Año 15, número 192.

La mujer rota de Simone de Beauvoir, se encuentra en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación 843.9 BEA 2015

Melisa Munguía

La mujer rota, de Simone de Beauvoir, se publicó en 1967, y consta de tres cuentos que exploran la edad madura de la mujer desde perspectivas distintas. Escritas todas en primera persona, son narraciones críticas y reflexivas acerca de su lugar dentro de las familias francesas de clase media en el siglo XX.  En este momento tan importante para la mujer, el desprendimiento de sus esposos, amantes o hijos las llevan a sentirse inútiles o desperdiciadas. Este lugar de “liberación” abruma a las protagonistas, quienes por fin pueden asumir ese rol, pero sin descuidar las consecuencias que eso podría traer dentro de su núcleo familiar.

Los matrimonios que se describen en La mujer rota de Simone de Beauvoir son principalmente transicionales, como ella misma los llama en El segundo sexo (1949). Transforman la institución del matrimonio tradicional, en el que el hombre es el único que toma decisiones alrededor de la vida de la familia, se encarga de los ingresos familiares, tiene la palabra dentro de la casa, en fin, el único con el poder de tomar decisiones. En este nuevo matrimonio se le otorga a la mujer la posibilidad de sobresalir dentro de la literatura, de trabajar y ayudar en el hogar de otras maneras, de ser el centro de atención del hogar. Se le otorga, se tiene que conformar y estar agradecida con ese favor. Para esta mujer “ya no existe una moral escrita que determine sus hábitos”, como lo dice Berta Vías Mahou en La imagen de la mujer en la literatura occidental, por lo tanto, todo depende de ella. (Vías, 2000: 90)

 “La edad de la discreción” es el cuento que abre la obra y narra la historia de una escritora bastante prolífica en sus años de juventud. Al llegar a la madurez, debe enfrentarse a la falta de ideas para nuevos proyectos, al mismo tiempo que se enfrenta con el desprendimiento de su hijo. La escritora parece no darse cuenta de que su sobreprotección ha alejado completamente a su hijo del seno familiar, tanto que lo lleva a tomar posturas totalmente opuestas a las suyas. En este cuento se explora la independencia ingenua y la madurez de una madre que quiere controlarlo todo porque ahora es responsable de todo. Si alguna vez no tuvo nada, ahora le debe pertenecer: su hijo, su esposo y sus proyectos de escritura. ¿Cuándo se pertenece a sí misma?

 “Monólogo”, el segundo cuento es el fluir de conciencia de Murielle, una madre nada ejemplar que se ahoga en el arrepentimiento y la soledad. Víctima de su mala suerte, se encierra en su departamento para pensar sin parar. Su soledad le permite expresarse, Murielle sabe que es su momento, que puede hablar y no tiene por qué escuchar a nadie.

Mientras habla, nos lleva por las calles parisinas de su infancia, por las decepciones amorosas y maternales, por los errores que “la vida la llevó a cometer” y por el odio excesivo al ruido. Parece ser una larga carta oral de reproche en contra de la suerte o el destino. Todo es culpa del exterior y todos están en su contra, o al menos eso es lo que piensa. Murielle no pudo mantenerse dentro de este nuevo modelo de matrimonio transicional y no quiere saber si es culpable o no de ello.

Su experiencia es principalmente verbal, sus sentimientos son mediados por las palabras en lugar del contacto con los demás. Está sola y su única conexión con el exterior es el teléfono. Crea una prisión casi subconsciente en su propio departamento, que llena con palabras que se enfocan en lo grotesco, lo sucio y el suicidio de Sylvie, su hija. Murielle es consciente de su posición de objeto-sujeto dentro de su vida y cómo eso significa que es inocente, al mismo tiempo que fue un factor influyente en la vida y muerte de Sylvie. Ahora, lo que trae recuerdos de Sylvie a la mente de Murielle es el olor a vómito, y la única manera de sacarlo es a través de su monólogo. La narrativa rompe con el discurso lógico del primer cuento para traer disparates que son mucho más sensoriales. En este cuento, la mujer no tiene control sobre su lengua, sino al revés.

Finalmente, La mujer rota está escrito a manera de entradas de diario que uno podría considerar otro tipo de monólogo, uno más discreto. Por medio de las entradas, Monique se da cuenta de que haber dedicado su atención por completo a los demás la dejó sin el goce de su nueva libertad. Su departamento vacío se convierte en un reflejo casi perfecto de su interior y se vacía aún más cuando descubre que su esposo la está engañando.        

Las tres protagonistas son mujeres que, después de tener la vida perfecta, según la ideología del siglo XX, se quedan solas. Sus días de vejez están lejos de ser aquellos llenos de hijos, esposos y una salud mental aceptable. Estas mujeres, cerca del final de su vida, se quedan con el vacío del tiempo que emplearon en la crianza de sus hijos y en sus proyectos. Las arrugas denotan la naturaleza implacable de una vida de servicio y descuido personal. Cuando no gozaban de su condición de sujetos, no tenían que tomar decisiones tan importantes, ahora sus decisiones influyen en la vida de toda la familia y terminan en un espiral de caos.

Tanto la mujer discretamente enfadada como la mujer rota mantienen una postura de resiliencia. Aceptan lo que viene y lo que creen que les corresponde aceptar. Se quedan calladas y consideran que lo que les pasa, tarde o temprano tenía que pasar en un sistema nuevo de organización familiar. Como mujeres, deben esperar a que las cosas se resuelvan por terceros para no cometer errores y, si quieren hablar, deben hacerlo educadamente y con clase.

En el monólogo ocurre lo opuesto, ya que la mujer toma la palabra sin pedirla y habla de lo que quiere y cómo quiere, sin importarle que su discurso tenga sentido o goce de  la entonación adecuada. El monólogo toma, en este caso, un sentido de liberación. Como éste, podemos encontrar monólogos memorables como el de Carlota, la emperatriz, en Noticias del Imperio, de Fernando del Paso o el de Cecilia, en “Cantalobos”, un cuento de Patricia Esteban Erlés. Llama la atención el estado mental de estas mujeres. ¿Será que solamente las mujeres que tienen una realidad distinta a la “normal” son las que acuden al monólogo? Es como si hiciera falta prescindir de la cordura para poder hablar libremente, hasta el hartazgo, como Murielle, Carlota o Cecilia.

leslie.munguia5824@alumnos.udg.mx