Año 14, número 170.

Los tropos, entre ellos vaso de agua, son figuras literarias como las metáforas y siempre se han utilizado en las lenguas como una vía de simplificación de un asunto arduo o para embellecer el habla

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Ramón Moreno

Ya hemos aludido en otras ocasiones en qué radica el fenómeno llamado ultracorrección. Enunciémoslo pues, sólo brevemente. Todo consiste en que en una ojeada alguna construcción lingüística nos parece equívoca o por lo menos mejorable y entonces proponemos otra que remarca las intenciones de lo muy correcto; por desgracia, casi como una maldición, la mejora (supuesta) que se propone suele ser tan alambicada que mete el pie en el lodazal y justo hace lo que trata de evitar.

Por desgracia, con frecuencia sucede que no hay nadie cercano que nos advierta del dislate casi risible o risible sin duda, en que se cae. Eso sucede con vaso con agua. Colegas he tenido que sostienen fervorosamente que lo correcto es vaso con agua y que es propio del habla chulapona decir vaso de agua. Escandalizado, pero sin atreverme a enmendar el dislate de aquel compañero equivocado me digo: “¡Madre mía, si un día un alumno tiene la duda y se lo pregunta…! Pues claro, sucederá lo que sucede en estos casos, se reforzará y crecerá el error.

Estoy convencido que son tres las causas principales por las cuales —en lo que toca a las responsabilidades del docente— los alumnos tienen dificultades en su correcto uso de la lengua. Primero, porque no hay quién le diga al estudiante que se equivocó; segundo, porque el docente puede tener la buena voluntad y sí lee los escritos del alumno, pero no se le ocurre una solución plausible (he escuchado a colegas decir, los alumnos saldrán del curso más o menos igual que como entraron; haga yo lo que haga, de nada servirá); tercero, el docente encargado de enseñar el uso de la lengua tiene tantas carencias como el alumno mismo.

Si un profesor ignora los diversos usos de la preposición de y cree que ésta significa exclusivamente materia (casa de madera) y además le da pereza investigarlo, y para rematarlo se deja dominar por las modas, pues lógico es que se equivoque.

¿Por qué un profesor se aferra en el error? Sin duda debemos ser comprensivos, y entender que todos cometemos errores y que es de humanos errar. De acuerdo. Pero aferrarse en el error desde una posición de autoridad tiene que ver con una mentalidad inflexiva, con una interpretación limitada de lo que es la autoridad. Se parte de un presupuesto del tipo: “alguien me dio poder sobre mis alumnos y funciona porque éstos me obedecen, luego entonces si a mí se me ocurre tal o cual respuesta, no debo estar equivocado”.

Dice Samuel Gili Gaya en su prestigiado libro Curso superior de sintaxis española que la preposición de tiene seis funciones básicas: posesión o pertenencia (las gafas de papá), materia y cantidad parcial (puente de piedra; diez de los reunidos votaron en contra), origen o procedencia (salir de Barcelona), modo (andar de lado), tiempo en que sucede algo (llegó de noche), agente de pasiva (el que a muchos teme, de muchos es temido). Con esta revisión hecha de un plumazo bien se ve la riqueza y complejidad de esta preposición.

El caso que nos ocupa pertenece al segundo grupo, es decir, la preposición usada para dar un sentido de la materia con la que se constituye algo. Y no tenemos que complicarnos la vida interpretándolo porque el mismo gramático utiliza este ejemplo para dilucidar el problema. Lo cito textualmente. “La materia de que está hecha una cosa: reloj de oro; puente de piedra. Por tropo atribuimos el contenido al continente: un vaso de agua, un plato de arroz. Figuradamente ha pasado a significar materia o asunto de que se trata: un libro de Geografía; hablan de intereses; trataremos del siglo XVI; y también, naturaleza, condición o carácter de una persona: hombre de talento; entrañas de fiera; alma de niño; le acusan de tacañería”.

El asunto no tiene ambages y por lo tanto no requiere explicaciones y sin embargo haremos unas pocas. Los tropos son figuras literarias como las metáforas y siempre se han utilizado en las lenguas como una vía de simplificación de un asunto arduo o para embellecer el habla. A un personaje de Vila-Matas, los habitantes de una tribu africana le piden, con una hermosa metáfora, que les lea un poema: ahora habla como la lluvia.

¿Cuántas metáforas, metonimias, sinécdoques, etc. no contiene nuestra lengua? Imposible de contarlas: ocultarse el sol, salir las estrellas, rompérsele el corazón y tantas otras. Pues bien, se llama metonimia a la figura retórica de significado que intercambia diversos elementos, por ejemplo, el efecto por la causa, la causa por el efecto, lo físico por lo moral,  la materia por la obra, el continente por el contenido, el autor por su obra, el lugar de procedencia por el objeto, el símbolo por la cosa simbolizada, etc.

Si aceptamos que el sol se pone o que la luna es nueva, ¿por qué no aceptar vaso de agua? Sería imposible ir por la vida deslexicalizando tropos y aplanando las palabras; simplemente, nunca acabaríamos. ¿A alguien se le ha ocurrido corregir plato de arroz o volcán de fuego?

Pues por la misma causa que no aclaramos la obviedad de que el arroz está contenido por el plato o que el fuego es lanzado por el volcán, creo que debemos dejar en paz al pobre vaso de agua para que contenga modestamente el líquido y que nadie se enrede con las palabras descubriendo el hilo negro.

ramón.moreno@cusur.udg.mx