Año 16, Número 230.

Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza cuenta con tres ejemplares disponibles para su consulta en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega, con la clasificación 863.6 RIV 2008

Alexia Bermúdez Negrete

¿Cómo se convierte uno en lector de un libro sobre locos? Cristina Rivera Garza, nacida en Matamoros, Tamaulipas el 1 de octubre de 1964, es catedrática en el Colegio de Artes Liberales y Ciencias Sociales de la Universidad de Houston y ganadora de algunos de los premios literarios más prestigiosos, como el Sor Juana Inés de la Cruz (2001, 2009) y el Premio Xavier Villaurrutia (2022). Rivera Garza, con la intención de contar la vida de la mujer que vio en una fotografía anexada a un interrogatorio, publicó en 1999 la novela Nadie me verá llorar. El libro, inspirado en expedientes clínicos, documentos oficiales, diarios y cartas de los asilados en el Manicomio General, narra la reconstrucción imaginaria de la historia de Matilda Burgos.

La Castañeda, como se le apodó al Manicomio General fundado en 1910 por Porfirio Díaz, fue el centro de salud mental más grande en México. Su fama, alejada de la dignidad, recayó en el trato inhumano y condiciones deplorables que se brindaban a los pacientes. Rivera Garza se inmersa en una investigación documental sobre algunos de los casos que se pueden leer en los documentos enviados por particulares hacia la Secretaría de Salubridad y Asistencia o a la Secretaría de Gobernación en la ciudad de México. Tales casos, que indican las malas prácticas, tratamientos dudosos y abusos que se realizaban en La Castañeda, dieron armas a la escritora para relatar estas vidas desde una visión que pudo o no haber sido, y un entendido en el que el lector se interesaría, así como ella, en la historia de unos locos.

En Nadie me verá llorar se vislumbra, entre sedas, desasosiego y desvaríos, una especie de película en tonos azules sobre las vidas engarzadas de Matilda Burgos y Joaquín Buitrago. Burgos, nacida en Papantla, Veracruz en 1885, de padre alcohólico y madre asesinada, es llevada por soldados a La Castañeda tras negarse a realizar favores sexuales, ahí le diagnostican inestabilidad mental y pasa veintiocho años encerrada. Buitrago, adicto a la morfina y de procedencia adinerada, termina, aunado a un gusto previo, convertido en fotógrafo de los asilados al instalarse en el manicomio. Joaquín se topa con Matilda al fotografiarla en 1920 cuando ella ingresa al manicomio. Él reconoce su rostro en algún lugar de su memoria y, cuando el que lee ya está interesado en saber más, Matilda le pregunta: “¿cómo se convierte uno en fotógrafo de locos?”. El tormento de Joaquín comienza en esa simple interrogación; ahí nace la verdadera intriga del lector. Joaquín, que no recibe una respuesta concreta de la mujer, responde: “mejor dime cómo se convierte uno en una loca”. La inexactitud de Matilda se hace presente; el lector ya tiene en la cabeza dos dudas. Ella contesta: “¿de verdad quiere que le cuente?” y ahí, en el silencio de Buitrago, el que lee contesta en su lugar: sí, sí quiero que me cuentes.

Con un vaivén entre el pasado y el presente de Burgos y Buitrago, ambos personajes  regalan el panorama de los conflictos político-sociales ocurridos en México en el siglo XIX. Se viaja con ellos entre Papantla, el Tajín y Real de Catorce; se siente la adicción a la morfina, la soledad y el abandono familiar; se vive el recuerdo penetrante de la primera mujer amada y la locura entre las paredes de La Castañeda. Así, entre el ansia de saber de qué forma responden a aquellas preguntas las historias de Matilde Burgos, Joaquín Buitrago y sus allegados, uno se convierte en lector de un libro sobre locos.

alexia.bermudez5834@alumnos.udg.mx