Año 14, Número 182.

Cuando me sobrevenga
el cansancio del fin,
me iré, como la grulla
del refrán, a mi pueblo,
a arrodillarme entre
las rosas de la Plaza,
los aros de los niños
y los flecos de seda de los tápalos.

A arrodillarme en medio
de una banqueta herbosa,
cuando sacramentando
al reloj de la torre,
de redondel de luto
y manecillas de oro,
al hombre y a la bestia,
al azahar que embriaga
y a los rayos del sol,
aparece en su estufa el Divinísimo.

Abrazado a la luz
de la tarde que borda,
como al hilo de una
apostólica araña,
he de decir mi prez
humillada y humilde,
más que las herraduras
de las mansas acémilas
que conducen al Santo Sacramento.

«Te conozco, Señor,
aunque viajas de incógnito,
y a tu paso de aromas
me quedó sordomudo,
paralítico y ciego,
por gozar tu balsámica presencia.

Tu carroza sonora
apaga repentina
el breve movimiento,
cual si fuesen las calles
una juguetería
que se quedó sin cuerda.

Mi prima, con la aguja
en alto, tras sus vidrios,
está inmóvil con un gesto de estatua.

El cartero aldeano
que trae nuevas del mundo,
se ha hincado en su valija.

El húmedo corpiño
de Genoveva, puesto
a secar, ya no baila
arriba del tejado.

La gallina y sus pollos
pintados de granizo
interrumpen su fábula.

La frente de don Blas
petrificóse junto
a la hinchada baldosa
que agrietan las raíces de los fresnos.

Las naranjas cesaron
de crecer, y yo apenas
si palpito a tus ojos
para poder vivir este minuto.

Señor, mi temerario
corazón que buscaba
arrogantes quimeras,
se anonada y te grita,
que yo soy tu juguete agradecido.

Porque me acompasaste
en el pecho un imán
de figura de trébol
y apasionada tinta de amapola.

Pero ese mismo imán
es humilde y oculto,
como el peine imantado
con que las señoritas
levantan alfileres
y electrizan su pelo en la penumbra.

Señor, este juguete
de corazón de imán,
te ama y te confiesa
con el íntimo ardor
de la raíz que empuja
y agrieta las baldosas seculares.

Todo está de rodillas
y en el polvo las frentes;
mi vida es la amapola
pasional, y su tallo
doblégase efusivo
para morir debajo de tus ruedas».

Ramón López Velarde

Imagen: Pixabay

Ramón López Velarde nació en Jerez, Zacatecas el 15 de Junio de 1888. A su corta edad fue enviado al seminario de su tierra natal y posteriormente se trasladó al de Aguascalientes. Más tarde decidió que el camino religioso no sería su destino, así que optó por estudiar leyes en el Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí.

El primer poema de su autoría del que se tiene registro fue escrito en el año 1905 y dedicado a Josefa Ríos, quien fue su pariente lejana.

López Velarde fue considerado un poeta nacional para México, pues muchos de sus poemas se basaron en la situación del país de la época, en ellos el autor expresaba sus críticas. Tuvo varias colaboraciones en revistas y se inclinó hacia la corriente modernista.

Se convirtió en abogado en 1911 y posteriormente en juez. Más tarde se trasladó a la Ciudad de México, donde colaboró en el diario católico La Nación. Cuatro años después escribió poemas relacionados con su vida; en ellos expresaba sus sentimientos por el abandono de su pueblo natal y por su entonces pareja Josefa de los Ríos, “Fuensanta”

La Sangre Devota fue una obra dedicada a los poetas mexicanos Manuel José Othón y Manuel Gutiérrez Nájera, Zozobra fue considerada como la mejor obra de toda su carrera literaria y Suave Patria como el poema oficial del país.

López Velarde falleció por neumonía a sus 33 años, dejando un legado literario que permanece en la memoria del país.