Año 15, Número 205.

Imagen: vertele.eldiario.es

Martín Aguayo Rivera

Love, death and robots es una de las series animadas más fascinantes en el universo netflix. Nada le pide a una buena antología de cuentos misceláneos: navega con maestría entre las aguas del realismo —si es que la historia de una astronauta que orbita alrededor de la tierra y que debe arrancarse el brazo para sobrevivir se puede categorizar como tal—, el terror, la ciencia ficción, la fantasía, el ciberpunk, y recién estrenó su tercera temporada.

Peco de no haber visto ya las tres temporadas completas, pero casi puedo asegurar que el primer episodio de la segunda temporada, “El gigante ahogado”, es de los mejores. El argumento es el siguiente: el cuerpo de un joven apuesto y gigante arriba a las playas de un pueblo costero. Luego de una tormenta, un grupo de pescadores encuentra el cuerpo y Steven, el narrador protagonista, acude al sitio junto con dos de sus colegas científicos. Lo que le sigue al hallazgo es una reflexión inspirada por el asombro en torno a la belleza del ahogado: “su estatura magnífica —dice Steven— evocaba una imagen auténtica de un argonauta ahogado o de un héroe de la Odisea”…

En una de las palmas del gigante se ha acumulado agua de mar y en ella nadan algunos peces. La imagen remite a los restos marinos que trae pegados el ahogado de Gabriel García Márquez en “El ahogado más hermoso del mundo”. Alrededor de aquel argonauta se ha congregado un montón de gente y trepa a su pecho una joven animosa. Es aquí cuando el episodio de la serie se conecta con aquel personaje de “Los trabajos de la ballena” que se trepa al enorme animal en símbolo de supremacía. La gente se acerca y sube al cuerpo y entonces hay una toma desde arriba que hace ver a los pueblerinos curiosos como hormigas hambrientas.

A los tres días —número importante que guarda relación con los matices sacros del texto de Zepeda— Steven revisita el sitio y nota que la carne empieza a corromperse. Él sigue maravillado, pero la expectación, el asombro inicial de la gente se opaca. Con los días buscan el modo de despejar la zona y mutilan los miembros —como ocurre con la ballena en “Los trabajos…—. Ya no hay nada de interés en aquello.

Las similitudes entre la ballena de Eraclio y el ahogado de Love, death and robots son tantas que parecen una misma cosa: la putrefacción, las gaviotas sobrevolando en círculos, el desinterés del pueblo que al principio encontró en el ahogado una excusa para salir de la monotonía. Este último detalle se aparta del cuento de Gabriel, pues el pueblo ve en el ahogado Esteban, un estandarte, un símbolo identitario, detalle que no comparten las otras dos obras. Por cierto, ¿el nombre de Steven habrá sido coincidencia o se trata de un homenaje al nobel colombiano? 

El episodio explora nuevos caminos: Steven logra encontrar aún la belleza en la carne corrupta, el cuerpo mutilado, ensombrecido. Es la belleza que hay en la transformación y en el curso natural de la vida. Y puede verla aun cuando solo han quedado los enormes huesos esparcidos como souvenirs en diferentes partes del pueblo.

El gigante ahogado es una de las tantas pruebas de que en las nuevas tecnologías del entretenimiento se pueden encontrar historias hermosas, y que podemos encontrar literatura y poesía no solo metiendo las narices entre las páginas de un libro.

Nota: haber encontrado ecos de “El ahogado más hermoso del mundo” y “Los trabajos de la ballena” en el episodio en cuestión, me mantuvo sorprendido y seguí investigando al respecto. Naufragué unas horas en internet y me encontré con que J. G. Ballard, el grandioso cuentista inglés, tiene un cuento homónimo. De hecho el episodio está inspirado en tal cuento. Habría que cambiar, entonces el título de este texto, porque sí era una ballena, pero no dos, sino tres ahogados.

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