Año 13, número 150.

No hay duda que uno de los principales problemas escriturales en los redactores bisoños es que tienden a escribir con lluvia de ideas

Foto: Pixabay

Ramón Moreno

Hace años una colega que impartía clases de historia me comentaba que, cuando veía que los alumnos tenían dificultades para escribir con corrección los ensayos que les pedía, les sugería como alternativa que, antes de empezar a escribir, pensaran lo que dirían y que se imaginaran que se lo iban a contar a un familiar, a su abuelita, quizá. Si procedían de esa manera, como si el ensayo fuese una narración oral, el texto que produjeran muy probablemente tendría menos errores.

En ese tiempo yo no tenía una opinión al respecto y aunque algo sentía que no estaba bien en esa recomendación, pasaba para mí como una de las tantas charlas del salón de profesores, que casi siempre son chispeantes y a la velocidad del relámpago porque siempre estamos los docentes corriendo de un salón a otro.

Hoy por hoy, con la mucha experiencia que he acumulado en más de treinta años de impartir cursos de redacción y temas afines, estoy convencido que esa opinión no tiene sustento alguno y que, por el contrario, propicia que el problema escritural de nuestros alumnos se enquiste. En esta ocasión trataré de explicar por qué un texto académico de un estudiante de licenciatura nunca debe escribirse como si se charlara. Más aún, nunca (ni en los textos literarios en que el personaje está dialogando) debemos proceder en nuestra escritura de tal manera. En este último caso, el ejemplo de la prosa de Juan Rulfo es paradigmático. Imita el habla coloquial del Sur de Jalisco, pero es un español muy bien pensado en el que se ha cribado el lenguaje coloquial y se le ha dado una dimensión poética impresionante.

No hay duda que uno de los principales problemas escriturales en los redactores bisoños, quizá el más grave y difícil de erradicar, es que los inexpertos tienden a escribir con lluvia de ideas; es decir, el redactor salta de un tema a otro y hace largas parrafadas en las que pasa de un asunto al otro sin ton ni son, además de que satura de galimatías las páginas que produce. Sin duda, una de las dificultades que se enfrenta para erradicar este vicio escritural está en que los alumnos ni se enteran que están escribiendo bárbaramente o peor aún, saben que aquel texto tiene la impronta del caos pero les parece que proceder así es correcto, que eso está bien escrito. Entre otras cosas, piensan eso porque nunca nadie les ha dicho que escribir así es un despropósito.

Entendámonos, escribir (en el contexto en que estamos explicando) no es hablar, son cosas diametralmente distantes, incluso, antitéticas. El habla está dominada por la improvisación, la reiteración, la simultaneidad, las explicaciones tautológicas, el lenguaje corporal, los gestos, el descuido; por su parte, la escritura es un artificio inventado por las culturas más complejas y desarrolladas. A la simultaneidad le opone la secuencialidad (uno primero, dos después y tres más tarde); al descuido, la labor del artesano que pule una y otra vez; a la improvisación, la planeación. Borges, en su cuento “El aleph” dice que las visiones que se tienen de esa esfera mágica son simultáneas, pero que para poderlo él referir en su texto necesita hacerlo de manera sucesiva. Digamos que la relación entre hablar y escribir es de una naturaleza similar; lo primero es simultáneo, lo segundo, sucesivo.

Veamos este fragmento escrito con la impronta del habla: “Al parecer se descubre el asesinato y Jacek se va a juicio, en el cual su abogado no puede hacer mucho por evitar la pena de muerte. Al anunciar el veredicto todo sucede muy rápido, apenas tiene tiempo de pedirle al abogado un par de cosas, entre ellas ser enterrado en la tumba de su padre en la cual también está su hermanita, que fue arrollada por un tractor y entregarle a su madre la foto ampliada y mejorada de su hermana”. ¡En menos de cinco líneas nueve temas! El abogado no puede impedir la pena de muerte de alguien que en el texto no queda especificado; alguien le pide al abogado cosas, pero no sabemos quién es el peticionario. Se pasa a un quinto tema: el deseo de ser enterrado en la tumba de “su padre”, sin que sepamos su padre de quién; de ahí se salta a un sexto tema: la tumba de la hermanita de no se sabe quién, pues ya se ha hablado de tres personas: el abogado, el asesino y de “su padre”; luego se alude a un tractor asesino y finalmente a una fotografía.

Y no es que digamos que no es válido hablar de nueve o más temas, por supuesto que sí, pero es fundamental que concluyamos un asunto y hasta entonces cambiemos de tema para no estar yendo y viniendo. También es fundamental que, al concluir una idea, concluyamos las oraciones simples o compuestas que hayamos construido, y debemos “cerrarlas” con un punto y seguido o con un conector que le dé pie y entrada a la nueva proposición que utilizaremos.

Obsérvese que las ideas tercera, cuarta, quinta, sexta, séptima, octava y novena están redactadas en una sola oración que se alargó atrozmente; se separa una idea de la otra con coma o se subordina una idea a otra cuando se aloja la segunda dentro de la primera; veamos. “Ser enterrado en la tumba de su padre en la cual también está su hermanita” implica que “está su hermanita” quedó anidada dentro de “Ser enterrado en la tumba de su padre” a través del conector “en la cual”.

Comprendo que para entender a cabalidad lo que digo no es suficiente con leer de corrido este artículo periodístico, sino que mi texto demanda que se estudie con cuidado los enunciados que analizo. Pido al generoso lector que lo haga, si su interés es aprender a escribir con corrección.

Otro fenómeno que se presenta en este tipo de textos redactados como si se estuviese hablando está relacionado con el descuido de dar por entendido muchas cosas. Se habrá advertido que quien redactó el texto anterior no piensa en su lector; cree o deduce o simplemente no piensa en ello, lo da por sabido, que quien lo lea está dentro de su cabeza y que pensará lo mismo que él está pensando. Un principio muy sano es nunca dar por entendido nada; debemos preguntarnos constantemente: ¿me entenderá quien me lea?

Por otro lado, y volviendo a lo de la lluvia de ideas, son varias las opciones que tiene el redactor para corregir este vicio, la primera quedó ya dicha: no empezar una nueva oración hasta que no hayamos agotado el tema que queríamos tratar. Segundo, debemos observar la longitud de todos los elementos al interior de un párrafo y que los puntos y seguidos que usemos no estén muy alejados unos de otros. Poner punto y seguido después de una línea o línea y media o dos líneas, es una práctica muy sana.

Tercero, deberemos observar la extensión de nuestros párrafos. Cuando un alumno redacta un párrafo de una cuartilla de longitud o más extenso aún, sin duda estamos ante un problema y no es que seamos sabios, pues sin leer esa cuartilla ya sabemos que está mal escrita; es evidente que si prolongamos un párrafo no hemos tenido el cuidado de pausar nuestra escritura, de respirar y dejar respirar a nuestro lector. Una práctica muy sana es observar que los temas tratados se distribuyan por párrafos; es decir, que cuando concluyamos un tema concluyamos también el párrafo. Es muy frecuente que los redactores poco prevenidos no relacionan la extensión de sus ideas con la extensión de sus párrafos. También es frecuente ver que un redactor inexperto termine un tema a la mitad de un párrafo, y ahí mismo, sin poner punto y aparte, inicie un nuevo asunto.

En una cuartilla, es mi parecer (estamos hablando de textos escolares universitarios), debemos tener entre tres y cuatro párrafos. Si hay uno quinto, no pasa nada, pero es bueno buscar siempre como un horizonte deseable tres o cuatro párrafos por cuartilla, ya se retornará a este principio en la siguiente página. Aunque también debemos cuidar de no pecar por exceso contrario: párrafos muy breves de dos o tres líneas que impliquen seis y hasta siete párrafos por cuartilla. Redactar así es muy propio de las revistas de la farándula, y no pocos alumnos gustan de imitar esta manera desarticulada de escribir.

Para concluir, transcribiré el texto ya corregido por mí. “En algún momento que no se muestra en la película se descubre quién es el asesino. El culpado, Jacek, es sometido a juicio y condenado a la pena de muerte. El abogado del joven criminal, Piotr, hace todo lo que puede por salvarle la vida, pero le es imposible alcanzar la exoneración. Finalmente el jurado emite su veredicto condenatorio y los acontecimientos se precipitan: Jacek pide al defensor informe a su familia los deseos que tiene de ser enterrado en la misma tumba en que yace su padre. Por cierto, el criminal, en una escena muy emotiva, informa al abogado que en ese mismo sepulcro está enterrada una hermanita que murió accidentalmente. Para concluir el filme los conocidos circunstanciales –abogado y asesino– se despiden; el segundo le entrega al primero una fotografía que había llevado a amplificar de la pequeña difunta pero que, ahora que será ahorcado, no le servirá de nada”. Como puede observar el lector, en esta propuesta de corrección queda muy evidente las muchas cosas que el redactor dio por entendidas. En términos generales, es una labor muy fatigosa estar corrigiendo nuestros textos mal escritos, quizá lo mejor sea borrarlos y empezar de cero; no obstante, animo a nuestros lectores que si tienen este tipo de dificultades escriturales rehagan aquellos párrafos que están construidos como lluvias de ideas como ahora yo lo he hecho, porque sin duda, hacerlo, orienta y previene mucho al que escribe y también sin duda, es el camino correcto para mejorar nuestra redacción.

ramon.moreno@cusur.udg.mx