Año 15, Número 206.

El hombre es un gran faisán en el Mundo de Herta Müller se encuentra en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación 830.91 MUL 2009

Melisa Munguía

El hombre es un gran faisán en el mundo (1986), de Herta Müller, es una novela que reafirma continuamente el paso del tiempo. Año tras año, los caminos de tierra y los molinos polvorientos crujen en medio de la nieve y se derriten cuando llega la primavera. Windisch lo sabe, y lleva años contando los días, viendo las plantas florecer y marchitarse —en una cadencia incontrolable e impredecible, a merced del guardia nocturno—, esperando que se autorice su salida de ese lado del muro. Windisch también ve los cambios en las personas, especialmente en su hija y en su mujer.

Esta novela corta con el silencio vacío del presente. Las imágenes surrealistas que construye crean una historia de vida que se contradice conforme avanzan las páginas. Los personajes pueden sentirse lo suficientemente libres un día o gradualmente perder la esperanza y recoger el hastío. Como faisanes, los hombres tienen alas; pero no tienen hacia dónde volar. 

Las mujeres toman un rol importante en la novela. A pesar del panorama violento que se les presenta, no pueden dejar de ser madres y mujeres de otros. Pero hay un espacio en medio para las hijas —a quienes en el libro les llaman por su nombre, a diferencia de sus madres, que se reducen a “la mujer de…”—, que gozan de una libertad que podría compararse con la de las mariposas. Es esta libertad que les permite la perseverancia.

Estas comparaciones con la naturaleza también son una constante en la novela. “La rana de tierra”, por ejemplo, es un capítulo que tiene una de las transmutaciones más surrealistas del libro. A través de las páginas se encuentran hombres que son hilos negros y mujeres que son flores, pero en “La rana de tierra” la línea es más delgada. Los ojos de la mujer de repente son los de la rana y distinguir entre ambas es complicado. La rana parece tener un poder hipnotizante, ingenioso, y no deja de recordarnos que: “El hombre perdona y la mujer miente”.

Entre tantos seres vivos y muertos, la naturaleza también se apropia de este hastío polvoriento.  El suelo trepa, cubre, el suelo parece tener vida y también espera la muerte. Las orugas se arrastran, hay jardines llenos de animales muertos y un manzano que se come a sí mismo. Como el hombre y la mujer, la naturaleza se encuentra a merced de las calamidades climáticas, del ambiente que rompe y deshoja árboles. Y, a pesar de su fortaleza, no puede ganarle al tiempo: ¿Qué se hace con los monumentos cuando el tiempo rompe toda historia?

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