Año 17, Número 237.

En Presencias invisibles de Fortunato Ruiz Verdugo hay una voluntad de diálogo íntimo, secreto y cómplice con el lector

Imagen: Pentagrama films

Ricardo Sigala

Esta historia: parte 1

Principios de los años noventa. En la antigua Facultad de Filosofía y Letras había una efervescencia incontenible. Perfiles variadísimos se hacían presentes y convivían con todas sus diferencias: revolucionarios con inquietudes guerrilleras, teóricos de la izquierda que abarcaban desde el socialismo utópico hasta el stalinismo y el trotskismo, indigenistas, hippies, trasnochados, poetas transgresores, folkloristas, representantes del rock urbano, existencialistas, figuras de la contracultura y del movimiento de las Bandas Unidas del Sector Hidalgo (BUSH), feministas y los miembros del GOHL (Grupo orgullo homosexual de liberación) que se comenzaron a ser visibles tras el avance del sida; entre los académicos aparecían representantes del materialismo histórico, filósofos hegelianos, seguidores de Foucault y discípulos de Ortega y Gasset, había estructuralistas, sociocríticos, sociólogos de la literatura, semióticos y quijotistas; en la política estudiantil fegistas y feuistas veían con asombro una tercera opción irreverente, iconoclasta, transgresora y dotada de una ingenioso sentido del humor: la célebre familia Kant. Entre ese coctel misceláneo, asomaba aquí y allá la figura de Fortunato Ruiz Verdugo, mediador de todas las posturas ideológicas, partidario de la convivencia pacífica entre los contrarios, epicentro de grandes ideas, entretenido conversador, líder carismático, voz cantante de causas perdidas y de batallas ganadas, alma de las fiestas, bebedor ejemplar, pero, y sobre todo, Fortunato destacaba por ser un lector agudo, un fabulador excepcional e inigualable narrador oral, y más que nada llamaba la atención su escritura. Fortunato Ruiz era el infaltable ganador de los concursos literarios en aquellos tempranos años noventa. Todos sus cercanos teníamos la ilusión de que entre nosotros, de nuestra generación podría emanar un escritor y ese sólo podía ser Fortunato. Entre las tantos buenos relatos que entonces escribió, tengo muy presente el divertido e ingenioso titulado “García Márquez me gusta con canela”, en el que combina los gustos gastronómicos con el consumo de literatura; o aquella profunda reflexión sobre la identidad, una erudita exposición de la mexicanidad que citaba desde Alfonso Reyes hasta Roger Bartra, pasando por Julio Cortázar, con el ajolote como símbolo de nuestra idiosincrasia, he olvidado su nombre. Pero, Fortunato no se limitaba en aquellos tiempos a la narrativa, mucha gente recuerda un memorable poema que publicó la revista Luvina en los tiempos en que la dirigía César López Cuadras. 

A mediados de los noventa conocimos a Carlos Bustos, acababa de echar a andar Ediciones del Plenilunio, y se interesó en la obra narrativa de Fortunato. Comenzamos a trabajar en su material, de hecho por esos tiempos la editorial publicó a varios de nuestros contemporáneos y cercanos, como a Cecilia Eudave. Pero cuando llegó su turno, vinieron problemas, seguro de índole económica, que llevaron al editor a suspender sus planes. El libro de Fortunato nunca se publicó. 

Esta historia: parte 2

2009, Zapotlán el Grande, un joven me busca en mi condición de coordinador de Letras Hispánicas, estaba muy interesado en estudiar la carrera pero tenía algunas dudas. No bien había comenzado a hablar aquel joven educado y de impecable porte, vino a mi mente un caudal de recuerdos. Ese muchacho era Alejandro López. Yo había sido su profesor en el Liceo del Valle, y sus recuerdos estaban asociados de manera muy enfática con Fortunato Ruiz. En efecto, algunas divinidades relacionadas con la casualidad nos había llevado a Fortunato y a mí por los mismos derroteros, después de la facultad, nos encontramos en la misma maestría, trabajamos para el Liceo del Valle, y en esos momentos, 2009, Fortu, como le decimos de cariño, era también, y continúa siendo, profesor de la licenciatura en Letras Hispánicas del CUSur en Ciudad Guzmán. Fueron años de remembranzas, de confidencias, de largas conversaciones, de aprendizajes, de caídas, de descensos al Hades y de resurgimientos, fueron años también fundacionales en el ámbito de la joven literatura del sur de Jalisco, pues coinciden con los tiempos en que Hiram Ruvalcaba y Alejandro von Düben que ya comenzaban a hacer ruido, coinciden con el nacimiento de los concursos literarios del CUSur y el esplendor de la Cátedra Hugo Gutiérrez Vega en nuestro centro. El ciclo pasó como un vendaval, pasaron muchas cosas y con la prisa abrumadora que caracteriza los buenos tiempos, Alejandro López ya había egresado. En esa Odisea, Alejandro conoció a Sara Medina, y regresó acompañado por ella a Guadalajara. Pero siempre desde las largas e intensas conversaciones en su armoniosa casa en la montaña oriente de Zapotlán, se había llevado una tarea: la conformación de una editorial. Por diversos motivos su paso había sido lento. 

Esta historia: parte 3

Las dos anteriores anécdotas confluyen en este mismo campo de destinos cruzados. Gracias a la aparición del sello editorial sintitulo, no sólo se cumple aquella tarea pendiente que había hecho suya Alejandro López, en complicidad con Sara Medina, sino que además podemos por fin ver  materializado el primer libro de ficción de Fortunato Ruiz Verdugo. 

Esta historia: parte 4

Para expresar mi experiencia leyendo Presencias invisibles de Fortunato Ruiz Verdugo, tomaré una frase que aparece en el cuento que abre el volumen: “y abrió sus sentidos a una nueva especie de felicidad”. Puedo traducir mi experiencia lectora como una apertura de los sentidos a una nueva especie de felicidad, una rara felicidad si quieren. Leí con atención, con grandes expectativas, con entusiasmo y con significativas satisfacciones este volumen de cuentos. Siempre he visto en su autor a un lector agradecido, y por lo tanto a un lector atento, y como escritor no olvida esa vocación. Hay en sus textos una voluntad de diálogo íntimo, secreto, cómplice con quien lee. Más allá de las historias, de sus tramas, sus estrategias narrativas, la escritura de este libro es un gesto de camaradería, de vínculo con esa sociedad secreta que constituyen los amantes de la lectura. 

Pero estoy yendo muy deprisa. Es oportuno decir que Presencias invisibles está compuesto de siete cuentos breves, que en su conjunto alcanzan el centenar de páginas. Los textos se instalan en un aparente género realista, y digo aparente porque las presencias invisibles a las que alude el título son parte sustancial del ADN de estas historias. Hay un misterio, un espíritu, una energía o una entidad inaprensible, que se constituyen como motores de las historias, y ese misterio permanece y nunca será develado en su totalidad. 

Una mujer, esposa y ama de casa, lectora de Jean Austen, que es víctima de ataques de  un ensimismamiento que la tornan ausente y complican la vida cotidiana de los que la rodean; un triángulo amoroso inexplicablemente “natural” con consecuencias terribles; una especie de epidemia de padres insomnes que asesinan a sus hijos de manera casual e involuntaria; un indígena que sale de casa huyendo de un algo que lo agobia, como emanado de una orfandad dolorida; una ficción en torno a un venado que ocurre en una realidad entre onírica y mitológica; una chica aficionada al béisbol que se convierte en un remolino que arrastra a un abismo emocional e irracional; una muchacha que dibuja escenas que se convierten en realidad, tales son las anécdotas que rigen cada uno de los cuentos. 

Pero, si bien los planteamientos temático-anecdóticos son en suma atractivos, es en el manejo que de ellos hace el autor en donde se encuentra su mayor virtud. La prosa de Fortunato ejerce una especie de hechizo, quizás sea el fraseo o el fluir dinámico de sus palabras; quizás sea una sabia elección de sus voces narrativas, la profundidad con que indaga en sus personajes o esa habilidad de crear atmósferas tan consistentes que resultan palpables y habitables para el lector. Quizás también el hechizo radique en la sutileza con que plantea, desarrolla y resuelve los misterios. 

Los cuentos de Presencias invisibles de Fortunato Ruiz Verdugo se desarrollan en una geografía imaginaria, Los Natoches, cuya referencia real es La Higuera de los Natoches, ubicada en el municipio de El Fuerte en Sinaloa; pero como toda geografía literaria ésta se construye como una entidad tanto real como imaginaria. Los Natoches es el sitio en que ocurren los hechos cotidianos que nos cuenta el autor, pero también es escenario de misterios que van más allá de la percepción racional de las cosas, incluso hay un par de cuentos en que uno parece asistir a un tiempo más allá de los relojes y del calendario, un tiempo alucinante muy cercano al tiempo mítico. Los Natoches también es un guiño al apelativo con que se le conoce también al autor: Nato. 

Me ha gustado la estructura que muestra esta colección de relatos, la forma en que lo cotidiano se va contaminando de pequeños y discretos enigmas que van creciendo de forma inesperada, me llamó la atención el puente central constituido por los cuentos “El lugar más seguro del mundo” y “La piedra  del venado”, cuya vocación de sabiduría antigua y naturaleza le otorgan un cariz cósmico al libro, para volver a la realidad urbana asociada por una parte a la pasión, y por otra los peligros de la vida diaria. El final del libro, más precisamente el final del último cuento, es un acierto luminoso. 

Esta historia: parte 5

Una última nota. Fortunato Ruiz es un tipo especial, carismático y poseedor de una atracción particular, su palabra es su arma más poderosa, pero al mismo tiempo es misterioso, no voy a entrar en pormenores. Me parece de un misterio mayúsculo la decisión que tuvo durante años de guardar silencio, de bajar su perfil de escritor, de soterrar una de sus más grandes cualidades y reservarla sólo para sus cercanos. Él pudo haber publicado en cualquier editorial desde los tiempos de su juventud, pero no quiso. Alejandro López, con su editorial sintitulo, ha entrado en ese misterio y nos ha dado la posibilidad de habitarlo.

ricardo.sigala@cusur.udg.mx