Año 15, Número 198.

Obras Completas de Sor Juana Inés de la Cruz, se encuentra en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación 861.1 JUA 2013

Melisa Munguía

Para los griegos, Fortuna lleva el nombre Tique (o Tiqué si se quiere sonar francés). Diosa del destino y la suerte, representaba una ambigüedad casi humana. Esta deidad benefactora podía también maldecir al pueblo si así lo deseaba. Algunas representaciones de Tique (o Tiqué) la muestran sosteniendo trigo, un símbolo de buena fortuna, mientras aplasta a un náufrago. Las obras del siglo xvii se ven influidas por los mitos grecolatinos, por lo que el destino y la suerte son temas especialmente importantes dentro de la literatura del barroco. Sor Juana Inés de la Cruz, quien conocía ampliamente del tema, utilizó este recurso para la creación de obras con un valor no solo literario, sino histórico. En las Obras completas de Sor Juana, Alfonso Méndez Plancarte clasifica sus sonetos de acuerdo al tópico que presentan; se tienen ensayos filosóficos, de amor o satírico burlescos. La categoría “Histórico-mitológicos” contiene cinco sonetos que giran en torno a mujeres importantes para Roma que tuvieron que encontrar una solución a su vida precisamente en la muerte. Estos actos suicidas surgen a raíz de la pérdida del honor y, en ocasiones, por la autoridad y causa divina de Fortuna. En estos sonetos, Fortuna muestra la crueldad reservada para ciertas almas.

Más allá de la devoción por la fortuna, las mujeres también son devotas del amor. De cierta forma, es como si Fortuna se quitara un poco de la responsabilidad culpando a sus parejas. Estos sonetos, genialmente escritos, retratan momentos históricos con detalles relevantes y profundos que solo podrían pertenecer a la pluma de Sor Juana.

El primer soneto lleva por título “A Julia”. La relación que hubo entre Pompeyo y Julia —como muchas relaciones más políticas que amorosas— fue complicada. Julio César, el padre de Julia, iba en busca de una alianza con Pompeyo Magno, por lo tanto, obligó a su hija a casarse con él. En el momento, nadie imaginaba que Julio César y Pompeyo se convertirían en enemigos, pero más adelante, esta enemistad desata una guerra civil.

Para representar esta parte de la historia romana, el yo lírico se dirige a Julia como la esposa heroica y altiva de Pompeyo. En una ocasión, Pompeyo regresa de un comicio con una mancha de sangre en la toga. Julia ve la toga e imagina lo peor: “Al ver su vestidura en sangre roja,/ con generosa cólera se enoja/ de sospecharlo muerto y estar viva”. Pero el problema no termina ahí. Julia estaba embarazada y esta conmoción le provoca un aborto y, con ello, una serie de pérdidas, ya que, al perder al bebé, Julia rompe el lazo que existía entre su padre y su esposo.

Fortuna aparece como un tirano que pudo haber obrado de maneras distintas. “Si el infeliz concepto que tenía/ en las entrañas Julia, no abortara,/ la muerte de Pompeyo excusaría”. Si se hubiera apiadado de ellos, si no hubiera hecho que Julia abortara, otra historia sería. La figura de esta diosa en la mitología se representa como traicionera, pues mantiene una relación con el Océano y suele provocar cambios en los vientos del mar. Sus travesuras llevan al hundimiento de barcos y el origen de tormentas, que en esta ocasión recayeron sobre la pareja romana.

Existe, sin embargo, un segundo culpable. Si bien Fortuna funge como la mente maestra, en el último terceto se introduce otro factor: el amor. Por lo que se sabe en los registros históricos, a pesar de tratarse de un matrimonio arreglado, Pompeyo y Julia llevaban una relación amorosa —a diferencia de las uniones de la época—. Y es el amor lo que la lleva a morir. “¡Oh tirana Fortuna, quién pensara/ que con el mismo amor que la temía / con ese mismo amor se la causara!”. Es inconcebible que algo tan benéfico en apariencia acarree tantas desgracias, pero así es la suerte a veces, y así lo plasmó la historia y luego Sor Juana.

Otro de los sonetos sigue un camino similar, se titula “A Porcia” y habla de otra alianza matrimonial: la de Porcia y Bruto. En este matrimonio, Porcia fue el baúl de los secretos de su esposo y siempre estuvo dispuesta a demostrar su confianza. Pero uno de los secretos más jugosos termina con la vida de Bruto, quien le confiesa que planea matar a Julio César (sí, el esposo de Julia en el soneto anterior. Porcia, preocupada y con el sentimiento de culpa que provoca la complicidad, ingiere brasas para terminar con su vida. Otra vez, se juzga innecesaria la obra de Fortuna. “¿Qué pasión, Porcia, qué dolor tan ciego/ te obliga a ser de ti fiera homicida?/ ¿O en qué ofende tu inocente vida, /que así le das batalla, a sangre y fuego?”. La sangre y el fuego son símbolos constantes y lo curioso es que cuando giran en torno a Bruto son casi honorables, pero cuando se trata de Porcia se vuelven comportamientos “airados”. Hay un deseo por evitar el suicidio de Porcia, pero no por su propio bien, sino no turbar a Bruto después de su muerte. Incluso tras la muerte de su esposo, se espera que Porcia mantenga los secretos y el sosiego de ambos.

En los tercetos, el tono imperativo se vuelve evidente. Además, continúa la relación de fuego y sangre que se había mencionado y se agrega el amor —algo muy parecido a lo que ocurre en los demás sonetos—. El amor, de nuevo, toma parte de la culpa, pues se trata del motor que impulsa a Porcia a ingerir las brasas: “Deja las brasas, Porcia, que mortales/ impaciente tu amor elegir quiere”. En los versos contiguos, las brasas se vuelven el fuego de su amor, inútilmente. “Porque si bien de tu pasión se infiere,/ mal morirá a las brasas materiales/ quien a las llamas del amor no muere”. De nada le sirve morir por culpa de las brasas si no muere abrazando las llamas del amor.

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