Año 16, Número 225.

“En poesía, la mujer es objeto; yo la he convertido en sujeto”

Luisa Castro
Imagen: Ethic

Alejandra Andrade Rosales

Todo poema es un vestigio de los ideales personales de su respectivo autor, es un manifiesto cultural que rescata la emocionalidad que caracteriza a la época en la que fue escrito y las trasmutaciones que se sufrieron, pues el arte de la expresión verbal no sólo es el resultado del capricho estético, no se limita a ser simple papel y tinta, su perfil puede ser tan político como intimista, es ahí donde muchas mujeres encontraron su voz. Rosario Castellanos, por ejemplo, en una entrevista para Emmanuel Carballo dijo: “Llegue a la poesía tras convencerme que los otros caminos no son válidos para sobrevivir. Y en esos años lo que más me interesaba era la supervivencia. Las palabras poéticas constituyen el único modo de alcanzar lo permanente en este mundo”.

Es por ello que en el siguiente texto, por medio de la pluma de variadas poetas, buscamos acercarnos a la mujer, a la persona y al ser que se revela en sus obras, excluyendo naturalmente la literatura canónica masculina y a su arbitrariedad falocentrista.

Corría el año de 1946 cuando Guadalupe Amor en su obra Yo soy mi casa  incluiría el poema “Letanía de mis defectos”, un poema en el que la autora hace una descripción de sí misma:

Soy vanidosa, déspota, blasfema;

soberbia, altiva, ingrata, desdeñosa;

pero conservo aún la tez de rosa.

La lumbre del infierno a mí me quema.

Desde esta primera estrofa, Pita Amor, precursora de la liberación femenina, nos recibe con una completa honestidad, hace una invocación a su persona sin sucumbir a la necesidad de endulzar sus desperfectos, por el contrario, parece orgullosa de ellos.

Es sabido que entre las influencias literarias de Guadalupe Amor se encuentra la décima musa Sor Juana Inés de la Cruz, que ya desde el siglo XVII con su bello estilo barroco nos regalaría su soneto 146, el cual abre de esta ilustre forma con los siguientes versos:

En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?

¿En qué te ofendo, cuando sólo intento

poner bellezas en mi entendimiento

y no mi entendimiento en las bellezas?  

Juana de Asbaje, catalogada como la primera gran poeta de Latinoamérica, a lo largo de su vida recibiría más acoso que halagos por su trabajo, pues el pensamiento misógino y cristiano que dominaba a la entonces Nueva España, concluyó en que su obra era completamente inapropiada. Era obvio que las instituciones religiosas de esa época no estarían contentas con la voz lírica que utilizaba la décima musa para enfrentarse al mundo. Para ellos, Juana no era más que otra mujer y otra monja que debía dedicarse únicamente a servir a Dios y a los hombres.

Otra declaración de imposición sobre la mujer la haría la periodista, poeta y narradora guatemalteca Ana María Rodas, en Poemas de la izquierda erótica, nuestra contemporánea, desde su escrito introductor, exhibe la pobre libertad que se le brinda al sexo femenino a partir de su nacimiento, pero también rescata a su necesidad por más, a su elección y gusto propio. Así daría inicio Ana María Rodas a su primera compilación de poesía:

Domingo 12 de septiembre, 1937

a las dos de la mañana: nací.

De ahí mis hábitos nocturnos

y el amor a los fines de semana.

Me clasificaron: nena? rosadito.
Boté el rosa hace mucho tiempo
y escogí el color que más me gusta,
que son todos.

En 2004 para el diario La Prensa, Rodas declararía el impacto que causó el lanzamiento de su texto en la sociedad guatemalteca de la siguiente manera: “la gente se asombró, me criticó y demás, porque yo era mujer. Eso no debería ser, ni entonces ni ahora, pues la escritura se debe ver en función de su calidad, no de su origen creativo (si es de mujer o de hombre)”. 

Lamentablemente el “ser mujer” a lo largo de la historia ha sido un factor determinante para que cualquier trabajo literario sea considerado bueno o malo, aun hoy en día se suelen escuchar frases despectivas con respecto al papel de la mujer en esta labor. Una prueba de este terrible hecho ha sido la condición en la que se nos presenta la obra de Dulce María Loynaz, bajo la etiqueta de una “poetisa” que sólo sabe hablar de maternidad, así lo señala Lorena Garrido-Donoso en su artículo Hacia una estética de la discapacidad: enfermedad y subjetividad en la poesía de Dulce María Loynaz para la revista Chasqui:

“Loynaz desarrolla un yo coherente con el de sus otros poemas en que la mujer es libre, pide ser amada y aceptada tal como es y que denuncia el silencio y la falta de voz que recobra en la poesía. Lo interesante es que bajo la falsa idea de simpleza, la mayoría de estos poemas ha pasado desapercibidos en su mensaje profundo, prevaleciendo una lectura que los asocia a la piedad cristiana, que es ampliamente superada en un cuestionamiento de la posición genérico-sexual de la mujer, revelando en su sutileza la posición contradictora de la escritora latinoamericana en ese periodo”.

Ya sea a escondidas, bajo un seudónimo o mediante obras póstumas, decenas de mujeres han encontrado su voz en la poesía y como muestra de ello tenemos a grandes poetas como Emily Dickinson, Grazia Deledda, Gabriela Mistral o María Sabina, esto por mencionar solamente a algunas de ellas. Mujeres que desde estratos sociales distintos y culturas abismalmente disímiles entre sí, están unidas por un mismo factor, todas ellas han manifestado su sentir femenino a través de su obra. Ocurrió y seguirá ocurriendo sin importar la época, desde los años ochenta las mujeres mapuches, por medio de su poesía, se han hecho escuchar. Actualmente tenemos a Daniela Catrileo, una escritora chilena feminista de 35 años que persiste en esta lucha, otro perfecto ejemplo sería la poeta nicaragüense Daisy Zamora, quien se encargó de editar la primera antología de mujeres poetas publicada en su país.

alejandra.andrade5454@alumnos.udg.mx