Año 14, Número 187.

La oveja negra y demás fábulas, de Augusto Monterroso se encuentra en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación 863.01 MON 2001

Melisa Munguía

Hace algunos meses hablamos de su vida, de su obra —específicamente de Obras completas y otros cuentos— y me parece que hemos dejado en claro la importancia de Augusto en la literatura y la importancia del humor dentro de sus textos. Pero más allá del humor o de la brevedad o de su lenguaje mordaz, sus relatos nos presentan una extraña enseñanza que podríamos aplicar a nuestras vidas. Algo así como una moraleja, elemento que comúnmente —en realidad siempre, pues es una de sus características principales— encontramos en las fábulas.

La oveja negra y demás fábulas, publicada en 1969, consta de cerca de cuarenta relatos que encierran a la humanidad en una especie de bestiario para su observación. Es, como es ya una particularidad de su obra, una crítica social que ni siquiera busca disfrazarse o esconderse. Y esto lo podemos leer desde el epígrafe, que dice así: «Los animales se parecen tanto al hombre que a veces es imposible distinguirlos de éste». Y comenzamos, de esa manera, la visita guiada por los miedos y vicios de estos leones, ovejas, monos y demás.

 En estos relatos parecería que los animales siempre se preocupan por conocer lo que piensa el otro. Pero sus fines nunca son los mismos. Algunos necesitan saber cómo piensa el otro para obtener ventaja, mientras que unos cuantos lo buscan para conocerse mejor. Hay animales, como “El mono que quiso ser escritor satírico”, que quieren conocer a los demás para poder escribir sobre ellos. Hay moscas que quieren ser algo más, algo distinto, porque creen conocerse lo suficiente y no les basta, sólo para enterarse de que son las mejores siendo moscas, de la misma manera en que rana busca ser la mejor siendo rana, pero jamás conoce su autenticidad.

 Varias de sus fábulas (creo que es momento de aclarar que, a pesar de su semejanza con los elementos obvios de la fábula, éstas no se parecen mucho a las de Esopo en contenido. Quizás estamos acostumbrados a leerlas cuando somos muy jóvenes, niños aún, pero las fábulas de Monterroso no son para niños, sin duda. No resaltan las virtudes, sino la humanidad) aluden al tema del escritor.

 Por ejemplo, “El mono que quiso ser escritor satírico” es la historia de un mono   que cree que la única forma de escribir es conociendo cómo funciona la sociedad. Desgraciadamente, el mono se rinde antes de empezar porque se preocupa demasiado por la opinión de quienes lean sus textos y, sobre todo, por la posibilidad de que sus amigos se identifiquen en ellos y se ofendan. Esta fábula es casi una autocrítica. Es como si el autor tuviera que convertirse en un hipócrita para criticar a gusto la hipocresía. A fin de cuentas, no se puede criticar algo en los demás que no se ve en uno mismo.

 Por otro lado, “El Zorro es más sabio” es un relato sobre un escritor que vive en la selva y se ha hecho famoso únicamente con dos obras que son muy buenas. Todos exigen la publicación de una tercera obra porque, juzgando por el trabajo anterior, será igual o mejor; pero como el Zorro es más sabio, reconoce en esa exigencia una invitación al fracaso. “En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer”. Finalmente no lo hace. Monterroso no desaprovecha la oportunidad para mencionar a los distintos académicos que han abordado su obra tan corta con análisis que la superan en extensión. 

Quizá la aplicación de estas moralejas no nos resulte evidente en el día a día. Pero no tiene por qué serlo. A veces basta con regresar a sus relatos con ojos nuevos para encontrarnos en los animales que, como nosotros, simplemente quieren conocer algo más allá. Quizá la moraleja sea salirse de uno mismo.

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