Año 17, Número 235.
Mi hermanita Magdalena, aunque no es una novela policiaca, sí contiene la esencia de una
Mireya Serrano Chávez
La desdicha comenzó en mi casa con la lectura de Mi hermanita Magdalena. No sé por qué digo desdicha. Me refiero a que yo no estaba capacitada para leer esta novela, si tenemos en cuenta las limitaciones que en ese entonces tenía: una estudiante de letras que intentaba superar el bloqueo lector; por lo que debía optar, según la información de internet, por un libro corto y de un género que fácilmente estuviera bajo mi control. El objetivo principal, entonces, era seleccionar una novela que siguiera la fórmula (no necesariamente clásica) policiaca, por lo que la lectura tomó una dirección contraria a la que esperaba encontrar.
Elena Garro, una escritora mexicana multifacética, conocida por algunos por introducir elementos de surrealismo y fantasía y por otros, por su matrimonio con Octavio Paz. Su novela cumbre, Los recuerdos del porvenir (1963), recibió más reconocimiento; mientras que Mi hermanita Magdalena, publicada en el mismo año de su muerte, es quizás una de sus obras menos conocidas. No obstante, los pocos lectores de esta novela la consideran obra clave en su producción, puesto que existe una posibilidad de relación con las huellas de su memoria.
Yo, sin embargo, conocí a Elena Garro por su mención en un estudio sobre la historia de la novela policiaca en México, donde se aseguraba que Garro era lectora apasionada del género mencionado, pues algunas de sus obras podrían ser categorizadas dentro del espectro detectivesco. Y no, no es una novela del género policial, pero los personajes principales sí son aficionados a los temas detectivescos y utilizan esta ventaja para desarrollar habilidades deductivas e intentar resolver ciertos enigmas.
Podría afirmar que Mi hermanita Magdalena, aunque no es una novela policiaca, sí contiene la esencia de una. El primer enigma que nos encontramos es la desaparición de Magdalena, la menor de tres hermanas. Estefanía, nuestra narradora, y Rosa comienzan esta búsqueda en algunos barrios de la Ciudad de México, orientadas con sus lecturas de Sherlock Holmes y Crimen y Castigo de Dostoievski. Esta esencia detectivesca también se encuentra presente en la indiferencia de las instituciones gubernamentales, la que nuestros personajes cuestionan. Por lo que rememoran constantemente la justicia de Raskolnikov en Crimen y Castigo, y aunque Rosa y Estefanía no hacen justicia por sus propias manos, sí fantasean con situaciones homicidas en respuesta a la corrupción.
La búsqueda se extiende a Europa y, una vez que Estefanía y Magdalena se reúnen, se ven envueltas en distintos crímenes relacionados con el espionaje internacional. Nos encontramos con tres espacios narrativos: Ciudad de México, Ascona y París. Rosa, la hermana de en medio, sólo aparece en el primer espacio, es por eso que se convierte en el contacto directo con México; mientras que Magdalena y Estefanía sufren de paranoia en una Europa llena de misterio por las distintas ideologías y grupos políticos. Por el día actúan con inteligencia y precisión, por la noche las cosas cambian de sentido, pues lo que de día resultaba irrelevante, de noche se convertía en un peligro sin salida. El móvil, luego de encontrar a Magdalena, será conseguir el divorcio de su falso y secreto matrimonio con Enrique, un hombre mayor involucrado en negocios oscuros.
En definitiva, Mi hermanita Magdalena se adueña de la técnica narrativa detectivesca, aunque no es así desde el inicio. El principio genera caos al introducir referentes históricos y de cultura, descripciones costumbristas de la ciudad, alusiones al desarrollo de la sociedad moderna y reflexiones sobre las normas de educación a las que sus tías maternas pretenden someterlas. Lo que posiblemente sea un paralelismo entre los personajes (específicamente Magdalena) y la vida de la autora.
A pesar de ello, los enigmas son mucho más organizados y sujetan al lector con ese característico interés que existe en las novelas policiacas. En cuanto al final, aunque corresponde a los lectores descubrir, se puede agregar que la solución se da casi de manera milagrosa, lo que no suele ser común en novelas de este género. Finalmente, esta obra me da la impresión de una necesidad de la autora por explicar y/o justificar un pasado que quizás le sentía muy presente, por medio de una acertada narrativa detectivesca.
Elena Garro murió el 22 de agosto de 1998 en Cuernavaca.
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