Año 17, Número 239.

Cartas realizadas por estudiantes mujeres de la carrera de Letras Hispánicas del Centro Universitario del Sur en la clase Seminario de Literatura Jalisciense contemporánea

Imagen: Gaceta UNAM

Primera

Cristy:

Esta es la primera vez en 22 años que te escribo.

Me hubiera gustado muchísimo conocerte, en persona, pero por mi papá y por los demás, sé muchas cosas de ti. 

¿Recuerdas la vez que mi papá te llevó con él a comprar cosas y te quiso comprar un bote lleno de paletas pero tú preferiste una muñeca? Él recuerda mucho cómo tus ojos se iluminaron cuando la viste y dice mi papá que no se pudo resistir al verlos. Te decían “La Chiquis”, y cuando escucho ese nombre sé que se trata de ti. Mi papá intentó decirme ese apodo, pero le dije que no, porque ese siempre será tuyo.

De verdad creo que si nos hubieras conocido estaríamos unidas o, por lo menos, nos tendríamos mucha confianza. Si estuvieras aquí, tú y yo seríamos las chiquiadas de la familia. Aunque por el momento ese puesto nos lo está quitando Miranda, nuestra sobrina. Es preciosa y ya casi cumple un año. Ella también te enamoraría con solo verte.

Quiero decirte muchas cosas, pero al mismo tiempo no sé cómo hacerlo. Estabas pequeña. Pero lo que sí puedo decirte es que nadie te ha olvidado, y nunca lo haremos. Tus papás te quieren, tu abuelita, tus tíos y tus primos. Mi papá, cuando me habla de ti, sonríe y se le ilumina la cara, creo que era el tío que más te consentía. Y sin dudarlo, lo seguiría haciendo.

No sé mucho de cómo pasaron las cosas, y tampoco hablan de lo que sucedió, tuve que preguntarle a tu tía, mi mamá, y aún así ella no me dijo mucho. Lo único que sé, es que no importa la edad que tenías, no fue tu culpa. Fue de alguien que tiene mierda en la cabeza, que no merece llamarse humano, y que donde sea que esté, lo maldigo.

Siempre te recordaré con una sonrisa, te queremos. Y donde sea que estés te mando un abrazo, prima.

Segunda

10 de septiembre de 2023

Hola… 

No sé si hayas sabido quién era yo cuando aún vivías, probablemente sí, en un pueblo chico todos se conocen. En un pueblo chico estas cartas no se escriben. Lo que más recuerdo es tu cabello meciéndose, rubio teñido, más claro que su tono natural. No sé si tus ojos eran azules o cafés, probablemente lo segundo, porque tu gemela los tiene ámbar. A ella solía verla a menudo, caminando por el pueblo con tu fantasma al lado. Sé que mi primo era uno de tus amigos y que eras tía de Andrea, amiga mía. Sé que te gustaba arreglarte siempre, ir de fiesta y sonreír mucho. Cargabas con el aura de esa clase de seres que son jóvenes todos los años de su vida. Si acaso intercambiamos palabra dos o tres veces, incluso compartimos comida en mi mesa. Una coincidencia por personas en común que nos unieron aquel verano, entonces la cocina se inundaba de risas y en ningún corazón pesaba tu ausencia. Yo todavía era una niña que miraba con admiración a la guapa muchacha que se sentaba junto a mi familia a comer; además de aquello, no hay otros momentos que hayamos compartido, no con cercanía. Mas nunca dejé de verte, en la calle, caminando en la unidad, en el tianguis de los lunes, en las fiestas del pueblo o en la tienda de mi madre. 

No pretendo traer a memoria los hechos atroces de tu partida, mas hubo en aquellas semanas un sentimiento colectivo de lucha. La noticia llegó sin retardo: “la cuata está desaparecida”, anunciaron diferentes voces, tristes, rotas, sin sorpresa y resignadas. Junto con ellas cientos de estados y publicaciones en redes sociales, en los perfiles de mis amigos, en el mío. Tu foto, sonrisa grande y sincera. La leyenda pidiendo ayuda a quien pudiera brindarla, enmarcada en verde y morado, anunciando la hermandad que se había formado alrededor de tu falta. A eso le siguió la primera y única marcha en nuestro pueblo. Después la posible verdad disfrazada de rumor sobre tu destino, habían encontrado dos cuerpos acostados sobre la hierba de la misma barranca que caminé en la infancia. 

Confieso que lloré varias veces por al menos tres noches. No podía dejar de ver tu cabello, entre los árboles antiguos y las mariposas que beben agua del arroyo, asomándose de un plástico negro. Ajena a la calma del mundo que jamás sentirías y con la presencia flotando en el aire de quienes te amaron; como la de tantas otras. Te habías convertido en un intento de olvido, en un ataúd sin cuerpo, un cartel de Se busca sin fecha de expiración. Y yo solo podía sentir ese dolor que no era mío, no te conocía, pero alguna vez supe que sabías reír y tus ojos miraron a los míos. 

Si deseo algo para tu espíritu es paz, que la hayas encontrado en donde quiera que estés. Lamento mucho tu ausencia, que tu partida fuese de esa manera. En lo que refiere a este mundo, deseo todo el amor y la luz para las mujeres de tu clan, que ninguna de ellas parta sin decir adiós, que todas vuelvan siempre a casa. Yo haré mi trabajo y seguiré luchando a lado de mis hermanas, por ti y por todas, aunque la lucha parezca invencible, nunca será en vano defenderles. Quisiese tener más palabras para decirte, pero no serían dignas ante un hecho que invita a lo contrario, para ti, todos los silencios. Para el resto, los gritos insaciables de guerra. 

Con mucho amor, Fátima. 

Tercera

Carta a aquella que no conocí 

Querida lectora. Querida licenciada. Querida estudiante. Querida hija o madre. Querida persona. Querida que no pudimos tener. Pequeña que merecía mucho más. Pequeña gigante que empequeñecieron. Pequeña pérdida en el mundo, por el mundo, y para que el mundo insensato recuerde que nunca debiste perderte, que le hace falta una parte. Tienes permitido tener miedo, tienes permitido sentir tristeza, tienes permitido llorar. Ojalá nunca te hubieses perdido. No solo perdimos un presente, perdimos un futuro. Pero permítete decirte que el pasado no muere aunque lo olviden. Porque quiero que sepas que aunque parezca que te hemos olvidado aún te escuchamos, en todas partes, en el silencio de tu ausencia que tanto duele. Mas, aunque pueda sonar ilógico, y un abuso, te pido un favor. Grita. Sigue gritando. Aún estamos escuchándote. Hay gente aquí afuera buscándote, gente aquí afuera llorando. Gente que te conoce, que no te conoce, gente que desearía haberte conocido, que reza, que sufre, que ni se imagina tu rostro pero a la que le faltas en sus cuentas. Llora, llora a mares. Si ya no estás aquí, si te han arrebatado, si te sacaron del mundo, sangra. Recuerda que no te sacaron de la realidad. Sangra. Llora. Hasta hacer de tu camino perdido un río, como lo hicieron en otro tiempo mujeres golpeadas por la vida. Hazte río, hasta volcán, hazte roca misteriosa cuyo misterio pueda ser resuelto, hazte fantasma que grita, hazte visible. Para que podamos encontrarte. Sé que es una petición egoísta. Lo sé. Pero espero que sepas que aún hay gente buscándote, y que si creen que te arrebataron del mundo, están un poco equivocados. En voces. En líneas. En recuerdos. Vivirás. Perdóname si no puedo expresarme mejor o si no te puedo dar esperanza. Lo único que puedo darte es una carta que te devuelva al mundo y que en un pacto silencioso nos conecte, que en unas letras nos haga a todos uno, porque tú eres todos. Estamos contigo, y esperamos que vuelvas con nosotros.

De alguien que hubiera querido (y aún espera) conocerte

Cuarta

10 de septiembre del 2023 

Para Rosa María Reyes Vergara 

Hace unos días tecleé un adjetivo que me aterra y me causa escalofríos: “desaparecidas”; entre el nombre de tantas mujeres, estabas tú; tu nombre recién agregado a esa lista interminable. Quise quitarte de ahí, a ti y a las demás, pero este deseo furibundo no es suficiente para deshacer los hechos. 

Desde que ya no estás he sentido, cada vez más, que sombras siniestras me persiguen, pero ahora algunas han ido tomando forma y en las noticias, las redes sociales y los periódicos las sombras se van revelando; se conocen sus nombres, sus rostros, la malicia que los gobierna; sin embargo, parece que cada vez hay más que siguen acechándonos, como si la maldad se reprodujera en las personas como si de virus se tratara. Aún no sabemos quién te arrancó de tu familia, de tu esposo y de tu entorno, pero así como una madre es capaz de amar a un ser humano que todavía no conoce, nosotras y nosotros odiamos a la o las personas que han violado tus derechos, sin siquiera saber de quién o quiénes se trata, pero con la esperanza de alguna vez saberlo para que paguen lo hecho. 

Me pregunto día a día, por qué tú, y de repente cambio la pregunta, ¿por qué hacen eso? ¿por qué nos hacen eso? y como siempre, las respuestas no llegan; al menos ninguna que no ocasione una cadena sin fin de preguntas. 

Veo los cielos que tú ya no estás viendo, las flores que han florecido en tu ausencia; y aunque la vida demuestre que seguirá su curso, sé que tu gente no seguirá tan fácilmente; viven con un mal sabor de boca, con un nudo en la garganta que desgraciadamente perdurará. 

Sé que esta carta nunca llegará a ti, pues antes de terminarla tu cuerpo fue encontrado. Algunos creerán que eso ya es ventaja, pues muchas familias se conformarían con al menos encontrar el cuerpo que en su momento les perteneció a sus seres queridos y lo entiendo, pero a la vez odio que este tipo de situaciones nos orillen a conformarnos con algo así ante acciones tan inhumanas. 

Hoy las calles de Zapotlán el Grande, mismas que de lunes a viernes recorro, se pintan de nuevo de sangre. El estado y el país, cada vez se vuelve más gris por aquellas personas que nos faltan y rojo por la sangre que cada una ha derramado. 

Espero que en un día cercano el dolor que nos traspasa logre cesar y poder por fin dejar de agregar a esa lista a alguien más; por ti y las demás. 

Atentamente: Jocelyn Larios

Quinta

Para María José Monroy Enciso 

Voy a tomarme el permiso de nombrarte con un apodo, porque dudo que a tus 11 meses te hayan dado alguno, al menos uno que recuerdes. 

Así que Marijó (Majo te llama tu mamá) cumples 13 años en unos días, no de edad sino de desaparecida, que bueno en edad no sería muy diferente pues tu cumpleaños es en octubre un año más, pero en este momento la adolescencia te empieza a llegar, seguirás con una carita de bebé, esa como en la que apareces en los panfletos de se busca, en el reporte que está archivado en algún lugar y que tu madre está desesperada porque no lo dejen en el olvido, ha pasado tanto tiempo y la fiscalía sigue sin tener noticias tuyas… 

Sabes, Marijó, utilizaron una inteligencia artificial para saber cómo te verías ahora, cómo se supone que vas creciendo, tus papás tienen la esperanza de encontrarte con este nuevo rostro, no con el de una bebé que fue con el último que te vieron, sino con el de una adolescente ya bien formada. Estoy segura de que en este momento los que más te aceptarían, a pesar de todos esos cambios que se experimentan al crecer, son tus padres. 

Cuando los veas, hazles todos los berrinches que quieras, te aseguro que no se van a quejar. Tratarán de hacer todo tipo de comidas para averiguar qué es lo que te gusta, aprovecha, es momento de descubrir, de probar y si no quieres las verduras, puedes dejarlas de lado un momento, pero solo un momento, porque todavía estás en crecimiento y necesitas comer bien y saludable y dormir y jugar y eso me recuerda, tendrás que hacer exámenes para cursar la primaria, puesto que tal vez no la has cursado con tu nombre, me refiero a este por el que te conocemos, no por el que te llaman y no creo que quieras cursarla con los niños chiquitos, así que tendrás que estudiar para pasar, a lo mejor te atrasas un poco, pero eres inteligente así que podrás hacerlo. 

No te desesperes, sin embargo, si quieres llorar, llora, ríe, grita, resopla, haz todo eso que no pudimos escuchar en los últimos 13 años. Llega y abraza a todos y diles que estás bien, que has estado bien, que nada malo te pasó y que creciste bien, sí, por favor dinos que creciste y no te quedaste estancada en una edad, en un día, una hora. Llega y aclara que no eres un número más de expediente, una cifra más, una voz silenciada, un panfleto. 

Pero llega, ya sea como un vivo o una muerta, déjanos celebrar tu regreso ya sea con alegría por tener o alivio por al fin saber dónde estás y llorarte, pero llorarte como mereces, con tus seres queridos reunidos, con fotos, flores y velas. No quieras llevarte a tu madre que no ha dejado de buscarte, que de la preocupación y la incertidumbre la pobre ha dejado de comer y está tan pálida que a veces pareciera que desaparece y que parte de su alma va hacia donde tú te encuentras. No quieras tampoco llevarte a tu padre, el pobrecito ha vuelto al vicio que prometió dejar, solo así tiene la suficiente fuerza para ir a trabajar, y saliendo otro tanto para ir a la fiscalía par ver si hay algún avance, con la esperanza de que le digan algo, lo que sea, sea bueno o no tan bueno solo para terminar está pesadilla interminable.

Regresa y cuéntanos a todos qué es lo que ha sido de ti todo este tiempo.