Año 16, Número 214.

imagen: pxfuel

Alejandra Alonso

Necesitaba escribir sobre este desmesurado pergamino para hablar de la gran escritora Paulina Velázquez. Está a su medida y se enrolla por el suelo como un cordón umbilical. También escribí aquí porque siempre me ha llamado la atención la forma en que el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas desenrolla su pergamino para anunciar los sucesos importantes del reino. Pienso que hablar de Paulina Velázquez es importante. 

Esta vez la gente no mira al cielo para ver al arcoíris, esta vez lo ven pasar por la calle montado en una bicicleta. Paulina se llama la mezcla de los siete colores. Luce unos lentes rojos y un vestido verde. Su sonrisa es más larga que este pergamino. Detrás de ella corre Zízar, su perro de ojos de tamarindo. Los zapatos naranja de Paulina giran eufóricos. La bicicleta desea regresar al pasado. Brotan chispas. Las llantas se frenan en el año 1988. Estamos en Apatzingán, Michoacán. Paulina es ahora una recién nacida. Los almendros danzan con su llegada. La tierra caliente enciende la piel de la niña. Pronto le crece el cabello rubio que se enrolla igual que este pergamino. Su curiosidad se expande veloz y cuando entra a la primaria la sorprenden las historias de los libros de la SEP. Quiere asistir a la boda de los personajes el piojo y la pulga. Robaría algunos limones de la cocina de su casa para llevarlos al banquete de los novios. Tiro lo tiro, tiro liro liro. Canta Paulina. Le da la vuelta a la página del libro y se encuentra con la imagen de Medusa. La cautiva aquella cabellera de serpientes. Desea ayudar a la condenada mujer, pero teme que la convierta en piedra.

En el hogar de Paulina no hay muchos libros. Entre esos pocos se encuentra con el libro amarillo de historias bíblicas de su madre. Lo abre y la maravillan las historias de David y Goliat, Caín y Abel, el rey Salomón y Jezabel. La que más le impresiona es la historia de los Nefilim, unos gigantes que nacieron de las relaciones entre ángeles y mujeres.

La curiosidad de Paulina crece más que este pergamino. Tiene más hambre de historias, su madre, su padre y su abuelo la sacian con leyendas sobrenaturales.
“Mi madre —explica Paulina—, siempre tuvo y tiene una mística para la vida; en primera porque hizo que aprendiéramos historias bíblicas, en segunda porque le gusta contar relatos irreales, extraños, que tratan de no perder el vínculo con el pasado, con el origen y la esencia de la vida o lo divino, historias que tal vez nunca sucedieron, pero que mis hermanos y yo aún creemos”.

Paulina amasa el maíz de las historias del libro Popol Vuh, las enrolla hasta convertirlas en tortillas, se las come y alimenta su alma literaria. Luego, va y mira el televisor. En la pantalla aparecen películas inspiradas en las historias del escritor Roald Dahl: Matilda, Las brujas y Charly y la fábrica de chocolates activan el rehilete de su imaginación. En su cabeza se germina un ensayo de literatura infantil que escribirá muchos años después, en el que también mencionará el libro 20 poemas para construir una casa del poeta Alejandro Von Düben.

El tiempo y Paulina se estiran más que este pergamino. Ahora es una adolescente de doce años, en su camino se encuentra con un libro de cuentos que le cuesta veinte pesos. El autor es Maupassant. Lo lee absorta y los cuentos se le encarnan tanto que en su estómago le crece una semilla letrosa. A los 15 años decide que quiere se escritora. Su lista de cuentistas favoritos se vuelve más larga que este pergamino, entre ellos se encuentran Juan Rulfo, Maupassant, Edgar Allan Poe, Herta Müller, Chéjov, Raymond Carver, Alice Munro, Clarice Lispector, Mariana Enríquez y Joyce Carol Oates. Paulina decide escribir cuentos “Porque siempre se le ha hecho un género muy difícil y complejo, quería conocerlo y dominarlo”.

El tiempo se desliza más rápido que este pergamino. Ahora es 2009 y Paulina viaja a Zapotlán el Grande para estudiar la carrera de Letras Hispánicas en el Centro Universitario del Sur. El viento desmorona su nombre y ahora todos la llaman por su seudónimo: Evangelina Bolitocha. Evangelina por su abuela, Bolitocha por los dulces redondos. Es una estudiante enamorada de las letras y la música. Le gusta ir a los bares para describir así los sonidos: “El sonido entró y mi sangre se agitó como bebé recién nacido; la batería se escuchaba lenta, el bajista cerraba los ojos, musitaba el zigzag sanguíneo, el guitarrista rasgaba con una garra filosa, tal vez de gato tal vez de perro salvaje”.

La música trae a su mente la imagen del Hombre Sur “Ese hombre de gran oreja, dice Evangelina, que aleteaba tratando de encontrar el ritmo en nosotros. El Hombre Sur era un ser de acústica, su sangre tenía la forma de notas y letras; y es que la literatura siempre entra como una canción”.
Hombre Sur, así es como llama Bolitocha a su maestro de literatura: Ricardo Sigala. La admiración que siente por él es más larga que este pergamino. Cada que puede asiste los sábados a su taller de literatura “Lo ve buscar el ritmo en los cuentos y los poemas”, “Son sábados de música”, dice ella.

Fotografía: Jorge Vargas

A Evangelina le tocó crecer en un país violento, sin embargo, ella es más furiosa si agita su afilada pluma que mueve como la katana de Kill Bill. Sus amigos la apodan Tarantina por haber dirigido una obra de teatro. El apodo le queda muy bien cada vez que describe estos Tiempos violentos. La Sangre fantasma se derrama de sus cuentos. Corre por el piso más que este pergamino. En su cuento “Sueños” existe una mujer desaparecida: “Y cuando lo estoy pensando veo el zapato tirado en medio del camino del silencio, tan cerca y tan lejos. Es el de mi tía Ivana”.

Bolitocha explica por qué decidió escribir sobre el tema de los desaparecidos: “Quería escribir un libro de cuentos desde la perspectiva del que se queda y espera, puede ser una madre, un padre, una hermana, una esposa o un perro; yo creo que es algo muy cruel la desaparición de alguien, cualquiera que sean los motivos, es algo que mantiene a la gente añorando algo que no termina de perderse, es por eso que para mí era algo obsesivo el tema. Por otra parte, a mí me llama mucho la atención la indiferencia ante este dolor, porque mientras a ti no te pasa, no te pones a pensar en ello, pero esa indiferencia consiste en causas muy profundas y carencias sociales de diversas índoles, y eso, de alguna forma, era de lo que yo quería escribir: la complejidad que es la desaparición de un ser querido y todo lo que involucra”.

Evangelina no solo tiene habilidades para la escritura, también las tiene para la cocina. En Zapotlán pone un restaurante luminoso: Da Vinci, cocina y letras. Ahí prepara deliciosos espaguetis que crecen y se enrollan igual que este pergamino. Quizás el gusto por la cocina y el paladar exquisito hacen que en los cuentos de Bolitocha haya tantas referencias a la comida. Bolitocha saborea al mundo, lo juega con su lengua y luego lo regresa para crear uno propio. En sus líneas se huelen frases como: “Esta cabeza que ahora siento seca como bolillo viejo”, “Yo me miro en el reflejo del cristal roto y me veo ensangrentada. Todos lo están o quizá la mayoría. Rojos como la salsa del espagueti”, “Voy corriendo, mis pies están hinchados como calabazas podridas”, “Me seco como la flor de calabaza que se guarda para el invierno, como la carne tendida con el montón de moscas”, “El lunar de su mano que es grande como una oblea de chocolate”.

La comida también funciona como reloj en los cuentos de Bolitocha. En su cuento “Mesa en forma de ombligo” se nos narra la historia de una familia pobre que llega a comer a un restaurante elegante. La protagonista dice lo siguiente: “Barba repite una y otra vez que pidamos lo que queramos, que no nos preocupemos por el precio. Mis hermanos ríen y cucharean la vida”.

La familia pide que les traigan espagueti. Los clientes que están en otras mesas los miran feo porque son gente empolvada. Todos comen felices mientras afuera empieza a sonar una balacera. Siguen comiendo y cuando devoran el plato sus vidas se terminan. El espagueti era el cronómetro de la muerte. Aquí una parte de la escena:  

“Cuando los platos de los postres quedaron vacíos, cuando Barba y Richi acababan de beberse la segunda botella de vino tinto Trapiche, fue cuando nos sentimos muertos. Cuando alguien tocó el pulso y ya no había. Las sirenas se escucharon, los balazos se dejaron de oír y la gritadera empezó. Nosotros sólo quedamos muertos como pájaros tiesos, tranquilos, bautizados de libertad, perfumados de ocote. Nosotros simplemente nos soltamos de la vida, porque eso de la muerte sólo es un ciclo, un plato que se acaba cuando te lo comes todo”.

Evangelina también escribe crónicas. Y una de sus mejores armas para escribirlas es la empatía. Ella se considera una escritora umbilical porque escribe con las entrañas. Avienta su cordón umbilical que es más largo que este pergamino; es como el cable de un teléfono que se comunica con el mundo, se enrolla también en los corazones de las personas para poder narrar muy bien sus angustias. Dice que le gusta escribir crónicas “porque es un género con muchas posibilidades”. Ha escrito alrededor de 30, y sus temas favoritos son: “Las cosas sencillas de la vida, pero que tienen un motivo social fuerte, por ejemplo: de lugares, como los mercados de pulgas, ese es un buen ejemplo. También me gusta escribir sobre personajes diferentes, que se salen de lo común y lo cotidiano. Y por último, me gusta escribir sobre artistas y artesanos, de preferencia que me guste lo que hacen (aunque eso no determina si escribo o no sobre ellos). Considero que es un medio de echarnos la mano entre artistas y artesanos, divulgar nuestra historia, nuestro proceso y lo que hacemos, ya que el mundo tanto del arte y de la artesanía no es un medio fácil”.

Todos somos camaleones si estamos cerca de Evangelina. Si la saludamos nuestras manos se vuelven multicolor. Ahora su bicicleta gira hacia adelante y se detiene en 2022. Es Manzanillo y Bolitocha está junto al mar que es tan profundo como sus cuentos. Evangelina sacude sus bolsillos y en ellos suenan todos los premios literarios que ha ganado. Trabaja en la dirección de desarrollo humano, es promotora de lectura y su primer libro de cuentos Sangre fantasma será publicado gracias a que obtuvo una mención honorífica en el Premio Dolores Castro de Aguascalientes. Ya escribió el ensayo de literatura infantil que mencioné párrafos atrás, se llama “El reguilete del ombligoEn este pergamino aún hay mucho espacio en blanco para que se enlisten todos los cuentos, ensayos y crónicas que Bolitocha seguirá escribiendo.

ale.aloeu@gmail.com