Año 16, Número 232.

Para ser quienes somos, para construir(nos) una identidad, no basta el individuo, es decir, no basta con nosotros mismos. Necesitamos de un “otro” que nos mire e invalide nuestra existencia

Imagen: concepto.de

Martín Rojo

El amor es uno de los temas más recurrentes en la poesía mundial. Muchas han sido las aristas desde las cuales se le ha dado tratamiento. Se ha elogiado y celebrado su existencia, así como también se ha lamentado su pérdida. Todo lo cual nace de su relación con la “otredad”, es decir, con la persona amada: su ausencia o su presencia. De estos estadios, la indiferencia protagoniza el declive de las relaciones amorosas, y a su causa ocurren múltiples fenómenos: el hartazgo, la decepción, la pérdida de identidad, entre otros. ¿Podemos hablar pues, del desamor como un estímulo para la pérdida de identidad? Para aderezar la reflexión propongo acotarla a los límites del poema “Desamor” (2021) de Rosario Castellanos. Además, partiré de un análisis isotópico como el propuesto por Desiderio blanco en La vigencia de la semiótica (2016) y de las reflexiones indentitarias de Paul Ricoeur en Sí mismo como otro (1996). Amar lleva consigo diferentes cláusulas, de las cuales, la atención, es una de las más importantes, si no es que la más. En el lado opuesto y siempre a punto de activarse: la indiferencia, es decir, lo contrario al amor. En algunos casos, tal extrapolación, junto con la pérdida de la persona amada, provocan la pérdida de identidad.

La buena poesía se hermana con la filosofía en tanto que provoca y conlleva la reflexión de lo esencial. Entre ellas hay, claramente, una divergencia de tipo discursiva: mientras una se vale del discurso poético, la otra del discurso expositivo. Un poema puede desarrollar el mismo tema que un artículo filosófico, pero desde la flexibilidad del discurso: la plurivalencia metafórica, la armonía, la música y el ritmo de lo enunciado. En la obra de Rosario Castellanos podemos encontrar un quehacer filosófico puesto a funcionar desde las trincheras del quehacer poético. “Desamor”, compuesto por tres tercetos arrítmicos, contiene en su núcleo una reflexión filosófica. En el poema podemos intuir dos presencias: la persona poética, esto es, la persona que ama, ubicada en un no-lugar y cuya corporalidad está puesta en duda, y la persona no-poética, es decir, la persona amada. El “vaciamiento” de identidad es el resultado de la forma en que la persona no-poética mira a la persona poética, por lo que podemos decir que este poema nace a partir de la mirada. El tema del poema es entonces la pérdida de la identidad estimulada por el desamor y no éste per se.

Basta una mirada para que ocurran un sinfín de cosas. La forma de mirar de la persona no-poética causa estragos en la persona poética. Pero ¿cuál es esta forma de mirar? Para responder tal pregunta se requiere hacer una colección de isotopías en el poema de Castellanos. El término isotopía es propuesto por Desiderio Blanco como el surgimiento de propiedades semánticas semejantes que dirigen a la redundancia de determinados semas. La voz poética anuncia: Me vio como se mira al través de un cristal/ o del aire/ o de nada. En este primer terceto, se congregan los semas nucleares: “cristal”, “aire”, “nada”.  El valor semejante entre ellos es la invisibilidad, la nulificación, y, en seguida, lo que no tiene relevancia. Cabe señalar que dicha nulificación es gradual, en tanto que el cristal es atravesado por la mirada, pero tiene condiciones materiales; el aire tiene condición material, pero es inasible e invisible; así hasta llegar a la nada, que implica la ausencia ontológica total. A causa de la mirada, o, mejor dicho, de la no-mirada, la persona poética se vuelve un no-ser. Lo anterior se refuerza con los semas contextuales en el segundo terceto: la negación “no”; el adjetivo indefinido “ninguna” y el adverbio de tiempo “nunca”. De este modo, la persona poética refiere su ausencia corporal, negando al alimón, la existencia de un tiempo-espacio posible. El universo poético, cabe decir, es inubicable.

¿Por qué la mirada de la persona no-poética destruye la identidad de la persona poética? Atendamos el hecho de que muchas cosas pueden ocurrir a partir de una “simple” mirada. Atendamos también que el acto de mirar y la forma en que se mira, provocan pasiones en aquellos que son mirados. Profundicemos: la identidad del “yo” se construye tanto interna (a partir del “yo propio”) como externamente (a partir del no-yo). “Lo Otro no es sólo la contrapartida de lo Mismo, sino que pertenece a la constitución íntima de su sentido”, concluyó Paul Ricoeur. Lo otro identifica y reconoce; sin él, no es suficiente el “yo” propio para que se configure una identidad. La persona no-poética “atraviesa” con la mirada a la persona poética, nulifica de tal modo su corporalidad, invalida su ser, y es por esta invalidación que la construcción de su identidad se ve afectada. En el último terceto se invalidan mucho más sus condiciones corporales. La voz poética anuncia ser como el que muere en la epidemia/ sin identificar, y es arrojado/ a la fosa común. En este punto, su cuerpo se ha vuelto irreconocible al lado de otros cuerpos no identificables y hacinados a los que solo tienen por destino la podredumbre.

Para ser quienes somos, para construir(nos) una identidad, no basta el individuo, es decir, no basta con nosotros mismos. Necesitamos de un “otro” que nos mire e invalide nuestra existencia, de lo contrario, el “yo” pierde su identidad, no somos nadie. Las condiciones de este “vaciamiento” se ven intensificadas si aquella otredad no corresponde a la persona amada, pues de todas las actividades humanas, el acto de amar es el que menos comprende el concepto de individualidad. En conclusión: Rosario Castellanos construye una propuesta que estriba en la composición poética a partir de una reflexión ontológica, de la cual resulta que la ausencia de amor provoca la indiferencia, y ésta, a su vez, la pérdida de identidad. Y no solo eso, sino que, la forma en que se mira es suficiente para estimular dichos cambios ontológicos. A causa de una mirada, la persona poética quedó sin identificación posible, “muere en la epidemia”, fue arrojada al lado de un sin número de no-personas que fueron vistas y tratadas de similar forma y que tampoco son identificables. Aquí, el cuerpo, que para Paul Ricoeur, es el método más preciso de identificación y reidentificación, se ha convertido en un bulto cualquiera.