Año 15, Número 194.

Melisa Munguía

Cuando se habla de ciudades imaginarias se piensa en Onetti, en Rulfo, en Garcia Marquez o Alejo Carpentier. Todas estas ciudades se viven a través de la perspectiva que el personaje puede tener de ellas. Es el sujeto que observa su realidad y nos demuestra, ya no desde la voz colectiva, sino desde el filtro de su propia existencia lo que existe en el mundo urbano que le rodea. Cuando se llega a las ciudades grandes que parecen trabajar como engranajes, con sistemas establecidos y reglas que todos han seguido ciegamente ─sin cuestionar nada, simplemente llenando escenarios y desempeñando el papel definido─, ya no existe la chispa en un mundo que se vuelve el mismo paisaje todos los días. Pero la existencia no es tan simple como eso, en realidad se existe junto con el otro, y la experiencia es distinta para cada individuo, así como los sueños, los símbolos, los mitos que los mueven para levantarse cada día o hacer cosas que otro no haría. Asesinar a alguien, por ejemplo, como lo hace Pablo Castell en El túnel, de Ernesto Sábato.

Ernesto Sábato nació en Rojas, Argentina, en 1911. Estudió Física en la Universidad Nacional de la Plata, pero tras la Segunda Guerra Mundial, la desilusión le hizo voltear la mirada hacia las artes y fue cómo se hizo pintor y escritor. Su primera novela, El túnel, expresa gran parte de esa desilusión. Ernesto vivió casi cien años, y dedicó gran parte de estos a publicar ensayos y algunas novelas.

La novela comienza tiempo después de la Segunda Guerra Mundial. Juan Pablo Castel, un artista de Buenos Aires, exhibe una pintura de una ventana y una silueta femenina que mira hacia el mar. Esta pasa desapercibida por la mayoría de los asistentes, a excepción de una joven, de quien Juan Pablo se percata y obsesiona casi de manera instantánea. Cree que ella es la única mujer que entiende y puede apreciar verdaderamente su obra. En ese momento, la perspectiva del personaje se enfoca ─como con visión de túnel─ únicamente a esta mujer, y su sentido de la realidad queda relegado a segundo plano; ya no vemos el Buenos Aires que quizá los argentinos conocen, sino el Buenos Aires de Juan Pablo y su obsesión con esta mujer. Eventualmente, esta joven se pierde entre la multitud, y Juan Pablo cree que no la volverá a ver jamás. Está convencido, pero la encuentra después entrando a un edificio y comienza a hacerle preguntas sin sentido una vez que entran en el elevador. Ahí comienzan a conocer la existencia del otro dentro de una ciudad que ya no es la misma. María Iribarne, la obsesión de nuestro protagonista, es una mujer de la que solo conocemos un poco de su pasado; claro, porque nos la narra Juan Pablo.

El protagonista es un hombre inconforme con su entorno, pero reconoce que todo a su alrededor es absurdo. «La experiencia me ha demostrado que lo que a mí me parece claro y evidente casi nunca lo es para el resto de mis semejantes» (10). Así, podemos comprender que el arte de parecer un ser social, o simplemente ser una persona, se le dificulta. Y cree que su entorno se rige bajo su lógica. Su encuentro con María le demuestra algo distinto a lo que conoce, ve en ella algo bueno que jamás había visto, e inmediatamente siente que su más profundo deseo es poseerla y dominarla.

Y empieza a hacerlo. La intenta dominar, moldear casi para que pertenezca nada más a su realidad. María, por otro lado, es una mujer pasiva que lo último que quiere hacer es dañar a quienes están a su alrededor. Sin embargo, Juan pablo es analítico hasta la irracionalidad, en momentos; es tan consciente de sí mismo, pero tan inepto para cambiar aquello que lo ata a una enajenación de la ciudad. Todas sus interacciones se ven envueltas por espirales que lo llevan a ver a María como un alma gemela que finalmente lo querrá. Y, ¿para qué? Para finalmente asesinarla. Pero esto no es un spoiler, lo dice desde el principio. En los pensamientos del protagonista el ser y la nada confluyen de una manera que, como el mito, existe en su propio tiempo; El túnel podría ser releído y aún tener bastante sentido.

Para que existan y puedan desarrollarse las ciudades imaginarias, es necesario que exista la perspectiva de alguien que experimenta algún tipo de exilio, sea real o imaginario. Juan Pablo no es estrictamente parte de la sociedad, en ocasiones no entiende su lugar y en otras lo entiende en demasía.

Que el mundo es horrible es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un expianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva. (6)

También se puede ver, a lo largo de la novela, una necesidad vital del inconsciente por estar unido con la consciencia y viceversa. Mientras se exilia de su propia vida, está aferrándose a mantener la conciencia de una forma u otra, porque es más fácil así, aunque parezca que no. Por eso no puede moldear la totalidad de su realidad y de su propio espacio. Los espacios que habita Juan Pablo se ven inevitablemente influidos por el exterior. Antes de mencionar que está en la cárcel, se hace alusión a espacios abiertos, al mar, a la inmensidad del cielo.

En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase «todo tiempo pasado fue mejor» no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que –felizmente– la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que «todo tiempo pasado fue peor», si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. (6)

A diferencia de un narrador que asume la voz de la colectividad, como sucede en muchas de las ciudades imaginarias, aquí predomina el individuo, un ser narrante conflictuado, en contraste con ese medio que ama y desprecia al mismo tiempo. Se muestra ajeno a sí mismo y a la misma ciudad, pero de una forma premeditada. Entiende que la ciudad cambia, con él o sin él, pero no es fácil deshacerse de su visión de túnel, e irremediablemente cae en la trampa de creer que la ciudad será la misma para siempre; y ahora él está tras las rejas.

leslie.munguia5824@alumnos.udg.mx