Año 15, número 188.

Normalmente, cuando dos lenguas están en contacto, la dominante, la que posee el prestigio social y lingüístico, influye en la otra, en primer término, prestándole palabras

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Ramón Moreno Rodríguez

En fechas recientes transitaba por la carretera que va de Colima a Ciudad Guzmán y leí al borde de la misma la cartela que anunciaba la siguiente población, El Ocotillo. La soledad del viaje y la tranquilidad del camino le permite a uno ser caviloso, y así, acompañado por el suave siseo del auto que conducía, me quedé reflexionando sobre esta palabra: Ocotillo.

Este topónimo tiene un origen híbrido, su raíz es náhuatl y alude a los árboles resinosos como los pinos. Por otro lado, su gramema se origina claramente en el español, pues con ese sufijo se construyen los diminutivos y despectivos. Es un fenómeno tan recurrente en nuestro país –el que el náhuatl y el español se hayan entrelazado e influido– que ya ni reparamos en ello. El encuentro entre una y otra lengua (es un decir, en realidad fue un encontronazo) dejó claras huellas en el uso que los mexicanos de hoy hacemos de una y otra; y ambas, desde la perspectiva lingüística, se enriquecieron. Socialmente hablando, en realidad fue una imposición de una contra la otra. Por ejemplo, la lógica diría que la lengua dominante de nuestro país debería ser el náhuatl y el español tendría un uso realmente marginal y sin embargo no es así, y eso sucede porque una lengua se impuso violentamente contra la otra. Insisto en que estoy hablando del fenómeno social.

Volvamos a los aspectos lingüísticos. Normalmente, cuando dos lenguas están en contacto, la dominante, la que posee el prestigio social y lingüístico, influye en la otra, en primer término, prestándole palabras; este es su influjo más profundo, menos, muy poco, hace préstamos para sus hondables estructuras como su morfología o su sintaxis. Y así sucedió con el náhuatl, que recibió muchas palabras prestadas del español; normalmente eran términos que existían en la realidad hispana y no había un equivalente en la lengua mexicana. Así, se incorporaron a nuestro idioma autóctono expresiones como cuchara, peso, kilo, etc. Incluso, al náhuatl también se incorporaron palabras que, a pesar de tener su equivalente, la fuerza influyente del español impuso sus propios usos, tal es el caso de “tortilla”, que es como los españoles llamaron a esos discos de maíz que los indígenas llamaban tlaxcalli.

Y aunque parezca que me alejo un poco de mi propósito, contaré que hace muchos años viajaba de madrugada en un autobús de la ciudad de México a la Huasteca Potosina. Los que subimos por la noche en la gran ciudad hablábamos en español, lógico es. Pero en el camino, en la oscuridad y ya para amanecer, el camión se fue deteniendo en muchas poblaciones y los pasajeros fueron cambiando poco a poco. Ya había amanecido y el vehículo iba repleto de nuevos viajeros. Me despertó una incomprensible charla, eran dos campesinos que entre ellos hablaban náhuatl y me llenó de sorpresa (era la primera vez que escuchaba hablar una lengua diferente a la mía) oír su melodioso parloteo, típico de la entonación de la lengua mexicana y surgir constantemente de esa ininteligible conversación, palabras que lograba identificar y entender. De ese diálogo surgían términos como, peso, tortilla, kilo, chiquillo, ropa, coca, dinero, etc. ¿Terminé por entender lo que decían? Por supuesto que no, me quedé tan en babia como cualquier otro escucha que no sabe la lengua de Nezahualcóyotl.

De momento me preguntaba si con los años, el poderoso influjo del castellano sobre el náhuatl terminaría por convertir a esta lengua en una especie de dialecto hispano que todos los hablantes del español, aunque con algunas dificultades, terminarían por entender. Pensaba en el latín y el inglés y en una graciosa afirmación que alguna vez hizo Jorge Luis Borges, y era el que el lenguaje de Shakespeare debería ser considerado como un idioma neolatino como el francés, el portugués o el español.

Y es que a esta lengua le sucedió con el latín lo que le pasa al náhuatl con el español. Es decir, produjo el latín en el inglés tal influjo léxico que dejó cientos y cientos de palabras en la lengua británica; más, muchas más que las que el español ha dejado en el náhuatl. Le pido al amable lector que seleccione al azar un párrafo en inglés y trate de localizar todas las palabras de origen latino que contiene, descubrirá con sorpresa que serán como la mitad o todavía más, y a esos niveles no ha llegado la presencia del español en el náhuatl.

Supongo que a los legionarios romanos les pasaba lo que a mí me pasó en la Huasteca cuando llegaban a la isla británica y escuchaban al pueblo llano hablar una incomprensible lengua de la que emergían decenas y decenas de palabras que entendían claramente.

Eso es en síntesis lo que pasa con el influjo del español en el náhuatl, al revés tenemos aspectos muy parecidos, pero con matices notables. Veamos. Lo primero que hay que decir es que las influencias que el náhuatl ha dejado en el español son esencialmente elementos del léxico, al igual que le sucede al náhuatl con el español. Nada ha dejado la lengua americana en la europea en cuanto a la sintaxis o a la morfología. Por otro lado, podríamos hablar de dos tipos de importaciones léxicas que recibe el español; en primer término está el que llamaremos por comodidad español universal, en el que permanecen muy pocas palabras de la lengua de Cuauhtémoc, acaso unas decenas. Términos como tomate, aguacate, petate, malacate, galpón, chicle, chapopote, etc., serían los términos de origen náhuatl que se usan en casi todas las partes en que se habla la lengua hispana, desde la Patagonia hasta Estados Unidos, pasando por España o Guinea Ecuatorial. Por otro lado está la influencia, muy poderosa, que ha dejado el náhuatl en el español hablado exclusivamente en México. Acá, fenómeno lógico, el contacto intenso y cotidiano de ambas lenguas hace que nuestro español esté rebosante de términos de origen náhuatl que no se usan en otras regiones del español, pienso en palabras como chiche, chinanpina, apapachar, tapanco, escuincle, achichincle, chilaquiles, enchincualado, popote, cuate, cajete, cuastecomate, tianguis, equipal, cacles, zopilote y un largo etc.

Y esto es en cuanto al léxico cotidiano, es decir, palabras totalmente integradas en el habla nuestra. A ellas tendríamos que agregar una lista larguísima de términos nahuas que constituyen la toponimia de nuestro país; expresiones, ciertamente, que en su origen eran exclusivas del náhuatl pero que hoy forman parte del español nuestro y en consecuencia se han hispanizado. Son denominaciones de lugares que se conservan idénticos en español o casi idénticos a como se usan en la lengua mexicana, me refiero a lugares como Xochimilco, Atenco o Atotonilco, pasando por vocablos que se han hispanizado un poco, como México, Jalisco o Colima, hasta llegar a nombres de lugares que se han transformado radicalmente como Singuilucan (Tzoquiyucan), Ajacuba (Axocopan), Tacubaya (Atlacuihuayan) o topónimos que han sufrido una transformación aún más radical y por lo cual es imposible pensarlos como léxico proveniente del náhuatl; entre estos casos están Churubusco que es la hispanización de Huitzilopoxco o Cuernavaca que es la adaptación al español de Cuauhnáhuac.

Para concluir, digamos lo que pasa con Ocotillo. Esta palabra debe ser un neologismo creado dentro del español mismo y no una pronunciación hispanizada de una palabra náhuatl como sucede con México que es la pronunciación a la española de Meshico, palabra grave, no esdrújula. Es decir, quien la inventó debió ser un mestizo que hablaba el español como lengua materna y usaba el náhuatl como segunda lengua, por lo tanto, no se le dificultaba ir de una a la otra y derivó de ocote, ocotillo; es decir, que no dejaba de pensar en español y por lo tanto tomó una palabra del náhuatl y la usó como si fuera hispana e hizo con ella como haría con cántaro (palabra hispana de origen latino), de la cual podía derivar cantarillo o usar molino (igualmente hispana originaria del latín) para construir molinillo. Si el derivado lo hubiera hecho utilizando la manera en como se hacen los derivados del diminutivo o del despectivo en náhuatl, tendría que decir ocotil o acaso ocotontli.  

Final, final. ¿Le pasa al español hablado en México lo que le pasa al náhuatl? Es decir, cuando un nahuatlato escucha a un hispanoparlante, ¿surgen de entre aquellas palabras incomprensibles decenas y decenas de términos que entiende cabalmente porque son originarias de su lengua aunque no entienda el resto del mensaje? Yo creo que sí. Y eso no nos hace concluir la ingenua inferencia que hice cuando era un adolescente de pensar, simétricamente, que quizá un día el español hablado en México termine por ser una especie de dialecto del náhuatl.