Año 13, número 145.
Además de los trastornos alimentarios, existen otros grandes problemas que afectan a la población con referencia a la alimentación, uno de ellos es la cantidad de agua que se utiliza para la producción, distribución y consumo de los alimentos
Ariana García
Con motivo del Día Mundial de la Alimentación —que se conmemora cada 16 de octubre—, muchos países realizan actividades sobre todo para concientizar sobre los problemas que se presentan en el mundo en torno a este tema. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lanza este año la campaña #HAMBRECERO, con la que invita a empresarios, agricultores, representantes de gobierno y ciudadanía en general a sumarse a la iniciativa. Para combatir la dualidad hambre-obesidad, la FAO propone una ‘receta para una vida saludable’, en la que presenta tres aspectos a tomar en cuenta: opciones alimentarias, alternativas para el planeta y decisiones de vida. Es el segundo punto el que apenas comienza a ser foco de atención cuando se habla de problemas de alimentación, pues éstos van, lamentablemente, mucho más allá del hambre, la obesidad y demás padecimientos en torno al tema. El medio ambiente, en especial el cambio climático, está directamente relacionado con las prácticas alimentarias de los pueblos.
Las prácticas que la industria alimentaria realiza para entregar sus productos a la población deben ser consideradas por todos a la hora de adquirir un alimento, mucho más allá de lo saludable o no que éste pueda ser. La FAO recomienda considerar el impacto ambiental de los alimentos que comemos, “por ejemplo la producción de algunos alimentos requiere más recursos naturales, como el agua”. Además de la huella de carbono que dejamos con nuestras prácticas alimentarias debemos considerar la huella hídrica. De acuerdo con la doctora Fátima Houssni Ezzhara, investigadora del CUSur, la suma de los indicadores de las huellas hídricas verde, azul y gris, contabilizan la cantidad de agua que se utiliza en el proceso de la producción de alimentos. La verde considera la cantidad de agua que contiene el suelo, la azul es el agua utilizada para el riego, y la huella gris es la que se necesita para diluir el contaminante que se utiliza en todo el proceso de producción de alimentos.
Existen estadísticas con datos internacionales sobre la huella hídrica de los alimentos que se consumen en México y particularmente en Jalisco. Sin embargo, estos datos, al ser calculados por entes internacionales, se muestran de manera hipotética, por lo que es necesario contabilizar en campo la huella hídrica real que están dejando los alimentos que se producen en el contexto local. La investigación que se está realizando desde el Instituto de Investigación en Comportamiento Alimentario y Nutrición (IICAN) del CUSur, en el proyecto Diseño y desarrollo de una metodología para la evaluación de la huella hídrica de la dieta mexicana, contabiliza los alimentos que se producen y cuál es su huella hídrica, relacionándola con la deficiencia de acuíferos. Hasta el momento se sabe que más del 70% del agua de los acuíferos se utiliza en la agricultura.
La investigación Impacto de la dieta sobre la huella hídrica y su relación con la composición corporal, de la alumna Mariana Lares Michel, de la Maestría en Ciencia del Comportamiento con Orientación en Nutrición del IICAN, contabiliza la huella hídrica de la alimentación por persona en México y la relaciona con otras dietas como la mediterránea y la estadounidense. De esta última se contabilizaron más 6 mil 780 litros de agua por día que utiliza una persona para su alimentación. Pero México no se queda atrás pues, según los datos de esta investigación, un habitante mexicano necesita 6 mil 404 litros de agua diarios para su dieta, mientras que la dieta mediterránea 5 mil 200 litros y la vegetariana 2 mil 304 litros por persona por día. La obesidad se relaciona, en gran medida, por el consumo de grasas animales, de carne, y la carne es la que más huella hídrica deja, por lo que a mayor obesidad mayor será la huella hídrica que dejamos. De ahí que el aumento en sobrepeso y obesidad no sea sólo un asunto personal, sino que afecta al medio ambiente. Con estas cifras es evidente el riesgo de disponibilidad de agua en un futuro no muy lejano.
Una de las tantas afectaciones que trae consigo la falta de agua en los acuíferos son las implicaciones geológicas. En la conferencia “Zapotlán el Grande y su vulnerabilidad geológica”, la doctora Fátima Houssni expuso la frágil situación en que se encuentra Ciudad Guzmán en cuanto a fenómenos geológicos se refiere: está en una zona de riesgo sísmico y tiene una falla geológica activa. A esto se suma la deficiencia que se está presentado en su suelo acuífero, en gran medida por los cambios en los cultivos que en los últimos años se presentan en la región, que mayormente son para la exportación y que requieren más agua que los que antes se cultivaban. Todo esto da como resultado una alta probabilidad de un colapso, de una subsidencia, que son los hundimientos progresivos en su superficie, como efectivamente ha sucedido en distintos momentos. Fátima Houssni puso el ejemplo de Atoyac, específicamente en Poncitlán, en donde el nivel del acuífero bajó cinco metros en un año y provocó un hundimiento que colapsó las casas aledañas a la grieta.
La analogía del aleteo de una mariposa utilizada por la doctora Houssni explica muy bien el complejo proceso que existe en el acto alimentario, desde el cultivo de la comida hasta su consumo. El uso del suelo para ciertos cultivos, los productos que se utilizan para el cuidado de la planta, el proceso de cosecha, la distribución y puesta en anaquel para su venta, la determinación de comer determinados productos y no otros, contribuyen a que dejemos cierta huella hídrica en el planeta. En este Día Mundial de la Alimentación habría que repensar la práctica alimentaria no sólo desde los productos alimentarios que elegimos consumir, sino desde el origen de lo que consumimos.