Año 13, número 155.

Cuento ganador del VII Concurso Literario del CUSur

Descendimiento, óleo de Rogier van der Weyden.

Kevin Martín Aguayo Rivera

Me duele el estómago. No quiero tomar la hostia. Quiero salirme de la fila. Ir afuera y respirar un poco, o regresar a la banca con mamá y papá, y cantar los coros. Pero, de ser así, mamá me preguntaría mis motivos. Para ella no sería suficiente el dolor de estómago. Además me preguntaría por qué tengo ganas de vomitar y no podría responderle que me acordaba del cerdo que mató mi tío Poncio.

Hace mucho aire en la calle. Las palomas picotean el suelo. La gente come elote y churros. Delante de mí hay siete personas formadas. Por más que me aprieto el estómago no puedo aminorar el dolor. Al contrario, me dan más ganas de vomitar. Trato de distraerme con las pinturas en las paredes, pero, en ellas, los santos tienen gestos como si también quisieran vomitar.

Me acuerdo otra vez de mi tío Poncio y de cómo llevaba arrastrando el cerdo que chillaba y chillaba porque sabía que lo iban a matar. Recuerdo el ruido que hacían sus pezuñas al deslizarse por el suelo. Mi tío no dejó de jalonearlo hasta el patio trasero de la terraza. Cuando se dio cuenta de que habíamos llegado nos dijo que lo aguantáramos tantito y sacó al cerdo con un último jalón. La terraza ya estaba limpia y había globos por todas partes.

Antes de que mi tío viniera, le pregunté a mamá qué pasaría con el cerdo. Tranquilamente me respondió que lo encerrarían atrás para que no anduviera suelto durante la fiesta.

—Lo van a matar —le dije.

—No, ya te dije que lo van a llevar a otro lado —contestó tranquila. Yo sabía que no era cierto. Mamá siempre fue buena mintiendo.

El chillido del animal se escuchó aún más fuerte. Más desesperado. Más suplicante. Luego hubo un silencio aterrador. Fue entonces cuando mamá no pudo ocultar el gesto de preocupación. A ella no le importaba que lo mataran, sino que me diera cuenta de que lo habían matado. Y yo, aunque ya lo sabía, tuve ganas de asomarme al patio para asegurarme.

Ese día fue la primera vez que sentí la punzada en el estómago. Me dolió mucho. Como si el chillido del cerdo se me hubiera metido a la panza. Me dolió más que ahora.

La gente canta despreocupada. Todavía hay cinco personas adelante y no puedo dejar de recordar ese día. Intento respirar profundo y lento. La señora de atrás de mí me pregunta si estoy bien. Sí, nomás me duele poquito la panza, le respondo. Es normal estar nervioso, me dice, ¿es la primera vez que recibes el cuerpo de cristo? Digo que sí con la cabeza por no tener que darle explicaciones. Sonríe. Le sonrío de vuelta. Estate tranquilo. Esto es bueno, dice.

Me asomo al principio de la fila. Quedan tres personas. Mamá se enojará si vomito. Se enojará como en la terraza. Aquella vez no pude aguantarme las ganas.

Cuando el cerdo dejó de chillar mi tío salió del patio y fue al baño a lavarse las manos. Luego vino con nosotros.

—Madrugaron   —dijo sonriente—. Todavía falta rato para que estén las carnitas, pero en las mesas hay refresco y cacahuates.

—Gracias —contestó mamá—. ¿Dónde anda la comadre?, ¿les ayudo en

algo?

—Está allá dentro, preparando el guacamole —respondió secándose el sudor de la frente con un trapo—. Si quieres pásate, para que platiquen un rato. Yo voy a seguir trabajando en el patio de atrás.

Mamá dejó su bolsa de mano en una de las sillas y también se fue.

Fui a lavarme las manos. Al entrar al baño me vino un olor asqueroso, como de carne cruda. En el lavamanos había manchas de sangre, por lo que preferí no lavármelas. La puerta del patio estaba entreabierta. Podía escuchar los pujidos de esfuerzo que hacía mi tío. Me acerqué un poco. Intenté asomarme. Me acerqué más. Abrí la puerta. El cerdo colgaba de una viga, cortado por el torso en forma de cruz. Debajo de él se acumulaba la sangre en un charco. Fue entonces que sentí la punzada, como si algo afilado me estuviera picando la panza por dentro. En la pared de enfrente había un crucifijo colgado. La mirada adolorida de Jesús caía en el cerdo ya sacrificado. Mi tío me descubrió y enojado me dijo que me fuera a sentar a la mesa.

Me senté. Intenté distraerme con el celular de mamá pero la punzada no se iba. El vaso estaba vacío sobre la mesa, como esperando que sirviera la coca, pero ya no tenía ganas de comer ni tomar nada. El dolor en la panza se hacía más fuerte y no podía dejar de pensar en el cerdo.

El cuerpo de cristo. El padre levanta la hostia, la mete en la boca de la anciana. La gente sigue cantando. El cuerpo de cristo. Levanta una hostia nueva. El muchacho dice amén.

Cierro la boca con fuerza. El chillido del cerdo se me revuelve en el estómago y me sube hasta la garganta dejándome un sabor asqueroso. Entonces recuerdo el

sabor de las carnitas en la terraza. Recuerdo a mamá diciéndome si no te las comes no te daré pastel y tampoco vas a jugar con tus primos.

Es mi turno. El cuerpo de cristo. Cierro los ojos. Mamá se va a enojar. El cuerpo de cristo. Todos en la fiesta escucharon a mamá regañarme por vomitar sobre su vestido y sobre la mesa. Ese día no jugué. No comí pastel. No dejé de pensar en el cerdo.

—Niño, ¿vas a recibir el cuerpo de cristo, o no?

Abro los ojos. De pronto se me figura que el padre se parece un poco a mi tío. Parpadeo fuertemente. No, no se parecen en nada. Me mira con el ceño fruncido y la hostia en la mano. La señora de atrás me pone su mano en el hombro y me dice al oído no tengas miedo. El chillido del cerdo sube con fuerza. No puedo aguantar más.

“El cuerpo de Cristo”, de Kevin Martín Aguayo Rivera, alumno de Letras Hispánicas del CUSur, es el cuento ganador del VII Concurso Literario del CUSur. El texto “destaca por la tensión que hay a lo largo de la historia que se narra. Sigue la estructura convencional del cuento moderno, planteando una situación crítica en la vida de su personaje, así como un conflicto ético que se ve reflejado en la tradición literaria hispanoamericana. Llama la atención también la claridad de su lenguaje, así como las referencias culturales que enriquecen el texto”, así lo dijo el jurado conformado por los escritores Ricardo Sigala, Hiram Ruvalcaba y Alejandro von Düben.

El jurado también determinó otorgar una mención honorífica al trabajo titulado “La fiesta de las nubes”, presentado bajo el pseudónimo La gata bajo la lluvia, que corresponde a Jorge Bladimir Ramírez Guerrero, alumno de la Licenciatura en Letras Hispánicas del CUSur.