Año 13, número 144.

Aunque la música se ha globalizado siempre nos queda un dejo de nostalgia por el floklor, nunca se suelta la raíz, “es algo permanente, siempre regresa, siempre está ahí como un referente primordial”

Autor: Yair Ascención

Evangelina Bolitocha

Llega septiembre, las calles y los comercios se revisten de los colores de la bandera: verde, blanco y rojo. Parece que el viento tiene trompeta de mariachi en sus pulmones. Aunque la música se ha globalizado, siempre nos queda un dejo de nostalgia por el folklor, nunca se suelta la raíz, que de seguro tiene sabor a pitahaya y a nopal. El músico Flaco Rochi piensa en esto, con su figura delgada y su barba que rasca de vez en cuando opina sobre el folklor mexicano: “Es algo permanente, siempre regresa, siempre está ahí como un referente primordial”.

           Muchas veces lo he visto vagando por las calles de la ciudad, con una guitarra abrazada muy cerca de su pecho, tarareando o cantando con la boca muy abierta como si la voz sacara la fuerza de la sangre, y con ella el folklor que heredó de su madre. Porque él proviene de familia de pintores y cocineros. Heredó una estirpe interesante y única. Lo veo arriba del escenario, emitiendo los sonidos que se han alimentado de tantos ritmos, que van desde lo clásico: Johnny Cash, Bob Dylan, Aretha Franklin; lo anglosajón contemporáneo como Greta Van Fleet, Daniel Hart; o los hispanoamericanos Gerardo Enciso, Luca Bocci, Axel Catalán, Los Espíritus; o los que él llama los básicos: Charly y Spinetta; y los que él nombra el origen: Agustín Lara, Los Cadetes de Linares, Chalino Sánchez, Las Jilguerillas, Los Panchos. La lista es larga —dice Flaco Rochi— pero indispensable, fuma un Delicado (ahora Chesterfield) y recuerda que todo comenzó a los catorce años. En ese comienzo tiene que nombrar a la guitarra, porque si la olvida tal vez se ponga celosa y en media canción se desafine. “Toqué el tololoche en la rondalla del pueblo, luego vino la guitarra que siempre ha fungido como un sustento, anduve en agrupaciones de norteño banda, versátiles, bandas de viento, tríos, de covers, de rock y proyectos de tintes folclóricos, como Los Xoloescuincles”. Entre calada y calada recuerda su historia, olvida que la música comenzó más atrás, en un pequeño pueblo del sur de Jalisco. Sí, la historia y el ritmo de Flaco Rochi nació en Jiquilpan, donde se encuentra la esencia de Rulfo, un pueblo cargado de mística y poesía.

           Siguiendo con las remembranzas me doy cuenta que la primera vez que oí a Flaco Rochi no fue en la calle, ni en el escenario, sino entre humo y un vaso de cerveza. Entre amigos, él hablaba de aquellos poetas que han marcado sus letras: Mario Montalbetti, Juan Gelman, Oliverio Girondo y Roque Dalton. Nunca ha dejado de producir sonidos, ya sea de forma oral, ya sea a través de sus dedos que rasguean su guitarra o sus letras. Lo mismo puede estar una mañana tomando mate, fumando, dialogando sobre la poesía de Girondo, alternando una canción de Cuco Sánchez y escribiendo en su cuaderno. A Rochi le gusta dialogar, por eso opina sobre la identidad: “La identidad del mexicano aún no se puede concretar, estamos en constante cambio, la idiosincrasia se va sumando a la par del contexto. En algún momento se vendió la idea de que el mexicano era un charro, y claro que sí los hay, pero existe más México que Jalisco, ahora se plantea a un mexicano que viste norteño, botas y tejana. Parece como si éste fuera sencillo de idealizar. Creo que lo que define la mexicanidad es ‘la chingada’, como decía Octavio Paz. Y entonces el mexicano puede vivir de la chingada, sentirse de la chingada, mandar a la chingada, pero por alguna razón nunca deja de superponerse a cualquier conflicto que le sea dado. El mexicano es un chingón”. Entiendo que Flaco Rochi es un mexicano, podría idealizarlo como el músico de la carta de la lotería, porque él representa la acústica y la vida. Cuando estás cerca de él te das cuenta que el silencio nunca reinará, siempre late, como diría Arreola: “Es puro corazón”.

           Mueve sus manos como si el viendo tuviera acústica y contesta a la pregunta, ¿cómo ves la escena musical en Zapotlán? “Es un referente primordial de esta región; José Mojica, Los Hermanos Záizar, José Rolón, el Mariachi de Tecalitlán, Consuelito Velázquez y Pato Arreola. Además de lo contemporáneo: Lundra, Axel, Niño Sol, Robot Paranoico y muchos más”. Para Rochi surgen proyectos futuros: “Detalles finales de mi disco Sur”, nombre que hace referencia a los viajes que ha hecho al sur del continente, a los escritores del sur, a los versos de Vilariño: “Estás lejos y al sur/allí no son las cuatro”. De Sur se puede escuchar el sencillo “Ella no sabe del mar”, el cual se encuentra en Youtube.

           Rochi vuelve a poner agua caliente en el mate y me ofrece, piensa en una pregunta difícil: ¿Por qué hacer música? Enciende otro Chesterfield y suspira: “La música es una forma de contacto como cualquier otra acción. Es un espacio reducido al cual todos recurrimos de manera general, pero no es lo mismo  acceder a ella como herramienta de uso que como espacio de oficio. Es necesario recurrir al acto musical no sólo como una repetición, es primordial proponer y recrear. La música no es una mancha en la memoria de los hombres”. En sus ojos se visualizan los viajes, que han sido muchos, estacionándose en Argentina donde vivió unos meses y donde dejó un pedazo que está seguro recuperará. Dice: “El viaje es una necesidad primordial para el hombre, un proceso que lleva directo a la reflexión, a la búsqueda de lo novedoso. La música es un viaje”.

           Así, frente al músico contemporáneo que nunca suelta su raíz, frente al artista que crea el sonido en una región complicada para la música, en un país en constante transformación, escucho el tamboreo que como cita el mismo Rochi, es la más personal y la más social de las acciones, el medio para reconocer y conocer la identidad contemporánea de México.