Año 17, Número 242.

J‘ai parfois eu des pensées suicidaires,
et j’en suis peu fier.
On croit parfois que c’est la seule manière de les faire taire,
ces pensées qui nous font vivre un enfer.
(Stromae – L’enfer)
He considerado quitarme la vida varias veces,
y no estoy orgulloso de eso.
A veces sientes que esa es la única manera de silenciar,
todos estos pensamientos que hacen de mi vida un infierno.

Imagen: Cortesía de Alexia Mojica

Alexia Nayzeth Mojica Elizondo

Cuando decidí escribir sobre la depresión sólo estaba segura de tres cosas: no quería que mis palabras sonaran como el típico folleto de salud mental que te ofrecen en las escuelas o salas médicas, no buscaba dar un mensaje positivo sobre la superación o la sanación, mucho menos pretendía evocar sentimientos de lástima o tristeza hacia mí misma, simplemente plasmar la realidad tormentosa y acogedora que representa ser diagnosticada con depresión severa. Puede que alguien se sienta igual.

25 de agosto de 2023 – 9:00 p.m.
Era de noche y me encontraba en una habitación prestada, cuatro paredes que encerraban varias horas de incomodidad acumulada, y lo único que pasaba por mi mente, era que no quería estar en ese lugar, rogaba porque el tiempo pasara tan rápido como la luz, pedía que el día terminara para huir como ya me es costumbre, pero no ocurrió. Al dar las nueve en punto, ingresé a mi sesión semanal de terapia en línea, y como siempre, imaginé que hablaríamos sobre mi asquerosa y patética semana, pero no, de nuevo me equivoqué, en su lugar, ella me habló con un tono más serio que de costumbre y me dio los resultados de varios exámenes.

—Tienes depresión severa, ansiedad severa, estrés sev…
Sus palabras se fueron perdiendo como el sonido en un choque automovilístico, mi vista se nubló como la cámara del teléfono que no enfoca, y mi voz, que no estaba utilizando, se quebró como la cristalería de una casa. Cuando aterricé nuevamente en la realidad del momento, sus palabras infringieron el poder de un cristal que corta la punta de los dedos.

—La depresión severa no se cura, se controla, se hace más fácil viv… Piiiiiip
De nuevo ese pitido, de nuevo ese sentimiento que no logro comparar con nada. ¿Escalofríos? No, ¿miedo? No, ¿lástima? No, ¿enojo? No, ¿tranquilidad? Tal vez. Al terminar mi sesión, salí de esa pequeña prisión que se me había cedido momentáneamente, arribé con tres personas, las cuales han desaparecido completamente de mi vida, y me quebré.

Actualidad
Si alguien me pregunta qué significa para mí tener depresión, respondería de la manera más alarmante posible, causaría preocupación, incluso me querrían ayudar buscando psicólogos o psiquiatras, pero, en respuesta a esa incógnita, significa ser algo, poseer algo. Desde que tengo memoria he buscado la forma más fácil de desaparecer y pertenecer al mismo tiempo. Nunca he estado conforme con la persona que fui y que soy; desde niña se me ha exigido la excelencia, una excelencia que a los cortos 6 años de edad es imposible alcanzar. Gritos, golpes, expectativas, regaños; castigos, más golpes, comparaciones, burlas; golpes de nuevo, desaprobaciones; señalamientos y golpes por supuesto, conformaron mis etapas de desarrollo, no sólo la infantil, también la de adolescente y adulta joven.

Gracias a ellas es que mi autoestima poco a poco decidió abandonar mi mente y buscar una mucho más capaz y fuerte, una con un escudo lo suficientemente grande como para soportar todo. Conforme pasaron los años las cosas solo empeoraron: modas, dietas, noviazgos, calificaciones; bullying, concursos, chismes, abuso disfrazado de sexo; pastillas, futuro, acoso, humillaciones; autoflagelación y celos, son los refuerzos que, de alguna forma sínica, me hicieron débil y contradictoriamente fuerte.

Vivir con depresión severa es más que estar triste todo el tiempo, va más allá de sentir odio constante por lo que vistes, comes, dices y haces; personalmente, vivir con depresión, es como tener una tercera pierna y escribir sobre ella: Nadie lo sabe, pero tengo tres piernas. Durante toda mi vida he intentado lisiarme de una de ellas. Pero se aferra, se aferra a este cuerpo putrefacto, lleno de cicatrices, lleno de heridas, lleno de incertidumbre y sarna.

Esta pierna es más inservible que la economía de un país, es más impredecible que el futuro, es más caótica que los escritos de Pizarnik, o quizá esté al mismo nivel.
Tengo una tercera pierna, una que cojea, me atonta y alenta.
Una que comenzó a crecer sin que me diera cuenta.
Una que pesa.

Nadie lo sabe, pero tengo una tercera pierna. Una que me ancla y no me suelta, una que maneja todo mi cuerpo, aunque no lo quiera. Ella tiene el poder de controlarme donde sea, es un estorbo, es un castigo, es un suplicio que siempre llevo conmigo.
Tengo una tercera pierna, y lo que más anhelo, es deshacerme de ella. Creo.

¿Y si no me quiero deshacer de la depresión?
Me siento sola constantemente, sola cuando río con alguien, sola cuando me abrazo con alguien, sola cuando soy con alguien. Y lo peor de sentirse en soledad, es que muchas veces busco estarlo.
-Tienes miedo de que la gente se aleje de ti, entonces prefieres alejarlos. Dijo la psicóloga.

Tener miedo es como respirar, y si no respiro me muero. Por lo que una de las constantes de mi vida es vivir temiendo, temiendo a perder lo único que tengo, lo único que siento mío, perder la depresión. Tengo miedo a ser feliz, a sentir que todo está en orden, a experimentar 24 horas de tranquilidad; una en la que mi mente decide no pensar en cómo dejar de existir, una en la que no me odio tanto, una en la que soy capaz de hacer cualquier cosa, o por lo menos tener el valor de intentarlo.

Vivir en el fondo
La realidad es que no existe un fondo, porque cuando crees que estás en él, descubres que hay otro, y uno después de ese. Entonces vives en diferentes fondos. Los míos han sido caóticos, alarmantes y tranquilos. Una vez viví en el fondo porque no gané el primer lugar en un concurso de poesía, otra vez, viví en el fondo porque no tenía la valentía de terminar con alguien que se burlaba constantemente de mí; alguna vez viví en el fondo por tomar seis pastillas en un solo mes, cuando sus instrucciones señalan ingerir una al año. Hace unos meses viví en el fondo cuando dormí por mucho rato, pues la intención de tomar tantas pastillas era desaparecer de una vez por todas de este plano, después de eso viví en otro fondo, porque me encontré con la desagradable sorpresa de seguir respirando. Vivo en el fondo, uno que en ocasiones se siente cómodo, pero otras, es como sentir que te estás ahogando.

He vivido tanto tiempo en “el fondo”, que ya no estoy segura de querer salir de él. Cuando experimenté mi primera semana de felicidad, o como yo la nombré: mi primera semana sobria, pasaron muchas cosas. Comencé a comer como la gente normal, dormí más de dos horas, no me sobre exigí escolarmente; y lo más curioso de todo, no ideé planes perfectamente estructurados para morir sin sentir dolor. Pero la sobriedad también trajo un nuevo descontrol a mi vida: uno en el que como más de lo que debería, uno en el que llego tarde a lugares por quedarme dormida; uno en el que no hago tareas o las entrego tarde; uno que me hace sentir más inútil que antes; porque curiosamente, a pesar de sentirme como nada, siempre fui responsable por todo lo que pasaba a mi alrededor: personas, salidas, eventos, tareas, fechas; con todo y todos, menos conmigo.

Vivo en el fondo, uno en el que dibujar líneas rojas es rutinario, uno en el que escuchar Don’t cry y Dumb son como respirar, uno en el que reímos, lloramos, odiamos y resistimos, porque en este fondo hay muchas personas, somos tantas que hemos creado una ciudad, una en la que hay librerías llenas de Sylvia Plath, Pizarnik, Osamu Dazai, Anne Carson y muchos más, en la que el café sin azúcar es infinito, una a la que llegan nuevos residentes cada día, son tantos que tenemos que inaugurar otra ciudad. O quizá no, quizá algunos quieran irse, quizá.

alexia.mojica8678@alumnos.udg.mx