosas las que se mueven? Dijo Karen, mirándola fijamente, esperando a que solita se delatara. Lo sé por su sonido, el que hacen al moverse. ¿Y cómo sabes que pueden hacerte daño? Eso me lo advirtió mi papá, respondió Abi. La otra niña, impresionada al escuchar cómo Abigail era una experta en inventar y mentir, no dijo nada y esperó a que terminara con la explicación.  

Cuando las sillas se mueven rechinan y, a veces, truenan como la rama de un árbol, cuando se caen suenan como aplausos y al estrellarse con la pared como que la madera tiembla y ese temblor suena. El sillón se oye como hueco y me imagino que no se mueve demasiado porque es pesado y no se puede levantar mucho. El ventilador se escucha como un cuchillo cuando cae al suelo y ni te cuento de los cuadros, que cuando el cristal toca el suelo grita como de dolor. Todo para  que yo tenga una casa linda, ¿no te parece increíble? Karen, aterrada por la gravedad de la mentira, se paró y la dejó sola. Desde ese día se cambió de asiento y se sentó con Luz, además le imploró a su mamá que por Diosito ya no la hiciera  juntarse con la mentirosa; cumplido por su bien, ya no volvió a reunirse con Abigail, ni siquiera para jugar.  

Después de contar la extraña historia sobre sus muebles voladores, nadie le volvió a prestar atención a la niña. Está loca, maestra, yo no quiero hacer equipo con ella, decían, la verdad es que me da miedo, le dijo Karen a Luz en un susurro, al ver a Abi sentada, sola, en una esquina del salón, castigada por la maestra Esther. ¿La razón? Por decir mentiras. A Abigail, que no se cansaba de defender que ella no era una mentirosa y decía la verdad, no le entraba en la cabeza que nadie confiara en ella, que nadie le creyera. No se enojó más, pues confiaba en la palabra de su mamá y hasta el fin confiaría en ella. 

Ya que nadie le hablaba, un lunes lluvioso de marzo Abigail no fue a la  escuela. Se excusó con que le dolía la panza, pero lo que la lastimaba era que la llamaran mentirosa, porque en su casa sí pasaban esas cosas y no tenía razón para mentir. Su mamá le dijo que no debió haberle confiado a esa gente lo que sucedía, pero que todo acabaría pronto y que cuando menos lo esperara ya nada le dolería, pues ella tenía la solución. La dejó en su cuarto y la niña, sin sueño, se quedó atenta a los sonidos de su casa. De pronto, comenzó a escuchar al hueco sillón rojo de la sala, luego a las sillas rechinantes. No puede ser, pensó, mis muebles se mueven  porque saben que estoy aquí y que no me vendría mal un cambio. Esta vez los múltiples cuadros no emitieron sus gritos, sólo se escuchaban el sillón y las sillas, vacilantes.  

La puerta de su cuarto se abrió, su padre entró y se paró frente a ella a un costado de su cama. Abigail, desde donde estaba, alcanzaba a ver a su madre de pie recargada en el marco de la puerta. Ambos adultos le dijeron que escucharía algunos ruidos de otro mueble, que se añadiría a aquellos de la sala que se movían por las noches y, que no tuviera miedo, que el cambio se haría pronto. La emoción no alcanzó a inundar a la niña para cuando los sonidos estrepitosos de su cama, los chillidos de los resortes de su colchón y el roce seco de sus sábanas la dejaron sin vida.  

Para el miércoles, último día de aquel mes de marzo, la silla de patas rechinantes con el nombre de Abigail en el respaldo se declaró inusable, quedó quieta, muda; la cama de su habitación, por el contrario, inundó el lugar de un ruidoso eco sofocado.

«Mentiras» , obtuvo la mención honorífica del IX Concurso Literario del CUSur, modalidad cuento.

Alexia Bermúdez Negrete es oriunda de Zapotlán el Grande desde el 17 de agosto del 2000, pero proveniente de Degollado, Jalisco. Es estudiante del sexto semestre de la licenciatura en Letras Hispánicas del Centro Universitario del Sur.

Fue vicepresidenta de la carrera de letras durante el periodo 2020-2021 por parte de la planilla Estudiantes CUSur y publicó en la edición número 200 de La Gaceta del CUSur una reseña sobre 63 señoritas condenadas a la desolación, libro de la escritora Érika Zepeda.