Año 15, número 190.

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Ramón Moreno Rodríguez

Dice Jorge Luis Borges en su cuento “El Aleph” que cuando vio por primera vez esa esfera mágica quedó demudado, porque pudo ver al mismo tiempo un sinnúmero de hechos y paisajes, luego aclara: “Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es”. Quisiera ahora hablar de esta idea de simultaneidad en oposición a la idea de lo sucesivo, no para oponer visión a lenguaje sino habla a la escritura. Me explico.

En estos menesteres de impartir clases de redacción me he topado con que uno de los vicios escriturales más difíciles de vencer en los alumnos es la lluvia de ideas. Varias son las circunstancias que contribuyen a la permanencia de tal vicio en las personas que escriben; incluso, lo he visto en quienes están habituados a tomar con frecuencia la pluma. Hoy hablaré de dos de las causales de por qué muchos escritores inexpertos no pueden resistirse a caer en tal bache, me refiero a las largas proposiciones y a los largos párrafos.

Lo primero que he de decir es que quizá los dos asuntos en realidad son uno solo, y radica tal defecto en que nos precipitamos a querer decir todo a un mismo tiempo y eso produce largas parrafadas y largos enunciados. ¿Por qué la ansiedad de querer escupir todo a la vez induce al alargamiento? Yo creo que es la inseguridad. Dejamos que el fluir de los pensamientos que nuestra mente transforma en palabras pensadas a la velocidad de la luz, se plasmen ipso facto en el papel en palabras escritas. Y eso es imposible. Veamos por qué.

Como ya dije, las palabras pensadas surgen con una gran velocidad, brotan caótica y desordenadamente de nuestra mente y no debemos intentar escribirlas como si estuviéramos dictándole a una grabadora, entre otras causas, porque la correcta escritura tiene una manera muy diferente, y yo diría, contraria, de discurrir de como lo hace el pensamiento. Éste es espontáneo, aquella premeditada; el segundo caótico, la primera ordenada; el uno impulsivo, la otra planificada. En fin, las palabras pensadas son simultáneas como el aleph, la correcta escritura, sucesiva, como el habla.

Cuando un alumno me entrega largas parrafadas ha actuado imprudentemente. Y debo reconocer que en ese charco se embarran muchísimos, inclusive los expertos. Jóvenes que estudian la carrera de letras y que por eso suponemos que deben escribir bien, me han entregado párrafos de media cuartilla, tres cuartos, una cuartilla y hasta más extensos. Sólo al verlos –no necesito leerlos para darme cuenta de que aquello es un batiburrillo– me doy cuenta de que no han sabido evitar caer en el fango de ese vicio, digo que me doy cuenta de que el estudiante ha ido y venido de un asunto al otro sin orden ni concierto.

A las pruebas me remito. Veamos este ejemplo de un párrafo de media cuartilla. “Esta novela del español Enrique Vita-Matas es ante todo una reflexión sobre la escritura y la literatura. La llegada tardía del protagonista a la literatura, quien pasara veinticinco años renegando de todo interés cultural o artístico, da pie a una exploración de libros, autores, citas y referencias  no solo literarias, sino también musicales y cinematográficas. Asimismo, a lo largo de las páginas  y en voz de su protagonista, Vita-Matas plantea las preguntas: ¿no es la vida que nos contamos literatura en sí misma? ¿no es la selección que hacemos de ciertos momentos de nuestro pasado similar a to que hace un escritor que elige soto ciertas escenas para contar una historia? ¿el tiempo no degasta nuestro recuerdos y en consecuencia nos vemos forzados a inventar, aunque sea un  poco, nuestra visión del pasado? Esto queda patente en el siguiente pasaje: «Me dedico a contarme a mí mismo mi vida. Eso es todo. […] a mí me parece  que la vida en sí no existe. […] Yo pienso  que para apresar y comprender la vida hay que contarla, aun cuando sólo sea a la amohada o a uno mismo» (Vita-Matas 164-5). De la misma manera, esta reflexión queda sobre la mesa cuando Enrique visita a su vecino dentista y se percata de que ahora se restringe a contar solamente algunos episodios de su vida raly como los ha escrito en el cuademo de los tres tucanes: Enigmático me ha parecido cierto fenómeno que se estaba apoderando de mi voluntad y que en ese momento he detectado. Me refiero al hecho de que yo hasta ese momento en l a terraza uo había contado nada que no estuviera escrito ya en este cuaderno de los tres tucanes»(72). Entonces,la línea que separa entonces el pasado (la vida vivida) y la literatura (la vida contada) se difumina”.

Lo primero que salta a la vista es que los tipos de errores cometidos por quien lo escribió son muy variados, no sólo lo aqueja el que se hacen enunciados y párrafos muy largos, tampoco hay orden en las ideas y se cometen muchos maquinazos, lo cual revela que no fue un escrito revisado y corregido. Lo más probable es que se escribió y se imprimió sin siquiera una lectura de protección. Y eso, debemos reconocerlo, es un vicio muy recurrente: escribir y no corregir. Un texto bien escrito debe corregirse, tres, cinco, diez veces, todas las que sean necesarias.

En cuanto al ejemplo, veamos la primera proposición (entendemos por esto todo elemento separado por punto y seguido), está bien en cuanto a su longitud, es una línea más tres palabras, pero la segunda son casi cuatro líneas y la tercera son más de cinco. Si fijamos nuestra atención en estas dos últimas, nos daremos cuenta de inmediato que el autor alargó los elementos y no concluía la oración, yuxtaponiendo nuevos elementos, todos ellos encabalgados. 

¿Qué hacer ante estos vicios de redacción? Lo primero, hay que decir que son muy difíciles  de erradicar, muchas veces he topado con muros realmente infranqueables; hay alumnos que se resisten al cambio de punto de vista; y claro, esto tiene que ver con que implica esfuerzo, paciencia y dedicación, y muchos estudiantes no están dispuestos a hacer estas concesiones; algunos, a lo más, aceptan que esta redacción es atroz, pero al mismo tiempo afirman que no tiene caso escribir bien, que eso no sirve para nada. Es evidente que quien asume esa posición a la defensiva está imposibilitado para hacer que progrese su escritura; como dice el refrán, no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír. Y es verdad.

Por lo tanto, van aquí algunas mínimas recomendaciones que pueden ayudar en el buen propósito de hacer un cambio. Primero, tomar como una meta deseable, aunque no siempre fija, el limitarnos en la extensión de nuestros párrafos. Digámoslo así: 

En una cuartilla : un párrafo, nunca

En una cuartilla: dos párrafos, no es deseable

En una cuartilla: tres párrafos, estaría bien

En una cuartilla: cuatro párrafos, es lo deseable, pero no es obligatorio en todas las páginas que se escriban

En una cuartilla: cinco párrafos, puede ser, pero no abusar

En una cuartilla: seis párrafos, no es deseable

En una cuartilla: siete párrafos, nunca

Insisto en dos aspectos: primero, estamos hablando de textos formales como los que escriben los alumnos para sus profesores en la universidad, no de escritores expertos en la creación literaria; segundo, estos principios son como una línea semejante al horizonte, que según nos aproximamos a ellos (a estos principios), se pueden alejar de nosotros y eso no nos debe preocupar, podemos dejar esa hipotética cuartilla así, pero en la siguiente hoja ya no debemos cometer ese descuido. Y lo mismo podemos decir para la extensión de las proposiciones. Veamos.

Una proposición: media línea, está bien pero no es muy frecuente

Una proposición: una línea, está bien

Una proposición: dos líneas, es lo estándar 

Una proposición: tres líneas, puede ser, pero hay que cuidar la lógica y los verbos

Una proposición: cuatro líneas, también puede ser, pero a lo mejor habría otras opciones

Una proposición: cinco líneas, se está entrando en terreno peligroso, ¿Eres muy ducho para escribir?, pues déjala; si no te sientes tan hábil, es mejor que la partas en dos.

Una proposición: seis líneas, mejor es que lo pienses, es muy probable que eso sea una lluvia de ideas.

Una proposición: siete líneas, mejor es que no

Una proposición: ocho líneas, nunca

Dicho de otro modo, y para concluir e ir a lo seguro, que tus proposiciones sean de cuatro líneas máximo, y no todas las veces. Nada de lo aconsejado aquí es infalible, pero con la práctica y la observación se termina por dominar la extensión de los párrafos y las proposiciones.

ramon.moreno@cusur.udg.mx