Año 14, Número 183.

Obras completas (y otros cuentos) de Monterroso se encuentra en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación 863.6 MON 2002

Melisa Munguía

Cuando se habla de Monterroso, se habla de su maestría para escribir cuentos, de su brevedad, de su sentido del humor. Se habla también de su activismo, de su vida e impacto dentro de la literatura. Se habla de todo lo que una puede encontrar en su representación del ser humano, con tantos matices y en situaciones y circunstancias distintas de la vida. Ser persona a través de sus textos se convierte en una experiencia emocionante y nunca deja de lado lo triste y ridículo que puede llegar a ser. Expone facetas interesantes del ser humano sin emitir juicio, simplemente analiza la naturaleza humana de una forma graciosa.

Uno de los temas más recurrentes dentro de su obra es el de la literatura y la vida del escritor. Algo que no debería ser una sorpresa, ya que su padre tenía una imprenta, dejó de estudiar para dedicarse a leer y según leí en una biografía, en uno de sus trabajos como carnicero, su jefe le hacía recomendaciones literarias. Es lo que conocía. Y bien, estos ejes temáticos se enfocan tanto en la creación y herencia literaria como en el escritor y su función dentro de la sociedad.

Al ser algo que le era tan familiar, se puede notar un sentido de madurez en su obra que igual puede ser producto de su escritura tardía, por decirlo de algún modo, ya que, a pesar de leer desde siempre, empezó a publicar casi a los cuarenta años. Simplemente podemos percibir esto al leer el título de su primera publicación:Obras completas (y otros cuentos), 1959. El título nos dice mucho de su personalidad literaria y es este libro de cuentos el que nos presenta los temas que serán constantes en su obra: el humor como oposición, que no es tanto una evasión de la realidad, sino una forma de afrontarla; la crítica al academicismo y la solemnidad; y, sobre todo, el escritor bloqueado o enmudecido, incluso medroso. El escritor que puede renunciar un poquito a escribir, pero nunca a leer y conocer el mundo porque eso es una excusa para procrastinar mejor. Sus personajes son capaces de todo, incluso de hacer el ridículo, lo que hace su lectura especialmente divertida.

Para Monterroso, como para sus personajes, todo lo que existe alrededor es un estímulo literario: la selva, una pulga, las moscas, las cucarachas, las vacas, la cantina o la calle. Así, acompañamos a Mr. Taylor en su búsqueda de cabezas por el sur. Vamos por la calle y acompañamos a quienes sólo quieren hablar porque, a fin de cuentas, es parte del deseo más profundo del ser humano. Leemos sobre personajes que son una clara crítica social, política y económica —como la primera dama, que no sabe cada cuánto tiempo se desmayan los niños hambrientos—, así como nos sumergimos en el seno familiar, tan extraño sin importar cual sea. Presenciamos el sacrificio del fray Bartolomé Arrazola, quien cree que su conocimiento sobre los eclipses lo va a salvar de la muerte, al mismo tiempo que nos demuestra que Aristóteles no es tan importante.

Al leer Obras completas (y otros cuentos) también nos perdemos en los tamaños, que bien pueden ser pequeños o grandes de forma indistinta y genera confusión para quienes se enfrentan a aquello que les es distinto. Y esta ambigüedad en los tamaños se extrapola al perfeccionismo —presente en personajes como Leopoldo o Feijoo—, que no tarda en revelarse como lo que verdaderamente es: la inseguridad. Augusto retrata una y otra vez la importancia de la literatura para la vida como forma de ser escuchado. Sus pasajes, ligeros en apariencia, se llenan de hombres y mujeres que simplemente existen. «Todos contando interminablemente su historia, todos pidiendo compasión».

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