Año 16, Número 232.
Y llegó la alegría
muy lejos del recuerdo cuando las gaviotas
con vuelo olvidadizo traspasado de alba
entre el viento y la lluvia y el granito y la arena,
la soledad de los acantilados
y los manzanos en pleno concierto
de prematura floración, la savia
del adiós de las olas ya sin mar
y el establo con nubes
y la taberna de los peregrinos,
vieja en madera de nogal negruzco
y de cobre con sol, y el contrabando,
la suerte y servidumbre, pan de ángeles,
quemadura de azúcar, de alcohol reseco y bello,
cuando subía la ladera me iban
acompañando y orientando hacia…
Y yo te veo porque yo te quiero.
No era la juventud, era el amor
cuando entonces viví sin darme cuenta
con tu manera de mirar al viento,
al fruto verdadero. Viste arañas
donde siempre hubo música
lejos de tantos sueños que iluminan
esa manera de mirar las puertas
con la sorpresa de su certidumbre,
pálida el alma donde nunca hubo
oscuridad sino agua
y danza.
Alza tu cara más porque no es una imagen
y no hay recuerdo ni remordimiento,
cicatriz en racimo, ni esperanza,
ni desnudo secreto, libre ya de tu carne,
lejos de la mentira solitaria,
sino inocencia nunca pasajera,
sino el silencio del enamorado,
el silencio que dura, está durando.
Y yo te veo porque yo te quiero.
Es el amor que no tiene sentido.
El polvo de la espuma de la alta marea
llega a la cima, al nido de esta casa,
a la armonía de la teja abierta
y entra en la acacia ya recién llovida
en las alas en himno de las gaviotas,
hasta en el pulso de la luz, en la alta
mano del viejo Terry en su taberna mientras,
toca con alegría y con pureza
el vaso aquel que es suyo. Y llega ahora
la niña Carol con su lucerío,
y la beso, y me limpia
cuando menos se espera.
Y yo te veo porque yo te quiero.
Es el amor que no tiene sentido.
Alza tu cara ahora a medio viento
con transparencia y sin destino en torno
a la promesa de la primavera,
los manzanos con júbilo en tu cuerpo
que es armonía y es felicidad,
con la tersura de la timidez
cuando se hace de noche y crece el cielo
y el mar se va y no vuelve
cuando ahora vivo la alegría nueva,
muy lejos del recuerdo, el dolor solo,
la verdad del amor que es tuyo y mío.
Claudio Rodríguez García
Claudio Rodríguez García fue un poeta español perteneciente a la generación del 50. Nació Zamora el 30 de enero de 1934 y falleció en Madrid el 22 de julio de 1999. En 1951 se trasladó a Madrid para cursar la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central, cinco años más tarde se graduó de la licenciatura de Filología Románica. Dedicó su vida a la enseñanza sin dejar su verdadera pasión, la escritura; con 19 años, publicó su primer libro Don de la ebriedad (1953), posteriormente publicó Conjuros (1958), Alianza y condena (1965), El vuelo de la celebración (1976) y Casi una leyenda (1991). En 1987 fue elegido miembro de número de la Real Academia Española, donde ocupó el sillón que dejó vacante Gerardo Diego.
Su obra está influenciada por Arthur Rimbaud y la poesía anglosajona romántica de poetas como William Wordsworth y Dylan Thomas. Entre los premios que obtuvo están el Premio Nacional de Poesía, Príncipe de Asturias de las Letras y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, comparte con sus contemporáneos el uso de un lenguaje coloquial y cierta tendencia al realismo y se diferencia por su originalidad expresiva y su intenso lirismo.