Año 15, Número 200.

Hay muchas maneras de construir los gentilicios, en nuestro país usamos principalmente los sufijos -eco, -ano, -ense

Ramón Moreno Rodríguez

Una de las maneras para evidenciar la vitalidad de una lengua consiste en observar su capacidad de crear neologismos. Entre más se forman, más dinámica es. Y la española es una lengua, como las que más, que constantemente crea nuevas palabras. Las maneras de hacerlas son muy variadas, desde inventarlas (vocho, por Volkswagen sedán), “revivir” algunos cultismos latinos que en español se habían perdido (delicatus evolucionó a delgado y después se creó el cultismo delicado), unir dos palabras primitivas para formar una nueva (hispanoamericano), tomarlas de otras lenguas (restaurante) o derivar de una primigenia otra nueva (del sustantivo carro se creó el sustantivo carril). De estos neologismos queremos hablar hoy; es decir, de aquellas palabras nuevamente creadas a partir de derivarlas de otras más antiguas.

Como es sabido, el proceso de derivación consiste en tomar una palabra y agregarle un prefijo (de decir se derivó pre+decir= predecir) o un sufijo (de verdad se derivó verdad+ero= verdadero) o ambas partículas (de romper se derivó i+romp+ble= irrompible). Otro aspecto importante de la derivación es que se pueden construir las nuevas palabras a partir de sustantivos, adjetivos y verbos, y con éstos se pueden hacer nuevos verbos, sustantivos y adjetivos. Por ejemplo, el verbo producir dio origen al sustantivo productividad; por su parte, del sustantivo mar surgió el verbo marear; del adjetivo fácil se obtuvo el verbo facilitar y del verbo tener se construyó el adjetivo atenido. En fin, que se pueden derivar muchas palabras haciendo todas las posibles combinaciones que se nos puedan ocurrir.

Sólo hay una limitación de carácter lógico, aunque no siempre se respeta, y de esto va la presente reflexión. Quiero decir que cuando construimos nuevas palabras debemos tener el cuidado de que éstas vengan a resolver una necesidad del habla, que lexicalmente llenen un espacio que hasta antes estaba vacío. Por ejemplo la palabra mexiquense para referirse a las personas originarias del Estado de México. Es lógico que de la palabra México hayamos derivado el gentilicio mexicano; la cuestión es que hay tres Méxicos, el país, el estado y la ciudad. Hay muchas maneras de construir los gentilicios, en nuestro país usamos principalmente los sufijos -eco, -ano, -ense (chiapaneco, veracruzano y jalisciense); nos pareció más lógico usar como gentilicio nacional mexicano, y los otros, que son muchas las posibilidades, los desechamos. Pues bien, como nos parece que la única forma de construir este gentilicio es a la manera en como lo usamos actualmente, las otras dos frases sustantivas (Estado de México y Ciudad de México) quedaron huérfanas de sus respectivos gentilicios pues no había uno para ellas (no existía mexicaneco ni mexiquense). Si no recuerdo mal, el neologismo mexiquense surgió hacia finales de los años setenta del pasado siglo o acaso a principios de los ochenta. Todavía recuerdo que, cuando la escuché por primera vez, me pareció desagradable; hoy, con su uso generalizado y por el hecho de que ha venido a llenar ese espacio vacío al que me refería, ha cobrado una carta de naturalización perfecta y ya a nadie le parece desagradable y su uso está totalmente generalizado y muchos diccionarios la incluyen, entre otros, el DRAE. En éste se puede leer la siguiente definición: “Natural del estado de México, en la república mexicana. U. t. c. s. || Perteneciente o relativo al Estado de México o a los mexiquenses”.

No obstante este principio de economía del lenguaje de que deben de construirse nuevas palabras para resolver una necesidad, de vez en cuando surgen otros neologismos inútiles porque no vienen a solucionar nada, sino que son redundantes. Eso sucede con la palabra influenciar; en mis tiempos mozos no recuerdo haberla oído, pero en las últimas décadas se ha generalizado de una manera sorprendente. De tal modo es su aceptación, que algunos diccionarios ya la incluyen en sus enlistados, cosa que me parece un exceso porque es inútil y está torpemente construida. Veamos.

Influenciar es un verbo transitivo que se construyó a partir del sustantivo influencia y significa que cierta cosa o persona produce efectos sobre otras personas o cosas, por ejemplo, el chamán influenció en el ánimo de los enfermos. Por otro lado tenemos el verbo influir, que es una evolución del verbo latino influere y que en sus orígenes tenía la idea de “penetrar”, es decir de que una cosa entra en otra, corriera por dentro de esa cosa. Como se puede observar, esta idea es concomitante con la definición que habíamos dado antes. Pues bien, este verbo (influere/influir) fue tan rico y productivo que de él se originaron muchas palabras, tanto en latín como en español, y así tenemos fluir, fluido, influjo, flúor, fluvial, flujo, flojo, fluctuar, efluvio, confluencia, etc.

En consecuencia, si ya teníamos el verbo influir, y de éste derivamos el sustantivo influencia para luego de éste resultara un nuevo verbo (influenciar) ¿qué necesidad se tenía de tal neologismo? Ninguna. La construcción el chamán influyó en el ánimo de los enfermos está perfectamente construida y tiene a su favor que es una palabra castiza en oposición a influenció que se escucha desagradable y confusa. Tal es así la aceptación del neologismo, como ya dijimos, que muchos diccionarios ya la enlistan, aunque es oportuno aclarar que no la definen, sino que se remite al lector a buscar influir. Esto sucede entre otros lexicones con el DRAE.

Por lo tanto, soy de la idea de que todo neologismo (escaneado, por ejemplo) que se invente y que tenga una utilidad debe ser bienvenido, pero que el desagradable adjetivo influenciado debemos rechazarlo y debemos utilizar en su lugar el castizo y limpio influido.

Para concluir, sólo diré que suelo recomendar a mis alumnos que si ellos acostumbran usar este verbo, tengan el cuidado de saber discernir en qué contexto lo utilizan. Mientras sea en la charla y con los amigos, bueno y pase, pero deben tener particular cuidado al escribir un texto formal, como los ensayos y reseñas que redactan para sus profesores en la universidad; en éstos no deben dejar colar tan desafortunada palabra porque, les digo, si ya a alguien se le ocurrió crear el neologismo influenciar a partir del sustantivo influencia, no vaya a ser la de malas que a otro se le ocurra inventar el verbo influjar a partir del sustantivo influjo.

ramon.moreno@cusur.udg.mx