Año 14, número 173.

El español tiene un sinfín de palabras que se forman a partir de otras, enriqueciendo constantemente la lengua

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Ramón Moreno

Entendemos por palabras derivadas aquellas que se forman a partir de otra que surgió primero y que por asociación o parentesco se le asemeja. Así tenemos la palabra caballo de la cual se derivó, por ejemplo, caballazo. A la nueva se le llama derivada y de la que procede se le llama primitiva, es decir que surgió primero.

Hay muchas maneras de hacer palabras derivadas. De un sustantivo crear otro nuevo: de máscara tendremos mascarilla. De un verbo, un adjetivo, tal es el caso de vivir que produjo vívido. De un sustantivo se puede derivar un adjetivo, así tenemos de negro, negruzco.

A las palabras primitivas no sólo le nacen nuevas palabras posponiéndole alguna terminación, como sería el caso de amar que dio amable, sino también anteponiéndosela, como desamar.

Hay ocasiones en que a una palabra se le agrega un prefijo y un sufijo al mismo tiempo, tal es el caso de conurbación que lógicamente surgió de urbe, a la que se le antepuso el prefijo con- y el sufijo -ción. A este tipo de palabras se las conoce como parasintéticas y nuestra lengua posee muchas de ellas.

La utilidad de los neologismos que podemos inventar a través de la derivación (por ejemplo, de circo cirquero) es que facilitan la comunicación, pues de otra manera sólo podríamos aludir a la cosa dicha a través de construcciones perifrásticas: el que trabaja en un circo.

Por otro lado, hay palabras que son particularmente ricas y que permiten la formación de muchas otras. Pienso en espina, que ha permitido construir varias nuevas palabras. Me es difícil afirmar si espina derivó de espino o al revés, pero aquí está el origen y, de seguro, la diferencia procede del latín mismo. Pensemos que espino es el arbusto que se caracteriza por sus espinas. También existe espinela, que parece tener un sufijo italianizante y que convierte a esta palabra para referirse a un mineral, en nuestra lengua; ignoro si en italiano se llame igual, es muy probable que sí.

Otra palabra derivada de espina es el apellido Espinel, que se hiciera famoso porque un escritor barroco lo llevó. Me refiero a Vicente Gómez Martínez Espinel, que saltó a la fama por su novela Vida del escudero Marcos de Obregón. De él tenemos dos derivados más:  la décima espinela y la vihuela o guitarra, también llamada espinela y que recibió dicho nombre cuando empezó a llevar cinco cuerdas, pues Espinel la dotó de este quinto elemento.

Y si tenemos espinela en femenino, también tenemos esta palabra en masculino. Hay una famosa escultura, llamada Espinelo, que representa a un niño que se ha espinado (y este es un nuevo derivado) un talón, y muy atento, sentado, inspecciona su talón. Y si podemos construir un verbo (espinar), también éste puede ser un sustantivo cuando nos referimos a un lugar poblado por matas de espino. En las cercanías de la ciudad de Colima hay un rancho llamado El Espinal; y con la misma intención de aludir a un campo cubierto de espinas existen poblaciones llamadas Espinar. Sin duda, los dos sufijos (-al, -ar) aluden a la abundancia de algo. Así tenemos, me parece, caminar de camino y comensal de comer.

En conclusión, si no me equivoco, tenemos de espina: espino, espinela (mineral, estrofa, guitarra), Espinel, Espinelo, espinar (verbo y sustantivo) y espinal.

Junto con espina hay otra palabra de la que me gustaría ahora repasar sus potenciales derivados, me refiero a viento. De ésta obtenemos ventolera, con sufijo muy rico, pues ha permitido la formación de innúmeros derivados (chumacera, maletera, comedera, carretera, etc.) Y si ventolera puede significar un viento de poca monta, podríamos tener por el contrario, un viento más agresivo, si nos viene del mar, por ejemplo, al que podríamos llamar ventisca. A ciertas prácticas curativas consistentes en sacar con fuego a través de un pequeño vaso el aire (viento) de la espalda de un enfermo se le llama ventosa. Al aparato con que agitamos el aire de una habitación en días calurosos llamamos ventilador. Por otro lado, permitir que el aire circule en una habitación que ha estado encerrada o tratar ciertos temas a que nos hemos resistido a discutir, se le suele llamar ventilar.

A una cristalería en una pared le podríamos llamar ventanal y a un simple hueco en la misma pared, sin que haya de por medio vidrios que corten o no el paso del aire, le llamaríamos ventana.

He hecho estos dos breves repasos para demostrar la gran riqueza y flexibilidad de la lengua. En ocasiones algunos alumnos, exigidos por mí para que se esfuercen en hacer cambios a los textos que me presentan y que han resuelto mal el ejercicio en cuestión, me dicen preocupados, “profesor, es que no se puede”. A lo cual les he respondido, “piensa, ponte imaginativo y creativo, la lengua es tan flexible y rica que somos capaces de hacer pasar las mentiras por verdades”.

Claro que digo esto, y lo explico de inmediato al que me interpela, como aclaración de las posibilidades tan ricas que tiene la lengua. Nunca debemos caer en la trampa de hacer pasar las mentiras por verdades, porque la lección de la “verdad sospechosa” es muy clara, podría quedar uno atrapado en sus propias mentiras, como le sucede al personaje de Juan Ruiz de Alarcón. Mejor es actuar con autenticidad.  

ramon.moreno@cusur.udg.mx