Año 16, Número 228.
Nadie los vio salir es una intrigante historia narrada en primera persona desde la perspectiva de una prostituta adulta, quien describe detalladamente el ambiente y el lugar en el que se encuentra
Alexia Nayzeth Mojica Elizondo
Mientras la música suena y el cuerpo responde, querido lector, mis palabras sólo intentan relatarte con tal orden, que desees inundarte en la incógnita de esa misteriosa y candente noche. Nadie los vio salir es la segunda novela corta, perteneciente al género de ficción y narrativa, del afamado escritor Eduardo Antonio Parra, publicada el primero de enero de 2001, y galardonada con el premio del Concurso Internacional de Cuentos Juan Rulfo, en el año 2000.
“Así como nadie los vio llegar, nadie los vio salir”. Antonio Parra utiliza esta frase para marcar un antes y un después en su historia, no sólo para el lector, también para sus personajes. Todo ocurre en la frontera, en un congal destartalado de última categoría, en el que los viejos sólo miran y recuerdan, los trabajadores se embriagan y despilfarran su raya de la semana, los gringos hacen el ridículo y las prostitutas bailan, beben y usan sus cuerpos para ofrecer compañía.
Nadie los vio salir es una intrigante historia narrada en primera persona desde la perspectiva de una prostituta ya adulta, quien describe detalladamente el ambiente y el lugar en el que se encuentra, calificándolo como oscuro, sucio, ruidoso, húmedo y oloroso; pero también nos va revelando pequeños fragmentos de su juventud al lado de su mejor amiga Lorenza, quien se encuentra muy enferma. Conforme avanza la noche, la protagonista, cuyo nombre desconocemos en toda la novela, se percata de dos figuras, dos seres demasiado hermosos y perfectos para ser humanos: un hombre y una mujer, los cuales se encuentran a unas cuantas mesas de ella, tomando y disfrutando el ambiente.
Los consumidores les miran con asombro, admiración, deseo, incluso miedo, nadie entiende la perfección de ese dúo, pero mucho menos, la perfección de la dama pelirroja, portadora de un vestido casi inexistente, capaz de transformar en marionetas a todos aquellos que se atrevan a tocarla, incluso verla. Ambos personajes toman y se mueven al ritmo de la música, incitando al resto a imitarlos o simplemente admirarlos. Cuando el reloj marca la hora muerta dentro de aquel lugar, la protagonista nos comparte de su sorpresa, pues todos alrededor parece más vivos, más contentos, incluso su cliente, don Chepe, un viejo que desde hace años contrata su compañía.
Miradas cómplices y un deseo carnal latente, se apoderan de las figuras extrañas, estos comienzan a fundirse en el cuerpo del otro en una perfecta armonía de calor, deseo y lujuria. Besos, caricias y expresiones de excitación parecen ser el hilo conductor al deceso dentro del congal. Repentinamente el apetito corporal se enciende en todos los presentes, incluso en don Chepe, que ya parecía más muerto que vivo. La protagonista recuerda por última vez a su amiga, quien le confiesa que el día de su muerte, en lugar de velorio, preferiría una fiesta, para llenar el cuerpo de gozo.
Aquel precario y húmedo lugar se inunda de caricias y pasión, los clientes buscan con desesperación compañía para calmar el fuego en sus pechos, los gringos, los músicos, los meseros, incluso el dueño. La protagonista decide disfrutar de esos placeres que ya creía olvidados junto a su cliente. Es así como termina la noche entre cobijas y caricias. No obstante, en otra habitación, Lorenza, la fiel amiga, cierra sus ojos entre tanto deseo para nunca más abrirlos de nuevo.
Eduardo Parra se encarga de utilizar un lenguaje muy simple pero descriptivo al momento de narrar su historia, lo que hace más llevadera la lectura. Durante cuarenta y ocho páginas, el lector se trasforma en un consumidor más dentro de aquel antro, nos hacemos partícipes de la admiración por aquellas figuras sumamente hermosas y sobre todo, me atrevo a decir que, dentro de nuestra mente o cuerpo, se enciende esa chispa acompañada de deseo que la protagonista experimenta al final de la novela.
Esta magnífica obra es merecedora de lectores valientes, atrevidos y curiosos. Listos para enfrentarse a la hermosura e intimidante figura de la chica, a la ternura y belleza de su acompañante, y la lujuria del congal oloroso y desastroso. Quizá querido lector, en tu repaso, puedas formar parte del club, y decir que tampoco los viste salir, o bien, irte con ellos y dejarnos tanto a mí, como a cientos, confundidos por su desaparición.
alexia.mojica8678@alumnos.udg.mx