Año 15, Número 201.

Novecento de Alessandro Barrico, se encuentra en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación  853.92 BAR 2011

Melisa Munguía

En el Virginian había de todo. Millonarios, músicos y emigrantes viajaban por el atlántico a bordo de un barco lleno de historias listas para ser escuchadas. En el Virginian también viajaba Danny Boodman T. D. Lemon Novecento, un pianista que, a diferencia de quienes subían y bajaban del barco a placer, jamás había subido. El barco fue su cuna y el océano fue su casa; quizá, por eso, parecía tener la brisa del mar en la sangre. Su personalidad, semejante a las olas, lo mantenía más allá de todo sentimiento terrenal. Se divertía como un niño e imaginaba como uno.

El libro puede considerarse un monólogo; bien podría ser una puesta en escena o simplemente un relato que debe leerse en voz alta, dice Alessandro Baricco. No abusa de la presencia de los personajes activos y solo tiene dos narradores: el primero explica cómo está constituido el barco, sus características —la falta de una cocina, por ejemplo— y a los tripulantes que podrían encontrarse. Nos sumerge en el jazz que predomina dentro del Virginian y nos hace parte de los bailes que ocurren al son del Atlantic Jazz Band. Y, por supuesto, es el primero en hablar acerca de Novecento.

Tras ser abandonado en el barco por unos pasajeros que sí decidieron bajar, Novecento queda al cuidado de Danny Boodman. Pasa gran parte de su infancia sin tocar la vista de nadie, hasta que, una noche, comienza a tocar música inexistente y atrae a todos hacia el piano. Novecento crece, es un hombre despreocupado que vive más allá de todo. Pasa la vida inventando música y bailando con el océano.

Novecento también se convierte en el segundo narrador —mejor dicho, el primer narrador se transforma en Novecento—. Gracias a él, sabemos que cada pasajero lleva una historia consigo, y que basta con saber leerla. Si se sabe leer a las personas, no es necesario pisar la tierra para saber a qué huelen las calles o la forma en que están construidas las ciudades. Todo esto está escrito en los ojos de los pasajeros.

Leer Novecento, de Alessandro Baricco, es como estar encima del Virginian. Podemos escuchar las trompetas, la batería; se nos permite llorar junto con los tripulantes conmovidos, junto con las palabras. Es una bendición, en este caso, saber leer —aunque solo se sepa leer un libro—. ¡Y qué bueno que tenemos la oportunidad de leer Novecento! Todos los continentes del mundo pueden pasar por nosotros a través del Virginian, a través de Novecento. Podemos conocer todo esto con el filtro de los principios del siglo XX, con todo y las ilusiones de quienes navegaban y las decepciones a las que se enfrentaron.

 Presenciamos con ellos el vaivén del mar, los vómitos, las tormentas, mareos y mareas. Sabemos, en algún momento, que la infinidad de la tierra representa un barco demasiado grande para alguien que ya contiene infinidades, para alguien a quien le basta con el mundo que existe en el barco.

Dentro del Virginian, un barco sin cocina y con tripulantes que suben y bajan para terminar una vida o comenzar otra, nació un hombre que jamás bajó de ahí. Creció rodeado de gente peculiar, de toda clase y de todos los contextos imaginables,  que tenían por objetivo cruzar el atlántico y llegar a América. «Dentro estaba todo: todas a la vez, todas las músicas de la tierra. Era como para quedarse de piedra». El Virginian tuvo el honor de ser su cuna y ataúd. A alguien que lee no lo que dicen los libros, sino lo que está escrito en los ojos, no lo puede enterrar la tierra, sino el mar.

leslie.munguia5824@alumnos.udg.mx