Año 17, Número 239.

Jaws logra unir un concepto y extenderlo a una realidad que lo abarca todo, se parte de la palabra en otro idioma para crear metáforas sobre la vida –en el mar y en la tierra– y la muerte

Fátima Elizabeth Lupián Cárdenas

Romper el lenguaje, desdoblarlo, morderlo, escupirlo, construirlo, transformarlo, ahogarlo, hacerlo nacer, son todos quehaceres de la poesía. Así es como Xitlálitl Rodríguez Mendoza presenta Jaws [Tiburón], una osada obra galardonada con el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano en 2015. Se trata de un proyecto lírico en el que se habla de una sola cosa y de mil a la vez, el título lo revela inmediatamente, Jaws en español se traduce como mandíbulas, que al mismo tiempo recuerda al filme homónimo del director estadounidense Steven Spielberg. Cine, poesía, intertextos, tiburones, quijadas y lo mundano convergen en este espacio, a través de versos e imágenes que juegan con las palabras.

Es necesario comentar que, experimentar con la poesía, aunque es totalmente permisible, es también un reto ambicioso. Jaws logra unir un concepto y extenderlo a una realidad que lo abarca todo, se parte de la palabra en otro idioma para crear metáforas sobre la vida –en el mar y en la tierra– y la muerte. La obra de Xitlálitl Rodríguez se divide en tres partes: la primera, “Esto es agua”, comienza con un epígrafe del libro de David Foster Wallace que lleva el mismo nombre. Los tiburones que habitan estos poemas viven en lagos de agua dulce, en películas de terror, en la playa, casi nunca en el océano; y por encima de todo sobreviven: “el tiburón sigue: ni un tanque de gas, ni cables eléctricos, ni la basura, ni Melville, ni Darwin, ni Spielberg han acabado con él”.

Mediante el empleo de metáforas, la voz poética va dando significado al tiburón fuera del agua. “A shark in Chapala” y “A shark in Chapultepec” son dos títulos en donde se resignifica y personifica a Jaws. Aquí la palabra Jaws recuerda a la muerte, los peces de aguas saladas fenecen, se venden por kilo y son asesinados en los filmes. Después, la misma voz se transforma, sucede una metamorfosis simbólica: “Yo soy Jaws. Me cierno los ojos corrigiendo pruebas porque no sé nadar, ni hacer nada que tenga que ver con el agua”. Se manifiesta una empatía hacia el concepto lírico, es inevitable no verse en este: “en el fondo, roca que cae en fosa marina, siempre seré el mismo”.

Posteriormente el animal se materializa, es de verdad un tiburón siendo pescado por la industria. Muere entre tanta basura, encaja su vida en el arpón y su cuerpo viaja en pedazos por el mundo para el consumo humano. “No creen en mi extinción / ¡Soy increíble! / […] Como el agua / Sólo ella cree en mí / Porque ha metido sus manos en mis branquias”. Existe aquí una alegoría hacia la vida, si se trata de la ciudad allí también los seres se asfixian, atrapados en las aguas negras, en las mandíbulas del sistema. Mas Jaws está al servicio, “la cacería de mi cuerpo es el trabajo de alguien / Señor, como todo lo que ocupa un espacio en la Tierra.

La segunda parte del poemario, titulada “Falsos amigos”, es, con total seguridad, la más interesante e inquietante de la obra. Indagaciones que llevan cada vez a lugares más profundos en el significado poético, que ordena ser sentido y no pensado. ¿Sueñan los tiburones? No, porque no tienen lenguaje, ellos se comunican a dentelladas. Surge entonces una obsesión más obvia con el sujeto, si no es suficiente pensar en el pez colosal, ni tampoco entender su dolor, entonces habitarse mutuamente es el límite que la poesía encuentra para expresarlo: “Mi casa es el mako que el mar mece con su amor a mansalva”.

Con este impulso la poeta introduce a Ai Hasegawa, una mujer que en 2013 durante una entrevista confesó querer dar a luz a un tiburón. Una solución sustentable ante la crisis de recursos, en el futuro si alguien quiere comer carne, podrá criar su propio alimento. Fragmentos de la conversación están incluidos y otros son modificados, en ocasiones pareciera que la autora realiza una sátira de la conexión que el humano mantiene con su entorno. En un mundo tan alejado ya de la realidad, envueltos en las trampas que ofrece la sociedad y el sistema económico, los hombres continúan en el infinito ciclo de consumir y ser consumidos. Porque es totalmente normal que alguien pregunte “¿Es posible llevar el feto de otra especie? Quiero ser un acuario no una incubadora”.

La obra de la autora jalisciense funciona también como una denuncia ante lo que les sucede a los tiburones, espejo del resto de personas. Los acuarios son prisiones, también una caja de concreto, sin agua para nadar. La voz del tiburón habla desde todas las perspectivas sobre su condición en picada a la extinción. El alma está pasando por lo mismo, personas se suicidan en el Golden Gate, hay una crisis en la existencia. Cualquier palabra y objeto que exista en la tierra, tal como la metáfora en la que se convierte Jaws, connota diferentes símbolos, de igual manera hermosos y horrorosos. En conclusión, Jaws es una obra unificada que extiende la decadencia de la sociedad en la que vivimos con un solo concepto. Los tiburones son hermosos, pero en este poemario no se piensa sólo en su belleza, es importante recalcar que antes de ser metáfora tienen valor, porque existen a la par de nosotros. Experimentan la crueldad del mundo, no sé si con la misma o mayor medida, pero en eso nos parecemos. Xitlálitl Rodríguez Mendoza ha creado un libro original que invita a reflexionar, sobre todo a sentir el agua en la que nadamos.