Año 14, Número 182.

López Velarde forma parte de las vetas más profundas de mundo Arreola, de él más que decir que se trata de uno de los autores que formaron su estilo

Imagen: Puertabierta Editores

Ricardo Sigala

Apuntes de Arreola en Zapotlán es un libro hecho de conversaciones, pero también y esencialmente, es un libro hecho de libros, de aquellos que leyó el autor de La feria una y otra vez, los que tuvo presentes a lo largo de su vida, los que lo hicieron ver la vida de manera distinta… Apuntes de Arreola en Zapotlán es una oportunidad de hurgar en la intimidad del maestro y el discípulo, en esas numerosas páginas se filtra la cotidianidad y el acontecer del momento. Una de las cosas que siempre me ha llamado la atención es que durante uno de los años de esas conversaciones Arreola escribió el que sería su último libro, un libro que no ha tenido la atención de sus títulos clásicos como Confabulario, Bestiario o La feria, pero es un texto que en estos días se viste de relevancia por la principal efeméride de la literatura mexicana en este año, me refiero a los centenarios de la muerte de Ramón López Velarde y de la publicación de “La sueva patria”. Visitemos el libro para dar con los momentos en que se refiere a López Velarde y a la elaboración del citado libro.

En 2004 en el “Pórtico” a la primera edición de Apuntes de Arreola en Zapotlán, Vicente Preciado Zacarías escribió que en casi todos los libros sobre Arreola se repiten algunos nombres como “un juego múltiple de espejos”, en el que desfilan una y otra vez los nombres de unos cuantos autores fundamentales para él, menciona, por supuesto, a Kafka, Papini, Duhamel, pero llama la atención que también incluye a Ramón López Velarde, no es casual, a lo largo de las numerosas páginas de ese libro el autor de “La suave patria” será mencionado directamente más de treinta y cinco ocasiones. Eso nos habla de la importancia que tuvo este escritor para Juan José Arreola. La figura López Velarde se materializa como una pieza de esa innumerable galería de imágenes duplicadas y multiplicadas que es el canon de las lecturas de Arreola.

Por supuesto que esta inclinación no se manifiesta exclusivamente en las conversaciones con Preciado Zacarías. En las que Arreola tuvo con Fernando del Paso, concentradas en el libro Memoria y olvido… (FCE, 2015) también se puede percibe la misma devoción. En la página 201, dice Arreola: “Me prometo hablar de algunos de los poetas que más he admirado, entre los mexicanos y los latinoamericanos, además de los que tanto he citado, como López Velarde y Pellicer”. Algo equivalente se lee en El último Juglar (Jus, 2010) en la página 239, Arreola asevera: “…Carlos Pellicer, a quien, junto con Ramón López Velarde, considero entre los poetas más importantes de la literatura mexicana de este siglo que termina.”

Volvamos a Los apuntes de Arreola… En el capítulo XI correspondiente a los meses de abril y mayo de 1985, leemos: “Yo me aprendí, de las 5:00 de la tarde a las 11:00 de la mañana del siguiente día, “La Suave Patria” de López Velarde. Mi hermana estaba detrás del monumento en el jardín de Gordiano Guzmán por si me equivocaba. No me equivoqué.” La cita sirve para evidenciar la impresionante capacidad de memorizar las 33 estrofas y los 151 versos que constituyen el poema, en dieciocho horas, de las cuales más de la mitad debió dedicar a dormir, alimentarse y asearse; pero aquí lo que interesa destacar es la edad en la que este hecho ocurre. Imagino una actividad cívica en la plaza principal de Zapotlán, imagino el compromiso en vísperas y al mismo tiempo un reto, de declamar el poema, e imagino también que se trata de un niño que está cobijado por su hermana, que saldrá en su ayuda en caso de olvidar algún pasaje. En el libro no se dan más detalles y me quedo con la duda de cuántos años tendrá entonces el joven Arreola.

En 2003, Claudia Gómez Haro publicó Arreola y su mundo, en él incluye muchas de las conversaciones que tuvo con el maestro en 1990 en el programa de televisión homónimo. En la página 223, leemos: “… una de las aventuras que recuerdo con más cariño en el campo de la memorización fue la de aprenderme, de un día para otro, “La Suave Patria”, esto fue en 1930, en Zapotlán, cuando yo tenía doce años”. La figura del poeta no sólo fue un referente poético e intelectual para el escritor. El de Jerez formó parte de la infancia de Arreola, de sus retos de niño avanzado, de sus aventuras memorísticas. En el mismo pasaje, Arreola declara que se siente “consanguíneo” con López Velarde para precisar que su influencia en él es más que intelectual. La infancia es una etapa arropada en gran medida por los padres, Arreola ha reconocido en López Velarde una especie particular de padre: “Si bien Felipe Arreola Mendoza fue mi padre carnal, él fue (López Velarde) una especie de padre espiritual y casi puedo decir que el parentesco es estricto porque para mi padre fue un hermano del alma”.

López Velarde forma parte de las vetas más profundas de mundo Arreola, de él más que decir que se trata de uno de los autores que formaron su estilo, los que leyó en Zapotlán también a los doce años, es una presencia que no sólo de lectura, sino que hizo parte de su entraña más emocional, que es la infancia y la familia.

Arreola comenzó a escribir el libro sobre Ramón López Velarde una tarde entre enero y marzo de 1987, así lo documenta Apuntes… (P. 329) “Ha seleccionado un tema que comienza a darle problemas por su aridez y su levedad –emplea palabras de José Luis Martínez–: La prosa política de Ramón.” Faltaba más de un año para la celebración del centenario del poeta de Jerez y con ese pretexto se lo había encomendado el Centro Cultural Bancen (Banco del Centro) de San Luis Potosí. El libro era una oportunidad para hacer un merecido homenaje al poeta que había resultado ser tan significativo para su vida y obra, así que Arreola emprendió un nuevo reto con casi setenta años de edad.

Ya en esa primera nota sobre el tema, Preciado habla de que Arreola tiene problemas por la aridez del tema, sería la primera de varias menciones en torno a las dificultades que representaría la escritura del libro. Aún más, unas páginas adelante el propio Arreola le dice a Preciado casi en tono de pesadilla: “Todo empezó cuando me llamó por teléfono el licenciado José Antonio Conde, funcionario de Bancentro en San Luis Potosí. Me pidieron que escribiera un libro, un estudio sobre López Velarde para el centenario de su nacimiento. No entiende esta gente que ya no puedo, ni debo escribir.” (P. 332).

Durante unos seis meses no se vuelve a tocar el tema en las conversaciones entre Arreola y Preciado. Fue hasta agosto que Arreola cita una frase del Libro de Alexandre, escrito en el siglo XIV, hacia 1330, y trae nuevamente el tema y lo hace con un tono de desencanto e insatisfacción: la frase era la siguiente: “Escrevir en tiniebras es menester pesado”.  Y derivado de ella puntualiza: “Así estoy, escribiendo entre “tinieblas” el libro de López Velarde (…). No se dan cuenta de que yo no puedo ni debo escribir.” (P. 355). Estos momentos muestran a un Arreola muy humano, un ser que reconoce que sus mejores tiempos de escritor han pasado, o que por lo menos el momento en el que se encuentra no es el ideal para la escritura. Estamos muy lejos de aquel joven de doce años capaz de memorizar “La suave patria” en unas horas, sin embargo falta mucho por enfrentar.

Es preciso anotar en este momento que el registro de los estados de ánimo de Arreola durante la escritura no serán siempre de desasosiego, también pasa por momentos de entusiasmo como ocurre en el mismo mes de agosto de 1987, cuando ha encontrado el libro de Elena Molina Ortega y habla con entusiasmo de Allen Phillips, al que considera el mejor escritor sobre la obra de López Velarde. Arreola también comienza a hacer categorías de su lectura del autor: “López Velarde es como un cantor que ensaya tres tesituras: bajo, barítono y tenor…” (P. 357) y tres páginas más adelante incluso adelanta frases que formarán parte del libro: “Despliega en el humor negro sus facultades con risueña macabrería” y “la nostálgica fidelidad hacia la intimidad provinciana” (P.360). El entusiasmo es tal que el tema López Velarde se prolonga durante varias páginas, que suponemos corresponden a varios días de conversación. Asistimos a una marea, un vaivén de emociones que nos meten en la intimidad creadora del maestro.

Habrá que esperar a llegar al capítulo XXIII de Apuntes de Arreola en Zapotlán, que se corresponde con los meses de marzo a agosto de 1988, para volver a encontrar referencias al libro de López Velarde, lo que indica que el frenesí de Arreola se había desvanecido, pero al menos tampoco había regresado el desencanto que habíamos percibido los primeros meses de 1987. En la página 394 Arreola habla brevemente de “El reloj” de López Velarde y Preciado hace una anotación entre corchetes en donde se lee: “Arreola ha suspendido su trabajo sobre López Velarde…”. Estamos a menos de tres meses de la fecha estipulada, una tormenta se avecina.

Y así sucede, en la página 396, apenas dos más de nuestra última referencia, entra en crisis, porque no ha podido encontrar un personaje que cita el autor zacatecano. Entonces Preciado inserta otra nota entre corchetes: “Ha entrado en pánico. Rompió algunos de los originales y los arrojó al cesto de la basura”. Arreola está en apuros, porque al parecer no sólo no terminará el libro y no podrá cumplir con su compromiso, sino que deberá regresar el dinero que se le otorgó como adelanto, suma con la que ya no cuenta.

En la página 398, viene un remanso como un desembocar en la mar que es el destino, Arreola dice: “Mi libro es una catequesis de amor a la patria a partir de López Velarde. “Era la hora del ángelus”, así termina. Simplemente son las últimas palabras que pude escribir, Las correcciones de Alatorre creo que no alcanzaron a incorporarse. Sea por Dios”.  Arreola terminó de escribir el libro, cumplió con su compromiso y se publicó para las celebraciones del jerezano bajo el título Ramón López Velarde, una lectura parcial de Juan José Arreola. Pero como sabemos el camino había sido arduo, en una nota al pie Preciado Zacarías asegura que lo árido del tema y las presiones de la institución para que fuera entregado causaron en Arreola “estragos angustiosos y terrores pánicos”, quien decía “mi hora de escritor ya pasó, pero esto no lo entiende nadie”. El último libro de Arreola había sido terminado.

Hay un vacío, una laguna, en la historia de la escritura de Ramón López Velarde, una lectura parcial de Juan José Arreola. En la página 396 de Apuntes… cuando se dice que Arreola ha entrado en pánico, destruyó y tiró a la basura algunos de los avances del libro. No se dice si el maestro tuvo que volver a escribir dicho material, si se perdió definitivamente o si lo recuperó.

El silencio se mantuvo durante treinta años. En 2018 Puertabierta Editores “rescató” la obra y la publicó en el contexto del centenario del natalicio de Juan José Arreola. La edición y el texto de presentación estuvieron a cargo de Vicente Preciado Zacarías y es en esta que vuelve a aparecer el tema. El maestro emérito cuenta la historia en tercera persona. Nos recuerda, en la página 9, la anécdota de Arreola rompiendo y triando parte del manuscrito y agrega un nuevo personaje: “En un momento apropiado, el visitante las recogió: luego, ya en casa unió las partes con cinta adhesiva”. Preciado comenzaba a darnos respuestas a nuestras preguntas. Las páginas destruidas habían sido recuperadas y no sólo eso, sino que se las entregó de regreso a su autor. La presentación de Preciado continúa: “Al día siguiente, el amigo, encontró a Arreola muy nervioso y lamentándose por haber roto los originales. Él le comunicó que los había recogido. Cuando Arreola tuvo en sus manos las cuartillas reparadas, apresuró el final de texto.”

Seguro por modestia o por discreción no lo dice, pero el amigo del que habla en tercera persona es el mismo Preciado. Él fue ese “amigo que lo acompañaba todos los días en las tardes de Zapotlán”, él fue quien lo escuchó y tomó notas durante sus conversaciones, fue él quien legó la crónica de la escritura del libro, él fue quien rescató y unió las cuartillas rotas, él fue quien de manera indirecta lo ayudó a cumplir con su compromiso, él fue una luz en las “tinieblas” en que a veces lo hundía la escritura del libro, quien le hizo ver que su hora de escritor aún no había pasado.

ricardo.sigala@cusur.udg.mx