Año 17, Número 237.

Imagen: martalozanomolano.com

Araceli Gutiérrez

El color morado (púrpura o violeta) es el color representativo del movimiento feminista, pero ¿Por qué este color? Algunas versiones dicen que se usa por la combinación del azul (utilizado culturalmente para denominar lo masculino) y el rosa (lo femenino), que da como resultado el color morado, por lo que funciona como una metáfora cromática de la igualdad de género. Otra versión es la relacionada con el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York que causó la muerte de más de 140 trabajadoras que se habían manifestado un año antes para exigir mejores condiciones laborales. Se dice que el humo que emanaba de la fábrica era color morado debido a los tejidos y colorantes que se usaban para elaborar las prendas, por lo que posteriormente, en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, este color se convertiría en un símbolo de lucha. Independientemente de las diferentes versiones, el morado es parte simbólica del feminismo y cada 8 de marzo muchas personas y ciudades se visten con este color, para manifestarse en pro  de la igualdad de género. 

La expresión purple washing, proviene del inglés purple (púrpura, morado, violeta) y washing (lavado), se traduce literalmente como lavado violeta. Quizás la traducción aún no nos da un enfoque claro, pero si el color púrpura es asociado al feminismo, podemos transferir la traducción a “lavado feminista”, lo que puede significar un feminismo degradado o con menor intensidad. Para no seguir divagando en metáforas que resultan de la traducción recurriré a la definición de la escritora y activista Brigitte Vasallo, a quien se le atribuye haber acuñado el concepto y que en una entrevista para el medio El Confidencial describe el origen y el contexto desde el cual lo desarrolla: 

Es el proceso de instrumentalización de las luchas feministas con la finalidad de legitimar políticas de exclusión contra poblaciones minorizadas, habitualmente de corte racista. La paradoja es que estas poblaciones minorizadas también incluyen mujeres. Es un término que hago derivar del pinkwashing, ampliamente desarrollado por Jasbir Puar o Dean Spade, y que señala la instrumentalización bélica de los derechos de las poblaciones lesbianas, gays, trans y bisexuales (LGTBI), al tiempo que genera una identidad nacionalista en torno al (supuesto) respeto a esos derechos. Derivé el término en 2014 ante la necesidad de nombrar específicamente la instrumentalización de los derechos de las mujeres, algo que no estudia necesariamente el pinkwashing.

La definición de Vasallo nos abre un panorama más amplio y fácil de comprender, en esa misma entrevista nos da un ejemplo de lo que implica el purple washing. Ella se refiere al 8 de marzo de 2016, cuando las fuerzas de defensa israelí publicaron un video en Facebook donde se hacía alusión a un supuesto empoderamiento de las mujeres que participaron como soldados en acciones de guerra, dando a entender que la ocupación de Palestina era una victoria feminista, es decir, de un ejército de mujeres empoderadas, lo cual Vasallo se cuestiona ¿Victoria a costa de qué? ¿De la vida de otras mujeres?

La pregunta que se hace Vasallo me lleva a recordar a Jessa Crispin en su libro Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista, en él Crispin nos hace recobrar el verdadero sentido por el cual surge el feminismo y nos hace ver que debido a acciones que se promueven desde el purple washing, se ha desvirtuado el verdadero propósito de la lucha por la igualdad. Crispin, por ejemplo, se cuestiona las implicaciones del empoderamiento de la mujer que tanto nos han inculcado. Tras un análisis lo define como un sinónimo de narcisismo, en el cual, para sentirnos empoderadas tenemos que identificar las debilidades de los otros, en palabras de ella: “siempre es más fácil sentir que valemos si menospreciamos el valor del otro”. Históricamente el poderío del machismo se basó en la superioridad de los hombres sobre las mujeres que eran consideradas como seres débiles, frágiles, compasivas, maternales y demás características que las suponía inferiores. El empoderamiento femenino está construido en los mismos cimientos en que se construyó el poder del machismo, es decir que estamos replicando el mismo modelo que tanto hemos repudiado. 

Crispin no aborda literalmente el concepto de purple washing, sin embargo, su obra es prácticamente una alusión a éste, ya que nos habla de un feminismo universalizado y de los inconvenientes del mismo. A partir de la frase “Todas las mujeres deberían ser feministas” expone que es necesario que todas deberíamos estar interesadas en luchar por la igualdad y por los mismo derechos, eso sería lo ideal. Sin embargo, también menciona que en la actualidad a través de recursos mercadológicos, se hace uso de discursos tomados del feminismo para promover productos, trayectorias de artistas, moda, etc. En un desfile de moda del 2016, la marca Dior vistió a sus modelos con camisetas con la leyenda “We should all be feminist”, que a su vez hace alusión al ensayo de la escritora Chimamanda Ngozi Adichie. Según la revista Cosmopolitan, la diseñadora a cargo de la línea buscó dar visibilidad a lo que muchas mujeres consideran la pequeña biblia del feminismo, pero también vender muchas unidades, ya que fue todo un éxito y todas las celebridades querían portar dicha prenda. Aquí es donde Crispin nos pide que analicemos el contexto, el mundo de la moda, un entorno donde la mujer suele participar más como objeto y no como sujeto, ¿En realidad hablamos de feminismo? Es evidente que ahora puede resultar muy fácil portar una playera que nos defina como feministas, pero, qué acciones hacemos al respecto para que haya coherencia entre lo que pensamos que somos y lo que en realidad somos. 

Para Crispin, el feminismo universalizado es un feminismo que resulta aceptable para todos, es decir un feminismo lavado, algo que no incomoda, que es digerible, que se comercializa con él. Mientras que la clave del feminismo era incomodar, pues para que una persona o una sociedad cambie drásticamente se necesita un cataclismo mental o emocional, una revolución verdadera. 

Retomemos la definición de purple washing de Brigitte Vasallo “es el proceso de instrumentalización de las luchas feministas para legitimar políticas de exclusión de las minorías”, es decir que, a través de discursos, campañas publicitarias, cine, series, música y demás instrumentos, se puede hacer un lavado púrpura, donde se pierda de vista el enfoque principal. Muchas marcas, instituciones y la mayoría de los políticos, son los que mejor saben aprovechar el purple washing para su propio beneficio. Hace unos años, antes de ponerse de moda ser feminista, la marca de cervezas Tecate alardeaba en su publicidad con mensajes explícitamente misóginos y machistas con slogans como “Por los hombres que no entienden a las mujeres”, “Por los que quieren seguir con sus amigos” o “Por los que sólo oyen lo que les conviene”. El entorno se basaba en que los hombres engañaban o manipulaban a sus parejas para poder salir con los amigos o ver el futbol. A partir del 2016 la marca modificó su discurso, lanzando un comercial con el lema “Por un México sin violencia contra las mujeres”. Sin duda, era necesario que los mensajes publicitarios cambiaran ante una sociedad que ahora está más consciente de las acciones de violencia que por años se habían normalizado. La cuestión es¿En realidad la marca está comprometida con la lucha o sólo se trata de una adaptación al nuevo mercado? Así como lo hizo Dior y otras tantas.

Las instituciones públicas y privadas, por ejemplo, para conmemorar el 8 de marzo, se plagan de múltiples conferencias, ejercicios y dinámicas con enfoque de género con la finalidad de cumplir con los indicadores establecidos, a veces aciertan, pero en el peor de los casos hemos visto felicitaciones, regalos como flores, escobas, trapeadores y demás accesorios que siguen fomentando la desigualdad. Sin embargo, el resto del año las acciones que promueven la igualdad y equidad de género son pocas o nulas.

Por su parte, los políticos suelen emprender campañas con discursos plagados de lo que hoy se conoce como lenguaje inclusivo, el cual ha generado empatía con algunos sectores de la población. A través del uso de ciertas vocales que hacen “la diferencia”, se cree que el personaje en cuestión es alguien comprometido con los temas de igualdad, mientras que sus acciones son completamente opuestas al discurso. Recordemos el “chiquillos y chiquillas” de un expresidente de la República Mexicana y otro de un expresidente municipal de Ciudad Guzmán, Jalisco, en cuya campaña proponía acciones para empoderar a las mujeres, ofreciéndoles insumos para que pusieran una planchaduría. En fin, el chiste se cuenta solo.  

Como se observa, el purple washing ha abarcado los entornos más visibles y masivos, es por eso que puede representar un riesgo para el verdadero significado del feminismo, pues recordemos que el feminismo es movimiento de izquierda y basa sus fundamentos en la igualdad, mientras que el purple washing tiene un enfoque capitalista y mercantil, va de la mano quizás con el brainwashing, en el cual se busca modificar las ideas y convicciones de una persona para transformar su mentalidad en la manera en que se desea.

araceli.gutierrez@cusur.udg.mx