Año 16, Número 226.

Esta reseña forma parte de las actividades de retribución social de los alumnos de la maestría en Estudios en Literatura Mexicana del Departamento de Letras del Centro Universitario de Ciencias sociales y Humanidades (CUCSH).

Andrea Lizbeth Guzmán Lima

La escritora originaria de Oaxaca, Karina Sosa Castañeda (1987), publica en el 2020 Caballo fantasma, su primera novela, bajo el sello editorial Almadía. La obra se centra en Ka, una arquitecta que, al regresar a su natal Oaxaca debido a la muerte de su madre, intenta construir(se) por medio de la memoria los cuerpos que habitó y la habitaron, en especial el de su madre muerta. Guillermo Fadanelli nos da una pista para una posible lectura de la novela: “Nos hace sospechar que el único mundo real es el imaginario”. Se trata del mundo de la memoria que reconstruye. 

Me interesa destacar a continuación las formas de construir cuerpos desde el ejercicio literario de recordar que tiene Ka. Entre muchas cualidades que tiene la obra (y que le merecieron el premio Amazon Primera Novela del 2021), las múltiples formas de observar la memoria de la protagonista construyen una temporalidad disyuntiva de pasados presentes. Ka habita un espacio lleno de discontinuidades. Sus recuerdos, sus relaciones e incluso sus lecturas, son segmentos en su espacio. El texto es un ejercicio de hilado de estos puntos anclados, islas circundadas por la extrañeza de querer conocer. 

Ya desde Aristóteles “el hacer presente lo ausente” constituye uno de los tópicos recurrentes en las obras literarias que ponen especial atención en los recursos estilísticos de la rememoración. Uno de los recursos evidentes de la obra al momento de trabajar la memoria es la cantidad enorme de elementos intertextuales. La búsqueda por las corporalidades se va hilando al mismo tiempo que los poemas, las cartas, las fichas técnicas, las pinturas, que van desplegándose en una narrativa que intenta construir pasado y presente. 

La forma de evocar al caballo, ya sea como símbolo de lo que conoce o como metonimia de lo que no, acaba siendo el recurso necesario para edificar la memoria perdida: la figura de su madre. La imposibilidad de llorar con la que abre y cierra la novela marca la esencia de la búsqueda que comienza con el anuncio de la muerte: “La ausencia de mi madre, sólo me pesó en el momento en que me informaron: Tu madre murió. Nunca antes”. La muerte detona la memoria. Lo que no se puede decir. 

Algo interesante es que ninguno de los cuerpos que se reconstruyen mediante la memoria existen realmente. Ni N, ni Kevin, ni su madre, ni siquiera su padre. Ninguno de los personajes. Los cuerpos que antes conoció Ka (o que no (“Quizá Kevin no me recuerde. Cada quien crea gestos que escapan a nuestros deseos”), no son los mismos que los que ahora trata de imaginar y reconstruir con la memoria. Del mismo modo que la protagonista no sabe de los cuerpos, ellos, los otros, tampoco saben nada de ella: “Mi padre, al igual que casi todo el mundo, no sabe nada de mí”. 

En la novela el valor memorial es el eje rector. Leonor Arfuch escribe con respecto a dicho valor: “Existe, también, en el espacio biográfico, lo que podríamos llamar el valor memorial, que trae al presente narrativo la rememoración de un pasado, con su carga simbólica y a menudo traumática para experiencia individual y/o colectiva”. Hay, por tanto, una actualización reconstruida de la realidad. Es por ello por lo que la forma del caballo de Ka siempre será diferente a la del de su madre. El caballo permanece fantasma en tanto que siga permaneciendo en la memoria. 

Caballo fantasma aparece entonces como un ejercicio especular donde el cuerpo que se intenta reconocer por medio de otros fracasa. Nos inunda de melancolía y de ese deseo primigenio de saber quiénes somos. Definitivamente la obra se posiciona como una de las muestras más intensas de la narrativa mexicana contemporánea porque, aunado a todo lo que he escrito aquí, nos cuenta de nosotros mismos. Ka, Karina, todas somos lo que no podemos asir.