Año 16, Número 226.

El autor utiliza varios recursos a su favor para mantener el suspenso que atrapa al lector, hasta llegar al final del relato

Imagen: UNAM Global

Désirée Lepe

Horacio Quiroga fue un poeta y escritor uruguayo nacido el 31 de diciembre de 1878, y murió en Argentina el 19 de febrero de 1937. Es considerado como el Edgar Allan Poe hispanoamericano, ya que su especialidad son los relatos de horror y suspenso. Uno de sus cuentos más conocidos es “El almohadón de plumas”, perteneciente al libro de relatos Cuentos de amor, de locura y de muerte, publicado en 1917.

El relato es bastante breve, tiene una extensión de tres cuartillas. Trata precisamente de amor, locura y muerte. Alicia y Jordán son una pareja de recién casados. Ella, tímida, dulce y angelical; él, de carácter duro y frío. Se amaban profundamente, sólo que ella se intimidaba fácilmente como para demostrarlo, mientras que el carácter de él le impedía dar a conocer sus sentimientos. Su matrimonio duró únicamente tres meses, pues a Alicia le dio una influenza de la que no se repuso nunca. Cinco días demoró en morir, sin empeorar durante el día pero amaneciendo más grave que el día anterior, como si se deteriorara sólo de noche. No había explicación médica para su enfermedad, padecía una anemia que la estaba consumiendo, y su marido no podía hacer otra cosa que estar dando vueltas y vueltas por su habitación y por la casa. Cuando Alicia finalmente muere, la sirvienta observa unas pequeñas manchas rojas, como de sangre, a los costados del almohadón. Al querer examinarlo, descubren que pesa extraordinariamente, y al cortar la funda de un tajo, se hallaron con una criatura terrorífica y monstruosa; el asesino de Alicia, la criatura que le chupó, literalmente, la vida.

El autor utiliza varios recursos a su favor para mantener el suspenso que atrapa al lector, hasta llegar al final del relato. Atribuye el deterioro de Alicia a condiciones médicas extremas y desconocidas, sin embargo, es evidente que el narrador sabe lo que ocurre al final, por lo que, en su descripción, deja algunas pistas de qué puede estar sucediendo. Fernando Chelle dice en su artículo “El almohadón de plumas”, de Horacio Quiroga: un cuento de amor, de locura y, sobre todo, de muerte que “en la planificación del relato, Quiroga sabe de antemano de qué manera y en qué circunstancias va a morir Alicia, pero tiene que crear en el lector interpretaciones transitorias de lo que va ocurriendo durante la lectura para que cuando en realidad salga a la luz el verdadero motivo de la enfermedad y la muerte la sorpresa sea total”.

Describe el lugar en donde se desarrolla el cuento como un palacio encantado, pero curiosamente en lugar de ser antiguo, viejo y maltratado (como suelen ser los palacios), lo describe de un pulcro color blanco “La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío”. Lo que resulta curioso, es que generalmente el color blanco simboliza paz, tranquilidad, pureza, inocencia, sin embargo, en el relato es utilizado para generar una sensación incómoda de frío, estremecimientos, vacío, dureza… tal como si se estuviera describiendo el carácter de Jordán. 

A pesar del amor que la pareja se tiene, es evidente que hay una enorme barrera de comunicación; ella es demasiado tímida y él es demasiado frío y distante, por lo que no se demuestran nunca su amor. La única demostración figurada en la historia, es en una escena en el jardín, el último día que Alicia pudo estar levantada. Jordán posa tiernamente su brazo en la cabeza de ella y esta se suelta a llorar desconsoladamente echándole los brazos encima: “De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra”. Menciona Chelle que “es comprensible el llanto de la protagonista y la actitud de dejarse proteger, fue como si Jordán con su actitud habilitara a Alicia a manifestar todo lo que sentía y que justamente por el carácter del marido estaba obligada a reprimir”.

Y sin duda, lo que más llama la atención de todo el texto, es el final. Horacio Quiroga pudo eliminar el último párrafo, en el que explica casi que científicamente lo sucedido con la bestia, como si el lector no fuera capaz de averiguarlo por sí mismo, como si se exigiera una explicación lógica, y a mi parecer, eso rompe con la armonía de todo el relato: “Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma”.

Explica Chelle: “Es muy curioso el último párrafo del cuento, parece no formar parte de la ficción y ser una explicación cuasi científica de la vida y alimentación de los parásitos que viven en las aves y que en ocasiones habitan los almohadones de plumas […] pareciera como si Quiroga quisiera darle un toque realista a tanto desborde imaginativo, quizá lo hizo con la intención de impresionar a algunos lectores incautos para que lleguen a preguntarse si en verdad esto pudo suceder y reparen en los riesgos que pueden llegar a correr como poseedores de similares almohadones”.

“El almohadón de plumas” es un relato de suspenso muy bien logrado, con ciertos tintes de “El gato negro” de el estadounidense Edgar Allan Poe. Sin duda, tiene esos momentos angustiantes para el lector, así como un final inesperado, mas no inexplicable, ya que el autor se encarga de explicar lo sucedido, sin permitir que uno saque sus propias conclusiones. Aún así, no cabe duda de que este cuento ha dejado a muchos lectores sin dormir, preguntándose si su propio almohadón de plumas alberga una de estas criaturas vampíricas, que te succionan la vida por las noches.

alexia.lepe5936@alumnos.udg.mx