Año 15, Número 200.

En la época actual, la relación de la persona con los objetos (o las cosas) se ha trastocado por una diversidad de factores

Guillermo Vizcaíno Ruiz

La concepción del mundo y de la realidad (nociones que constantemente cambian) parte y se justifica a partir de distintas idealizaciones y conceptos: vínculos, estructuras y acciones que dictaminan, en cierto sentido, la manera en que interactuamos con los distintos espacios circundantes. Una de las formas, que conjuga simultáneamente dichos conceptos, es a partir del vínculo que se desarrolla con los objetos (además de los sujetos) que nos rodean.

En la época actual, la relación de la persona con los objetos (o las cosas) se ha trastocado por una diversidad de factores: la ausencia de distancia respecto a las vías de comunicación con las personas, el almacenamiento de información (de cualquier tipo) en catálogos y redes electrónicas, los algoritmos que tratan constantemente de predecir un resultado esperado y, sobre todo, la manera en que las cosas (y lo que ellas implican) han dejado de verse directamente influenciadas por las acciones de las personas.

Byung-Chul Han precisamente lo muestra en su obra No-Cosas, haciendo un guiño al concepto de Marc Augé relativo a los no-lugares, lo que ha implicado el cada vez mayor enfoque que la sociedad ha posicionado en las informaciones, como entes mediadores de la realidad. Sostiene que hay un mundo cada vez más dictado por binarismos literales (compuestos por unos y ceros) en comparación con los juicios dialécticos cargados de sentimientos y emociones propias y ampliamente diversas. Lo predeterminado y lo artificial se vuelven, de pronto, los principales rectores de un círculo vicioso que constantemente acelera y se consume a sí mismo a través de las preguntas a asistentes virtuales como Alexa, de reacciones en la red social Facebook o de valoraciones instantáneas de perfiles en apps como Tinder.

Partes de esta obra se componen, precisamente, de críticas sustentadas en perspectivas de autores como Nietzsche, Heidegger o Barthes. Se proponen distinciones entre el dedo y la mano, lo digital y lo análogo o la idealización y la materialización; de manera muy generalizada, se sugiere que las primeras opciones de tales dilemas se les ha tomado mayor importancia en la actualidad, debido a la cada vez mayor influencia de nociones como la inteligencia artificial, la frecuente captura de selfies constantemente cambiantes y fugaces o hasta la constante necesidad de mantenerse en medio de un presente lleno de estímulos predefinidos, sin pausa de por medio.

Una parte del texto llama particularmente la atención: la creciente improductividad de los lazos afectivos con las cosas, sustentado en la diferente manera como se ha apreciado el tiempo en la era contemporánea. El autor argumenta cómo es que ello deriva en una manera más frágil y rápida de relacionarse con la otredad (hablando tanto de cosas como de personas); el ego se vuelve prioridad, cerrando posibilidad alguna para establecer encuentros con las diferencias u otros mundos.

Es decir, en otras palabras, se ha posicionado una mayor prioridad en aspectos banales de la personalidad, como los perfiles que cada persona construye en redes como Facebook, Instagram y Tinder, en comparación con la totalidad de la misma identidad que se puede construir a partir de la interacción cara a cara. Las primeras impresiones que se construyen respecto al otro se determinan a partir de una discriminación de datos (los cuales, sobra decir, se rigen a partir de una lógica binaria) regidos tanto por la persona misma como por los entes que poseen los datos alojados en plataformas como la Internet.

Se vuelve así a una lógica donde, como se mencionó anteriormente, la emoción y la experiencia predomina sobre el cuerpo y el elemento terrenal. El apego con los objetos se vuelve algo más extraño de replicar, ya que los recuerdos ahora se sostienen mediante informaciones alojadas en discos duros o en la nube. Como bien sostiene el autor: la distancia queda nula (no se acorta ni se alarga) hablando tanto en la manera de comunicarnos, como en la forma de establecer vínculos afectivos y pragmáticos.

Por ejemplo, la decisión entre oler, sentir y tocar, o dejar arrumbado y guardar un libro regalado por una persona con la que se cortaron vínculos afectivos, se sintetiza en el dilema de mantener o borrar el PDF del mismo material en una carpeta. En el mismo ejemplo hipotético de dos personalidades que deciden cortar vínculos afectivos, la opción de seguir viendo las historias, comentarios y “me gusta” de Instagram dedicados mutuamente, o el rememorar las cosas materiales que se asocian con el otro (como una taza de café, una ilustración hecha a mano o una prenda de vestir). Se entra en una paradoja que involucra las diferentes maneras en que los sentidos humanos procesan algunas cosas y no-cosas a la vez, que termina ratificando la prioridad del ego y la emoción.

No-Cosas se reafirma como un texto puntual y crítico que describe a un mundo mediado cada vez más por los binarismos digitales, lo cual ha implicado, hasta cierto grado, una deshumanización de la realidad contemporánea. Se posiciona también como un recordatorio de la importancia de los sentidos y las relaciones terrenales/cara a cara respecto a los sujetos, como a los objetos, en medio de un contexto hiperacelerado y cada vez más mediado por conglomerados privados y transnacionales de comunicación.

guillermovizcainoruiz@yahoo.com.mx