Año 14, número 165.

El Apando, de José Revueltas, se encuentra en Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación 863 REV

Mireya Serrano

“Mi vida literaria nunca se ha separado de mi vida ideológica, mis vivencias son precisamente de tipo ideológico, político y de lucha social” – José Revueltas

Jose Revueltas nació el 20 de Noviembre de 1914 en Santiago Papasquiaro, Durango, después fue llevado al Distrito Federal junto con su familia en 1920. Su familia también pertenecía al mundo de las artes; Rosaura, su hermana, una actriz, Silvestre un compositor y pianista y el prolífico pintor Fermín. 

El autodidacta, además de ser novelista y cuentista, también escribió guiones, críticas políticas y ensayos. Su vida se centró en oponerse al sistema político mexicano, a la derecha e izquierda. Formó parte del marxismo, del Partido Comunista y fundó la Liga Leninista Espartaco, aunque de los últimos dos mencionados fue expulsado. Esta actividad política fue lo que lo llevó a la cárcel (Lecumberri y las Islas Marías) varias veces en su vida, primero en la adolescencia, luego en su juventud y finalmente de 1968-1969 por pertenecer a un movimiento estudiantil. 

Se sabe que varios escritores dejan plasmadas sus experiencias personales y críticas sociales en sus obras y así sucede en la literatura de Revueltas. Por ejemplo, dos de sus novelas más conocidas difunden su vida en la cárcel: Los muros de agua (1941)  y El apando (1969), de esta última se hablará en este texto. 

El apando fue publicada en 1969 por la editorial Era y escrita a principios de ese mismo año. Es uno de los textos más conocidos por la crítica, además de ser considerada una obra maestra por muchos escritores importantes de la época. Esta obra fue conocida también por las pantallas, pues la trasladaron al cine en 1975 con la dirección de Felipe Cazals. 

Revueltas escribió esta obra maestra mientras cumplía el último castigo en la cárcel porfirista Lecumberri, que es conocida por “el Palacio Negro”. Revueltas ingresó al ser acusado por daños a propiedades ajenas, acopio de armas, robo, ataques a las vías de comunicación, incitación a la rebelión, entre otras cosas. 

El título hace referencia a la celda de castigo en la que se encontraban los presos comunes o “los apandados”: Albino, Polonio y el Carajo, quienes son adictos a las drogas. Estos tres personajes, aunque están dentro de una misma jaula, se encuentran desconectados de sí mismos, pues uno de los objetivos que está más presente en estos prisioneros es conseguir una dosis de droga. 

“Y cómo ya no le importaba nada de nada sino nada más el pequeño y efímero goce, la tranquilidad que le producía la droga, y cómo le era preciso librar un combate sin escapatoria, minuto a minuto y segundo a segundo, para obtener ese descanso, que era lo único que él amaba en la vida, esa evasión de los tormentos sin nombre a que estaba sometido y, literalmente, cómo debía vender el dolor del cuerpo, pedazo a pedazo de la piel, a cambio de un lapso indefinido y sin contorno de esa libertad que naufragaba…” (Revueltas, pag., 36)

Para poder conseguir esta droga necesitan la ayuda de tres mujeres: la Meche, la Chata y la madre del Carajo. El plan es que sea la madre quien introduzca la droga dentro de la celda de castigo, pues ella no será revisada en sus partes íntimas por las “monas”, mientras que las novias de los otros dos, sí. No obstante, el plan fracasa a causa de la madre, quien no quiere entregar la dosis efímera hasta ver a su hijo. 

Es un relato triste y sin esperanzas, donde se denuncian la violencia por parte del sistema carcelario de la época y la degradación del ser humano que en ellas había. Por otro lado, también existe esa comparación entre la vida en la cárcel y fuera de ahí, que, al final, no tiene diferencias. 

Una de las similitudes entre ambos fragmentos es la violencia. La violencia como la única herramienta que permite una convivencia entre estas dos realidades. La opción que les queda a los prisioneros, así como a los integrantes de la sociedad, es crear su propia ley y vivir en las escorias, con una pequeña escapatoria que eran las drogas.  

En pocas palabras, era una prisión (el Apando) dentro de una prisión (Lecumberri), dentro de una última prisión metafórica (la obra). Con esto, me refiero a la escritura, pues parece que Revueltas deseaba que el lector conociera la vida mísera dentro de la cárcel, no solamente por las imágenes, sino también por medio de su escritura densa e intensa, lenguaje condensado y sin pausas. Así como en las prisiones, donde no entra ni la luz del sol, Revueltas deseaba que el lector asomara la cabeza por el pequeño hueco de la celda de castigo. 

mireya.serrano6430@alumnos.udg.mx