Año 15, Número 196.

Cuentos reunidos de Amparo Dávila, se encuentra en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación 863 DAV 2009

Melisa Munguía

Para leer a Amparo Dávila no se necesita poseer un sentido de conciencia por encima del promedio ni una inclinación hacia lo sobrenatural. Se necesita, por otro lado, dejarse llevar por la estructura de sus relatos, que incitan inevitablemente a lo siniestro, de lo que tanto se habla cuando se estudia su narrativa. En sus Cuentos reunidos, los relatos fantásticos abordan temas como la soledad, el silencio, la locura, la tristeza y la angustia. Pero más allá de los temas, su uso y abuso del tiempo y el espacio nos dan la impresión de que estamos inmersos en una realidad que ya no es la que conocemos, que nos sumerge en lo que podría ocurrir, lo que podríamos soñar o llegar a imaginar en determinado momento. Tzvetan Todorov habla acerca de lo que constituye lo fantástico y Freud alude a lo siniestro; ambas nos sirven al momento de leer a Amparo Dávila.

Es lógico que toda obra posea una estructura, un conjunto de elementos que guardan su sentido. En el relato fantástico, nos encontramos con una estructura ambigua, en la que los sucesos alteran el orden del contexto (Todorov, 2006). Se habla, entonces, de lo sobrenatural, de aquello que transgrede las leyes de la realidad. Esta realidad que nos muestra el autor nos enganchará una vez que aceptemos creerlo todo y, para lograrlo, es útil y común que el autor, utilice el narrador omnisciente. 

Así, utilizando esta estructura y este narrador confiable, es fácil confundir quién narra y quién vive, por lo que existe una especie de multiplicación de la personalidad. No hay un límite muy marcado entre el sujeto y el objeto dentro de la literatura fantástica; al leer, es casi como si el velo de la incertidumbre cubriera cada palabra, cada punto. Esta ruptura del orden natural de la realidad trae a primer plano la locura. Pero, a pesar de que gran parte de los personajes de Amparo Dávila sí se encuentran en situaciones difíciles que los llevan a la locura, decir que todos sus personajes están locos sería reduccionista. Existen entramados complejos que componen la obra de Dávila, y las transgresiones que había mencionado, junto con estos, producen en el lector la sensación de lo siniestro.

Para Freud, lo siniestro es aquello que nos produce cierta repulsión al ser algo que nos resulta familiar, pero con ligeros cambios. Algo espantoso que afecta las cosas que creíamos conocer. En Lo siniestro, Freud menciona el animismo como ejemplo, las miradas, los ojos, los espejos, el doble. El doble representa una especie de versión antigua de lo que somos, es algo distinto, pero tan similar que a veces no es fácil decidir cuál es el doble “original”. 

Nos hallamos así, ante todo, con el tema del «doble» o del «otro yo», en todas sus variaciones y desarrollos, es decir: con la aparición de personas que a causa de su figura igual deben ser consideradas idénticas; con el acrecentamiento de esta relación mediante la transmisión de los procesos anímicos de una persona a su «doble» […] uno participa en lo que el otro sabe, piensa y experimenta; con la identificación de una persona con otra, de suerte que pierde el dominio sobre su propio yo y coloca el yo ajeno en lugar del propio, o sea: desdoblamiento del yo, partición del yo, sustitución del yo; finalmente con el constante retorno de lo semejante, con la repetición de los mismos rasgos faciales, caracteres, destinos, actos criminales, aun de los mismos nombres en varias generaciones sucesivas. (Freud: 8)

En “Final de una lucha”, es fácil ver esta representación. Este relato se encuentra en Tiempo destrozado (1959) y no es el primero en el que Amparo Dávila utiliza el doble para hablar de un desdoblamiento. En el relato, Durán se encuentra a sí mismo paseando con otra mujer mientras compra el periódico. La incertidumbre lo llena y lo lleva a hacer todo lo posible por saber quién es esa persona que vio y por qué es idéntica a él. Pronto se ve obligado a preguntarse si él no es realmente la sombra del otro. Así, la búsqueda del otro no es más que la búsqueda de uno mismo, en el mismo cuerpo, pero con circunstancias distintas. Esta identificación con el doble se percibe de manera intensa. Durán recuerda peculiaridades de su juventud a través de una experiencia increíblemente sensorial, están presentes las miradas, los ojos, los espejos, y la conciencia propia como una limitante, así como el tacto y el olfato. 

Abordando ahora las etapas o versiones del yo que presenta el doble, el cuento comienza con el desdoblamiento del yo, con una representación idéntica del personaje principal:

Estaba comprando el periódico de la tarde, cuando se vio pasar, acompañado de una rubia. Se quedó inmóvil, perplejo. Era él mismo, no cabía duda. Ni gemelo ni parecido; era él quien había pasado. […] Necesitaba averiguar cuál de los dos era el verdadero. Si él, Durán, era el auténtico dueño del cuerpo y el que había pasado su sombra animada, o si el otro era el real y él su sola sombra. (Dávila: 32)

Desde el comienzo de esta narración se deja claro que la problemática gira en torno a la incertidumbre de Durán. Por medio de la mirada, se ve a sí mismo, pero de una forma casi hipotética, ya que es capaz de ver

todas las posibilidades de nuestra existencia que no han hallado realización y que la imaginación no se resigna a abandonar, todas las aspiraciones del yo que no pudieron cumplirse a causa de adversas circunstancias la ilusión del libre albedrío. (Freud: 8)

Imagina tanto tras verse en otro que ya no existe un límite entre el Durán que sabe que es y el que cree que debería ser. Después del primer encuentro, cuando los vuelve a encontrar, se da cuenta de que no es realmente él en ese mismo tiempo, sino una versión suya, tan distinta como anterior:

Un día aparecieron nuevamente. Él llevaba aquel viejo traje café que lo había acompañado tantos años. Lo reconoció al instante; se lo había puesto tantas veces… Le traía de golpe muchos recuerdos. Caminaba bastante cerca de ellos. Era su mismo cuerpo, no cabía duda. La misma velada sonrisa, el cabello a punto de encanecer, el modo de gastar el tacón derecho, los bolsillos siempre llenos de cosas, el periódico bajo el brazo… Era él. (33)

En este fragmento se puede observar, entonces, una partición del yo. Una forma de imponer distancia entre uno y otro que resulta en la diferenciación de sus características, así como una comparación absurda con lo que pudo haber sido. Más adelante, se encontrará con la verdad, con su realidad actual, por decirlo de algún modo:

Su mujer lo esperaba para cenar, igual que siempre. No probó bocado. La sensación de ansiedad y de vacío le había llegado al estómago. Aquella noche no pudo acercarse a su mujer, cuando ella se acostó a su lado, ni las siguientes. No podía engañarla. Sentía remordimientos, disgusto de sí mismo. Quizás a esa misma hora él estaba poseyendo a la hermosa rubia… (33)

En esta partición existe, evidentemente, la comparación: existe un Durán que muere de angustia al imaginar todo lo que debe estar disfrutando el doble, mientras que el otro Durán disfruta de la compañía de la rubia sin preguntarse nada acerca de su doble. Esta comparación lleva a la diferenciación, que da lugar a la sustitución del yo. En algún momento, el doble deberá terminar con el otro. Ambos no pueden existir en el mismo plano, pues la realidad, el tiempo y el espacio ya son demasiado caóticos.

Tenía que llegar hasta el fin, hasta que sólo quedara Durán, o el otro… Hacia la medianoche salió Durán de la casa pintada de gris. Iba herido, tambaleante. Miraba con recelo hacia todas partes, como el que teme ser descubierto y detenido. (34)

No se sabe realmente qué Durán es el que queda, pero se sabe que en donde existían dos ahora solo existe uno y eso es suficiente. ¿Hacia dónde habría llegado la desesperación de Durán si no hubiera hecho lo que hizo? Sin duda, es algo que el texto invita al lector a reflexionar. Amparo Dávila realiza un trabajo maravilloso dentro de sus relatos a través de la cotidianidad. Lo sobrenatural que se encuentra en sus obras no es producto de una mera alucinación, sino de una forma distinta de ver aquello que se ve todos los días, pero que poco a poco deja reminiscencias de lo que fue.

Es fácil reconocer, tanto en este relato como en todos los que se encuentran reunidos en Tiempo destrozado, cómo cambian las dimensiones de sus personajes para ajustarse a una realidad distinta. Son juegos interdimensionales que bien podrían recordarnos el trabajo no menos siniestro de David Lynch y Mark Frost en Twin Peaks o el de Natasha Lyonne y Amy Poehler en Russian Doll. Es realmente impresionante cómo estas transgresiones dentro de lo fantástico se logran tan bien para la época en que fueron escritas. Sin embargo, no es sorprendente, ya que se trata de una forma válida plasmar el imaginario que surgió luego de una inestabilidad evidente dentro de la sociedad mexicana. 

leslie.munguia5824@alumnos.udg.mx