Año 14, número 164.

El término macho salió de nuestra lengua y fue adoptado en otras para significar un hombre particularmente notable en su condición masculina o de fuerza o de musculatura, etcétera

Ramón Moreno

El español ha dejado en otras lenguas algunas palabras que han precisado de novedad, pues su léxico no las contemplaba. Eso es un proceso normal y frecuente. Todas aquellas lenguas que están en contacto constante hacen este tipo de intercambios. Por la presencia generalizada del inglés en la vida moderna, esta lengua presta palabras a nuestra lengua con mucha frecuencia. Un fenómeno muy notorio es la palabra ok (oquei), que prácticamente ha pasado a toda lengua moderna.

En el caso de préstamos del español a otras lenguas mencionemos tres que están más o menos universalizadas: liberal, guerrilla, macho. Las dos primeras se generalizaron en inglés, francés o alemán, en el siglo XIX. Fenómeno más reciente (propio del siglo XX) es el préstamo que hicimos de la palabra macho. De ella hablaremos en esta ocasión.

Esta palabra evolucionó del latín masculus. Duplicó su uso, pues en el español actual tenemos la evolución macho y el cultismo masculino. Por otro lado, ha sido muy rica en significados, pues en el Diccionario de Autoridades registra dieciséis sentidos que en el siglo XVIII se daba a esta palabra. Por su parte, el moderno y prestigiado lexicón de María Moliner presenta veinte diferentes entradas.

Tres son los significados que aquí destacaremos principalmente. En primer término, el más lato de sus sentidos: macho significa masculino, es decir, lo contrario a hembra (femenino), y aunque su uso puede ser coloquial (macho versus masculino), es cabalmente neutro en cuanto a sus posibilidades de uso en una norma medianamente culta. Por ejemplo, un usuario de la lengua puede decir en un español perfectamente estándar, sin matiz alguno de coloquialismo que: Las pruebas de laboratorio en cobayas machos suelen ser más complejas.

Macho, en segundo término, es un adjetivo que significa muy viril, muy fuerte, muy resistente. Así, se puede decir: ese boxeador, aunque ya se veía derrotado, se comportó muy macho hasta el final del combate. En tercer lugar, macho quiere decir estéril cuando se refiere (en determinado contexto) a los mulos. Es una pena que los machos no se puedan reproducir, porque su laboriosidad es admirable.

Es el segundo sentido, macho como muy viril, el término que salió de nuestra lengua y fue adoptado en otras para significar eso, un hombre particularmente notable en su condición masculina o de fuerza o de musculatura, etc. Por cierto, en español se puede decir con malicia que un hombre es muy macho, no sólo para aludir a su peculiar fuerza o valentía, sino también a una velada esterilidad.

Hay polémica en cuándo, cómo y a qué lengua se hizo dicho préstamo. Algunos especialistas creen que fue al léxico académico alemán a donde se incorporó primero la palabra macho del español, con ese sentido de muy viril. Sea cierto esto o no, la verdad es que la palabra ha tenido mucho éxito en el habla coloquial del inglés y es quizá en esta lengua y este contexto donde más se la use.

Por otro lado, el préstamo fue doble, pues junto con macho, se exportó machismo. Los derivados es otra de las riquezas de esta palabra. Tiene varios: machista, machismo, machada. Digamos en primer término que el sufijo -ismo tiene la idea de tendencia, partido político, ideología, moda, estilo artístico, etc. En alemán, inglés, francés y también en español, machismo es un término despectivo, a diferencia de macho, que es elogioso (en el sentido que acabamos de explicar). Como todos sabemos, machismo significa sexismo, prejuicios, discriminación contra las mujeres, etc.

Digamos, también, que este préstamo de nuestra lengua a otras se ha fusionado en una sola. Es decir, no es necesario diferenciar macho de machismo, pues con sólo usar la primera, ya se está diciendo la segunda. Y eso sucede tanto en las otras lenguas como en la nuestra. Es decir, una persona puede acusar a otra de ser un macho, y no está elogiando su fuerza física, sino que le está reprochando su mentalidad sexista.

En efecto, que el campo semántico de las palabras se modifique es un fenómeno muy recurrente en la lengua; que ese campo cambie radicalmente para pasar de lo blanco a lo negro, tampoco es extraño, sino muy recurrente. Podríamos citar muchos casos, pero pensemos en el coloquial buey, que de ser un duro insulto en los años setenta del pasado siglo, en nuestros días carece de toda fuerza; y eso es lo que pasa con macho, pero al revés: de ser un término elogioso se ha convertido en una palabra que descalifica.

En fecha reciente, y para concluir estos comentarios, escuché a un periodista usar erróneamente estos cambios semánticos de la palabra macho. Ignoro si lo hizo con mala voluntad o en verdad se confundió. Para decirlo rápidamente, descalificó al presidente López Obrador acusándolo de machismo por no usar cubrebocas en sus conferencias matutinas.

Como puede observar el lector por lo que acabamos de explicar, se puede calificar a alguien de macho por negarse a usar medidas de precaución en su salud, pero no se puede ser machista, es decir, discriminador de las mujeres, por no usar cubrebocas.

ramon.moreno@cusur.udg.mx