Año 14, número 164.

Temáticamente, esta obra es una invectiva contra el hermético gremio artístico de Viena y contra el matrimonio Auersberger (artistas falsos, pertenecientes a las altas esferas sociales de Austria). La obra también es considerada como una de las cimas de la creación literaria de Bernhard y una de las obras más memorables de la literatura europea del siglo XX

Jesús Vargas Quezada

Enfermizo (padeció serios problemas pulmonares desde su infancia), solitario (creció al margen de otros niños, recluido en hospitales con dolorosos tratamientos, y vivió aislado en su hogar, únicamente en compañía de su mujer), pobre (su padre era dueño de un modesto taller de carpintería), atormentado (sufrió los efectos emocionales de la relación violenta entre sus padres), hijo ilegítimo (fue víctima del oprobio debido a su condición social), el escritor austriaco Thomas Bernhard fraguó una obra vasta, lúcida y oscura: más de diez novelas y obras de teatro, una autobiografía en cinco volúmenes, algunos poemas y un libro de relatos. De su obra destaca su novela Tala, considerada por ciertos sectores de la crítica como una de las cimas de su creación literaria y una de las obras más memorables de la literatura europea del siglo XX.

Publicada en 1984, Tala, temáticamente es una invectiva contra el hermético gremio artístico de Viena —infectado de fatuidad y apariencias— y contra el matrimonio Auersberger —artistas falsos, pertenecientes a las altas esferas sociales de Austria—. La sociedad artística de Viena es descrita por el escritor como una cofradía de fingimiento y banalidad, en donde los artistas se vanaglorian mutuamente, sin mayor razón, y se saben (se creen) piezas notables de una hermandad de prodigios artísticos; el matrimonio Auersberger, por su lado, es visto como un vínculo amoroso enfermizo, de codependencia, atravesado nocivamente por el interés y la vanidad, y que expresa superficialmente una predilección simulada por la filosofía más elitista y los exquisitos banquetes en honor a los mismos miembros del gremio artístico. Todo lo que Bernhard toca lo descubre, revelando la cloaca misma de lo aparente.

El protagonista de la novela es el propio Bernhard —un ser envidioso, rencoroso, soberbio, mentiroso, paranoico, aunque, paradójicamente, humano y compasivo—, quien asiste a una cena con motivo del suicidio de Joana, una bailarina fracasada de Viena, amiga del narrador y de los Auersberger. La novela transcurre en una noche, desde que Bernhard se sienta en su «sillón de orejas» para describir la mentada cena de los Auersberger hasta que abandona ese sitio, presa de un ataque de pánico. El Bernhard novelado corre hacia el centro de Viena, huyendo de la denominada «cena artística» —nominación que se alude con un agrio sarcasmo—, mientras despotrica en contra de los Auersberger y de la denominada sociedad artística vienesa.

Las reiteraciones compulsivas de los nombres de las cosas y la exageración de las circunstancias son dos rasgos esenciales de la poética de Tala; como en muchas de sus obras, Bernhard se presenta como un escritor obsesivo y exagerado. La oscura narración del protagonista es consciente de sí misma; el lenguaje vuelve sobre sí mismo, y se corrige, se amplifica y se reitera. Repite, en un afán obsesivo y maniático, las tensas situaciones que viven sus personajes. Su prosa se parece al monólogo de un desquiciado: cada palabra repetida aumenta la ansiedad nerviosa de quien la profiere. Los narradores de Bernhard, por lo regular, adolecen de un tormento emocional explícito, y lo muestran en su angustia expresiva. Por otro lado, en Maestros antiguos (novela fundamental de 1985), Bernhard describe su arte como el arte de la exageración. La prosa del autor de Tala es desmesurada en su fondo y en su forma; frases interminables, laberínticas, llenas de circunloquios que contienen diatribas, críticas, agravios, ironías amargas, sarcasmos violentos, deducciones pesimistas, interpretaciones paranoicas y manifestaciones de odio y rabia.

La demostración —¿advertencia?— esencial de Bernhard, al menos en lo que respecta a esta novela, es que la mayoría de los vínculos humanos son falsos e insanamente llenos de intereses individuales, en los que el prójimo es visto como un medio para conseguir fines egoístas. Los vínculos humanos, para Bernhard, se enmascaran en relaciones personales falaces; a veces, mediante un supuesto nexo artístico que, en el fondo, no es otra cosa que una relación tóxica y abrasiva, sujeta a la depredación del más fuerte. Bernhard tiene una visión muy pesimista —¿o muy real?— de las sociedades humanas, y su narrativa es un necio y feroz empeño por develar los engaños ocultos en ellas. Podría pensarse, por lo anterior mencionado, que Bernhard funge como un clérigo o como un hombre noble; nada de eso, Bernhard no se sitúa en una posición moral superior: se sabe esclavo de los vicios y las inmundicias que denuncia —aunque, a veces, en su narrativa, luzca un breve destello de humanidad—.

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