Año 16, Número 221.

Pita Amor fue absorta por la necesidad de saber la forma, ubicación, origen y materia del todopoderoso

Fotografía: Revista Altazor

Roberto Vázquez Ramírez

La primera vez que llegó a mí el nombre de Pita Amor, fue a través de la pluma de Elena Poniatowska: “Pita Amor le cantó a Dios y ella misma fue Dios”. Basta con leer su poesía y saber de su vida para notar que en sus manos llenas de anillos cargaba con la esencia divina. No es raro que dentro de la obra se halle depositada la duda, admiración y retadora insolencia de la poeta hacia la divinidad que le obsequió la cultura mexicana. 

Guadalupe Amor Schmidtlein nace en mayo de 1958, en México. Dios es el amuleto nacional: católico, omnipresente y mexicano por adopción. Desde ese día Pita queda condenada, su castigo: poseer una conciencia en tierras de un dios que los sentidos no captan, una deidad que reposa en la fe popular. 

Con la misma inquietud de una niña ante el conocimiento nuevo, la poeta fue absorta por la necesidad de saber la forma, ubicación, origen y materia del todopoderoso. La búsqueda de las respuestas la hace por medio de sus letras y da a luz a Décimas a Dios, una de sus más famosas obras que consta de 43 versos e inicia así: 

«Dios, invención admirable,

hecha de ansiedad humana 

y de esencia tan arcana 

que se vuelve impenetrable» 

Aunque son las cuestiones mencionadas con anterioridad los ejes esenciales del poema, se aborda un gran abanico de temas. A pesar de esto no existe una ambigüedad, pues la visión de Amor es la aguja que va hilando lógicamente cada verso; es Pita la protagonista de las décimas que le dedica a Dios. 

Es posible ver que la autora hace un análisis desde el Yo. Lo crea, lo construye y le da vida: 

«No al que me enseñaron, no. 

Al eterno inalcanzable, 

al oculto inevitable, 

al lejano busco yo. 

Al que mi ser inventó […]»

En el artículo titulado «Guadalupe Amor y sus Décimas a Dios», Mireya Jaimes Freire encuentra en el poema: “[…] entre Dios y Guadalupe Amor (por supuesto nosotros, los demás mortales, no entramos en la cuenta) es Guadalupe Amor el ser más importante”. La poeta, dentro de sus estrofas, sin duda alguna se antepone al ser divino. Sin embargo, existe una necesidad latente de él, la razón del por qué entenderlo en su totalidad. Busca, con la famosa fe, llenar grandes vacíos y calmar varios de sus penares: 

«No, no es después de la muerte 

cuando eres Dios necesario

 es en el infierno diario 

cuando es milagro tenerte»

Esto da pie a una de sus inquietudes más grandes, pues necesita verle, tocarle, sentirlo de la manera más humana posible. Para ella es inconcebible que exista un dios que de prueba de su existencia con su ausencia. Pareciera que el sistema de pensamiento filosófico de Guadalupe se ve influenciado por posturas materialistas y un extraño egotismo.

Aunque es bien sabido que la literatura de Pita se tiene que leer con el prefijo ego, hay algunos versos que evidencian el espacio tan íntimo que creó la autora para dialogar con Dios: 

«Tengo contigo una cita 

que nunca ha nadie le has dado 

un pacto nuevo y vedado,

una fe que no se grita» 

De hecho, a pesar de ser de las últimas palabras que contiene la obra, éstas son las teloneras que abrirán el escenario a los más profundos versos. Aquí la autora se abre el pecho y muestra su lado más humano y frágil: 

«una sensación que incita 

a existir ya sin tortura»

«un sentimiento que induce 

a existir solo en la altura»

Otro de los temas que predomina en la obra es la arrogancia e insolencia (si lo miramos desde la cultura que la rodeaba) de la poeta hacia la deidad. No fue un derecho que adquirió al haberse ganado el título de undécima musa, fue una característica inherente a ella. Cierto es que Amor no temió encarar a Dios y puso en duda cada uno de los hechos más frágiles que la fe respalda. 

Son preguntas y aforismos las herramientas suficientes para que la autora juzgue y discuta las acciones y realidades del todopoderoso. Para ella éste se sostiene en lo absurdo pues para habernos hecho a su imagen y semejanza poco tiene de la esencia humana, está lleno de poder y carente de materia: 

«Pero yo quiero saber 

si tus fuerzas las dominas

si cuando creas y exterminas 

es timón tu voluntad» 

Dios fue una de las figuras más presentes en su vida. Aunque no es la obra que nos compete hoy, en su libro titulado Yo soy mi casa, publicado en 1957 por Fondo de Cultura Económica, que más bien es un texto autobiográfico, Amor atestigua su presencia abrumadora y lo difícil que era conectar con él: 

» Y veía la mediocre pintura al óleo de un sagrado corazón que tenía todo, menos un corazón»

Es casi imposible encontrar el ápice de Décimas a Dios. Podríamos desenvolvernos y profundizar perfectamente en cada uno de sus vértices. Los versos de Guadalupe son de índole ontológico y lejos de cumplir la hazaña de quitarle la vida a Dios como suelen hacer otros, éstos la acercan a él. 

El 8 de mayo de 2000 muere la undécima musa. Su metamorfosis mental la posiciona en lo divino. Poeta, musa y Dios: cuatro letras y Amor en todas ellas. 

roberto.vazquez1409@alumnos.udg.mx