Año 15, Número 200.

Esta obra tiene una extensión de 404 páginas y los autores, en su mayoría, son profesores e investigadores de diferentes universidades de prestigio en el estudio de las letras

Luis Alberto Pérez Amezcua

El libro Juan José Arreola. Las mil y una invenciones —cuyo título juega evidentemente y de manera muy acertada, por ser Arreola un autor universal y exuberante, con el clásico Las mil y una noches— es una coedición de la Universidad Autónoma Metropolitana y Ediciones del Lirio. La obra está coordinada por Luz Elena Zamudio Rodríguez y Alfredo Pavón, aunque mucho tuvieron que ver (estoy seguro de que más de lo que parece) los jóvenes Tzara Vargas y Edder Tapia Vidal, quienes viajaron a Zapotlán el Grande a presentarlo y quienes, además, son autores de uno de los textos más estimulantes del volumen, “Arreola fílmico”. 

La obra tiene una extensión de 404 páginas entre el prólogo y veinticinco textos, uno de los cuales es un “Palimpsesto teatral en un acto”, un colofón que acertadamente homenajea la vocación dramática del maestro de Zapotlán el Grande. Es pues, una obra extensa y también diversa. Los autores, en su mayoría, son profesores e investigadores de diferentes universidades de prestigio en el estudio de las letras, aunque, y esto es algo de lo que yo quiero destacar, también integra a algunos estudiantes que han trabajado de alguna manera la obra de Arreola y cuya calidad les valió la inclusión en este colectivo, como es el caso de “Juan José Arreola y la reelaboración de un concepto matemático: la generación del espacio grotesco en «Botella de Klein»” de Imelda Estefanía Sevilla Espejel.

El libro recupera algunos de los trabajos presentados a modo de homenaje en el Congreso “Varia Arreola. Las invenciones de Juan José a 100 años de su nacimiento”, que tuvo lugar del 15 al 19 de octubre de 2018 y en el que participaron distintas instituciones. Al tratarse de un libro que reúne a una gran cantidad de expertos que han estudiado previamente la obra de Arreola en mayor o menor medida, el lector se encuentra con información novedosa que es resultado de la continua atención que despierta Juan José Arreola en estos investigadores. Algunos detalles profundizan aquí y allá en aspectos hasta ahora sólo esbozados y van completando el cuadro de los estudios arreolinos. En este sentido, el libro puede ser también una obra de referencia para estudiantes y para otros investigadores.

No obstante, para quienes se embarquen en la lectura completa del libro o que ya tienen cierto conocimiento sobre la obra de Arreola éste puede resultar repetitivo, por lo cual hay que tenerle paciencia. Hay ya datos o aproximaciones que se han convertido en lugares comunes, como los que tienen que ver con su famoso “Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande…” del que se prenden todavía algunos para discurrir sobre múltiples aspectos de las relaciones entre la vida y obra de Arreola. Cansa, por ejemplo, que se nos diga una y otra vez a cuáles autores leyó en largos listados en diferentes capítulos. Otra de esas recurrencias es la de su sorprendente capacidad oral y el modo de vivir de ese modo la literatura: no es un artículo sino varios los que transitan por esos ya andados caminos, por lo que, insisto, hay que tomar de unos y otros las novedades y conectarlas sin desesperarse por volver a leer cosas semejantes.

El prólogo firmado por Luz Elena Zamudio Rodríguez y Edder Tapia Vidal es espléndido, pues sabe rescatar las claves emotivas y las notas académicas de cada uno de los capítulos. El texto, por tanto, ofrece una cálida y precisa bienvenida a los trabajos por venir.

En el libro (también esto es común en la “arreolología”) se incluyen algunos testimonios de algunos autores hoy consagrados (como el polémico Gonzalo Celorio) quienes tuvieron la fortuna de ser estudiantes de Arreola en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y colaboran con ello al retrato del último juglar. Este es un asunto central: la observación desde distintas perspectivas y diferentes ángulos del autor que tanta tinta hasta aquí ha inspirado provoca que su retrato, como en un óleo de un gran maestro de la pintura, sea cada vez más nítido, con múltiples capas de pintura que le dan densidad y dimensión.

No se me malentienda: el libro es riquísimo en información y cumple sobradamente con sus propósitos. Yo me he sorprendido, por ejemplo, al leer que Juan José Arreola dio el título a la colección “Voz Viva de México”, en la que escuché una y otra vez, en el disco que recupera parte de su obra, llamado Confabulario, la espléndida lectura de textos como “El discípulo” (“De raso negro, bordeada de armiño y de gruesos alamares de plata y de ébano, la gorra de Andrés Salaino es la más hermosa que he visto”) o “Balada” (“Mira tu paloma… ya puede ser del chivo, del puerco, del caimán y del caballo”).

Los nombres de algunos de los autores de los trabajos aquí reunidos hablan por sí solos y son también una forma de recomendación de este libro: Adolfo Castañón, Sara Poot Herrera, Felipe Vázquez, Alfredo Pavón, Margo Glantz, Ana Rosa Domenella, Evodio Escalante, Carlos Azar Mansur, Liliana Weinberg…

Quiero cerrar con un par de notas y una felicitación. La primera de las notas es la del gusto que me ha dado ver cómo la mayoría de estos titanes de los estudios literarios mexicanos recurren a la obra de Orso Arreola. Su perseverante labor lo ha vuelto en estos omnipresente. A unos días de su primer aniversario luctuoso, escribo este humilde texto a su memoria. La segunda nota, es la de la nostalgia al leer en este libro a quien fuera mi directora de tesis doctoral, Aralia López González, siempre auténtica, directa y cercana, como se podrá apreciar con la lectura de su texto. Hoy, la recuerdo con afecto recibiéndome en su casa en el sur de la Ciudad de México. Y la felicitación es para Tzara Vargas y Edder Tapia, quienes han aportado significativamente, en el trabajo ya mencionado, “Arreola fílmico”, a los estudios arreolinos desde esta otra veta de lo numinoso de la que extrajo Arreola su palabra increíble. Maravillosamente documentado, espléndidamente escrito, su capítulo habla de las cintas Nuestro idioma, Cayunda y Murmullos de los que participó Arreola, informando de la investigación que realizaron en la que destaca la documental y las comunicaciones personales que nos muestran a un Arreola inventando Cayunda como inventó Bestiario.

perez.amezcua@cusur.udg.mx