Año 18, número 264.
Esta reseña forma parte de las actividades de retribución social de los alumnos de la maestría en Estudios en Literatura Mexicana del Departamento de Letras del Centro Universitario de Ciencias sociales y Humanidades (CUCSH).
Portada: ODO Ediciones
Daniela L. Guzmán (Guadalajara, 1991) reúne en el volumen Un tlacuache salvó este libro del fuego (2021, Odo Ediciones), bajo un mismo eje temático, cinco cuentos de ficción especulativa que se articulan según el tópico literario del manuscrito encontrado. En este caso, lo que leemos es un documento o archivo encontrado bajo tierra en un búnker del intertrópico. Como evidencia fósil, este documento sugiere que hubo formas de vida particulares (humanos, tlacuaches, jaguares, conejos, ratas, zorros, cocodrilos) durante el periodo Cuaternario en la Tierra, hecho que sitúa el momento de la lectura en un futuro post-humano indeterminado.
En cada cuento se resalta el carácter simbólico de una o dos de estas creaturas que vivieron en el mundo y promueve el entrecruzamiento indistinto de mitologías de la cultura clásica y hebraica (Prometeo, Marte, Helena, Adán y la serpiente, el Edén, Sara), mitologías que mistifican la historia política y social (Karl Marx, Vladimir Putin, el discurso ecologista, las sectas) y mitologías pop (la ciencia ficción, Disney, Pokémon, los videojuegos, las prácticas BDSM, la cultura otaku). De manera general, la inminencia de la extinción es el problema que afrontan todos los personajes y en cada cuento se le da un enfoque particular. A veces, estos enfoques son contradictorios o incongruentes entre sí pero mantienen la coherencia con el carácter de los personajes. Podemos descifrar los atributos de las personalidades mediante su manera de enunciar el entorno en el que sobreviven, la angustia espiritual que los aqueja, las inquietudes existenciales que los perturban y las convicciones que los motivan para tratar de sobreponerse a la agonía de la desaparición.
Como decisión poética, destaco la intrepidez simultánea de Guzmán para aventurar un abordaje temático audaz y, en paralelo, moldear una sigilosa y espléndida técnica narrativa amoldada a la distancia corta. Desde estos dos polos, (uno, la audacia temática; el otro, la solvencia narrativa) se plantea un contrapunto entre la noción de la extinción, que es un asunto abismal e irresoluble filosóficamente, y la aparente sencillez narrativa que reviste y determina el discurso en los cuentos de Un tlacuache. Como consecuencia de estos procedimientos poéticos, planteo que desde la conformación del texto se favorece una incitación para que los lectores se acerquen a la obra. De esa manera, pueden engancharse por el atractivo anecdótico, la visión irónica o la dinámica extravagante del imaginario y, alternativamente, la autora consigue moderar la parafernalia verbal sin por ello caer en una lengua literaria anodina. No le da para atrás a su lector esporádico y tampoco defrauda al lector habitual. Considero que el equilibrio y la proporción en la literatura no son proezas ordinarias. Además de que no se favorece su persecución y consecución, puesto que no son rasgos tan llamativos como el exceso, la hipérbole y la hipertrofia verbal, su consolidación es el fruto de una serie de reorganizaciones cuyo resultado final podría parecer inmerecido o insuficiente. Es una vocación por la sutileza en el control, la disposición y la dosificación de las excentricidades.
Al considerar globalmente el libro como un artefacto que entreteje una serie de recurrencias correlativas para definir su talante de gran cuestionamiento existencial, me parece que Un tlacuache… está marcado por una destreza poética que hace posible representar la inestabilidad de las certezas aceptables en relación con la demagogia de los discursos: lo falsario de la reivindicación científica, la racionalidad minada, el ejercicio del poder y la dominación, la espiritualidad trastornada y la perversión romantizada, todas son las caras del desencanto y de la insuficiencia de la voluntad.
En todo el libro permea una evocación a lo irresoluble: no se puede frenar la extinción (como lo asume Shu o lo quiere combatir Sara, personajes de los cuentos), no se puede asegurar la trascendencia espiritual (como lo quisiera Helena Pavlovna), no hay parámetros universales para definir qué es la vida o quién tiene alma o consciencia (como Wink o Marx), no se puede extraer lo perverso de la naturaleza humana sin arrebatar la voluntad y la espontaneidad (como a Cristina). En el libro se presentan estas ideas desde ángulos contrapuestos que retratan sin reparos algunas zonas limítrofes de la maldad humana: la perversión sexual, el abuso, la tiranía, el desamparo espiritual y la manipulación de la voluntad son representados por la autora con una naturalidad desasosegante. Esta naturalidad brinda cercanía en la recepción lectora y, siguiendo la secuencia, la cercanía activa la paranoia primigenia de estar tan familiarizados con situaciones peligrosamente semejantes en el mundo cotidiano. La demagogia maestra de los políticos, los científicos y los ministros religiosos para mimetizar la racionalidad y el sentido común con meros discursos canibalizadores, supersticiones, simulaciones e imposibilidades renueva las dinámicas de abuso de poder y dominación que se fundamentan en los efectos de manipulación que surgen de la corrosión del sentido común, acribillado por la inflamación retórica.
Por medio de la ciencia, los poderosos abusan de las creaturas para producir dinero y entretenimiento, como con Marx. Por medio de la demagogia política, la senadora Rangel simula que le importa el bienestar de los animales, aunque los efectos reales de su voluntad impuesta sean funestos. Por medio de la religión, los ministros religiosos confunden las nociones para acercar productivamente el control, el abuso sexual y psicológico, la sumisión, la predestinación y la bendición en una mezcla milenariamente perversa de la devoción religiosa y la erotización de la fe que, como siempre, unos cuantos aprovechan.
Alejandro Noé Ramírez López
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