Año 15, Número 199.

El motor que origina estos ocho cuentos es la ausencia de los hijos. Una ausencia quemante, dolorosa, que es, en los protagonistas, la mancha de un líquido indeleble que bien podría ser sangre o lágrima

Martín Aguayo Rivera

Hace poco más de dos meses terminé con la lectura de Padres sin hijos, y apenas ahora me atrevo a decir algo al respecto. La odisea de conseguir un ejemplar no fue menos interesante que los cuentos: el libro se vendió cual pan caliente y pronto no hubo más remedio que pedírselo prestado a los amigos. Así fue, tuve que viajar a Ciudad Guzmán, Jalisco para al fin tenerlo, con sello de préstamo, entre mis manos. No demoré más la lectura y una semana más tarde había concluido. 

La portada del libro (un árbol naranja y algo torcido, del que cuelgan tres sogas, delante de un fondo azulado) no me dijo nada, pero sentí que la pregunta del epígrafe “…los padres sin hijos ¿qué son?”, iba y venía a través de las páginas, como la fiebre o como un dolor de pecho, una punzada a la mitad del torso. Es esta la forma en que el autor anuncia, (o previene) que las historias serán incómodas, inquietantes y violentas.

Es fácil intuir que la obra gira entorno a la paternidad, pero, ¿qué valor agrega Hiram Ruvalcaba al tema, si tenemos ya figuras como Zeus, Ulises, José Arcadio Buendía, Pedro Páramo y hasta Víctor Frankenstein? El valor estriba en la conversión de los roles: en el cúmulo de historias que componen el libroencontramos, no al Zeus despreciable que no ejerce la paternidad, sino al humano cobarde que está dispuesto a luchar contra lo que sea para ganarse el cariño de su hijo (Tiempo de calidad); no a Telémaco en busca de Ulises, sino a un Ulises que se vio obligado a matar a Penélope con tal de estar cerca de su hijo (Visita familiar 1); no al dador de vida que huyó, sino al que, aún sin haber dado la vida está presente (La flor en el aire). 

El motor que origina estos ocho cuentos es la ausencia de los hijos. Una ausencia quemante, dolorosa, que es, en los protagonistas, la mancha de un líquido indeleble que bien podría ser sangre o lágrima. Vemos entonces a un grupo de padres que, enloquecidos por la tristeza, la culpa, la nostalgia, se enfrentan a los horrores del oficio, y que, obligados por tales ausencias, se cuestionan quiénes son. Como si al no poder ser padres, no pudieran ser más nada.  

En estos cuentos escuchamos, además, los ecos de otros cuentistas: Samanta Schweblin (La flor en el aire), Juan Rulfo (Elefantes marinos, La palabra de Dios, Cómo mueren los pájaros), Raymond Carver (¿Por qué no hablas con él?). E incluso me atrevo a esbozar una breve comparación del cuento La palabra de Dios con el principio de la novela Los de abajo de Mariano Azuela: en ambas obras el núcleo familiar (Demetrio Macías, esposa e hijo; Agustín, Jimena e hijo) es perturbado por un factor externo nacido de la oscuridad fuera de casa (los federales; el tío Abraham). Uno pensaría que aquellos personajes nacidos de las sombras personificarán la violencia y serán una carga para los protagonistas, pero al final del cuento, así como al final del primer episodio de la novela, Agustín y Demetrio Macías se revelan como los personajes más peligrosos en sus respectivas historias. 

Para describir mi experiencia de lectura propongo que, quien lea esta reseña, se imagine atado de pies y manos, y que imagine el libro como una copa de cristal a la orilla de la mesa. La tensión que se construye cuento a cuento es esa copa y da la sensación de que oscila y anuncia la caída. En algunos cuentos (Elefantes marinos, La palabra de Dios) está más a la orilla y uno siente la desesperación y la angustia de hacer algo, desatarse y correr con las manos por delante para evitar la tragedia. Eso es Padres sin hijos, desesperación y angustia.  Si leo esta obra con la mirada de un hijo, puedo imaginar los dolores que han sufrido mis padres. Y si la leo como alguien que en el futuro puede convertirse en padre, imagino que el autor me advierte, con el dedo índice y a la distancia: esto no es un juego, sino una bomba siempre a punto de explotar.

riveradeagua@gmail.com