Año 13, número 160.

Esta novela es una de las narraciones más fascinantes de la literatura inglesa, esta historia de amor despierta amor, odio, compasión y desprecio a la vez

Judith Sánchez

¿Quién no se siente atraído por las historias de amor? Al fin y al cabo, es de lo que están hechas las películas, las canciones, los poemas y por supuesto, las novelas. Pero, ¿qué pasa cuando la historia de amor está llena de personajes vengativos, caprichosos, violentos y egoístas? Bueno, pueden ocurrir dos cosas: puedes tener ante ti una lamentable obra cliché llena de estereotipos o puedes encontrarte con una obra maestra que te descubra situaciones seductoras y auténticas.

Esto último es lo que hace Emily Brontë con su novela Cumbres borrascosas (1847). Nos entrega una de las narraciones más fascinantes de la literatura inglesa, una asombrosa y atemporal historia de amor entre Heathcliff y Catherine Earnshaw, dos individuos con fuertes temperamentos y pasiones cuya vida transcurre en el más hostil de los escenarios, un páramo solitario y tormentoso del norte de Inglaterra. Ambos se enfrentan a las injusticias, la violencia y la voluntad que ejercen sobre ellos, a la vez que éstos las perpetúan con sus propias ambiciones y venganzas.

Si hablamos de relaciones tóxicas, término que últimamente se ha popularizado en las redes sociales, la de Heathcliff y Catherine Earnshaw se lleva la palma. El lector no debe esperar encontrarse con una bonita historia de amor, pues la relación entre Heathcliff y Catherine es igual que el título de la novela, borrascosa.

La historia transcurre entre dos propiedades: Cumbres Borrascosas y Granja de los Tordos. La primera es el hogar de la familia Earnshaw y la segunda de los Linton, dos familias cuyas antipatías y amores son tan complicados que dejan en vergüenza a la enemistad entre los Capuleto y los Montesco de Romeo y Julieta.

Heathcliff es un niño gitano que llega a Cumbres con el Sr. Earnshaw luego del viaje que éste hace a Liverpool. Heathcliff no tarda en ganarse el amor y el favoritismo del amo de la casa, a pesar de sus hijos naturales, Hindley y Catherine; mientras en uno despierta el más feroz de los odios, en la segunda encuentra el amor profundo de dos almas que son una. Sin embargo, tras la muerte del Sr. Earnshaw, Heathcliff se ve relegado al servilismo y negado cualquier tipo de educación por el nuevo señor de Cumbres, Hindley Earnshaw. Y aunque la amistad entre Heathcliff y Catherine persiste ante estas nuevas condiciones, la presencia del noble Edgar Linton, el vecino y admirador de la joven que proviene de la Granja, pronto origina el desprecio hacia la condición analfabeta de Heathcliff.

La ambición de Catherine Earnshaw y el amor incipiente de ésta por Edgar Linton no impiden el amor que siente por Heathcliff, sin embargo, sí la hacen aborrecer la bajeza de la condición de Heathcliff y más aún la inclinan a casarse con Edgar. Ante este desprecio y traición, el joven gitano se marcha, causando una crisis emocional en Catherine, que termina casándose con Edgar Linton y mudándose a la Granja. Pocos años después, Heathcliff regresa rico, instruido y decidido a tener su venganza. Y aunque muchas cosas han cambiado, el amor entre éste y Catherine no lo ha hecho.

Sin embargo, la vendetta de Heathcliff ya está en marcha. Así comienza a apoderarse de la propiedad de Hindley, señala a Linton la preferencia de Catherine para Heathcliff y a Catherine la destroza al huir y casarse con la hermana de Linton, Isabella. Esta segunda partida tiene una repercusión más profunda en Catherine, así que el recién casado regresa para encontrarla al borde de la muerte luego de un auténtico episodio de locura. Ante la invariable muerte de Catherine, una nueva generación viene y en ellos continúa Heathcliff su venganza; su propio hijo, el hijo de Hindley, y la hija de Catherine y Linton serán los móviles en los que la efectuará.

Pareciera, pues, según lo que hemos narrado, más una historia de odio, traición y vendetta. Pero el amor está en toda la novela, sólo que expresado por personajes que no dudan en ser perversos. Aún me atrevo a decir, que es este el tipo de amor que persigue Shakespeare en su “Soneto 116”, el de la unión de almas fieles que no cambia al percibir cambio, el que no es juguete del tiempo, sino faro inamovible, el que la muerte de Catherine no da por terminado, sino que permite que su presencia continúe acechando a Heathcliff, el que lo mueve a éste a ser enterrado junto a ella y que sus huesos se confundan, y que sean por fin uno solo igual que sus almas.

La historia de amor de Cumbres borrascosas no es ordinaria, y ello sin duda tiene que ver con sus personajes poco frecuentes en la literatura. A pesar de ser Heathcliff un personaje tan extraño e inusual del que casi no sabemos nada, es él la pieza clave que pone en movimiento la historia de Brontë. Es este gitano el personaje que trastorna la vida de los demás personajes y desencadena en éstos, ya de por sí caprichosos, débiles y violentos, las acciones despiadadas o compasivas de la que nos da cuenta el relato. Y así como son complejos los personajes de Brontë, también son complejos los sentimientos que despiertan en los lectores. No espere, pues, el lector tener sentimientos sencillos y fijos sobre Heathcliff, Catherine o cualquier otro. A estos se les compadece, se les odia, se les desprecia y se les ama de igual manera. Así pues podemos amar a Heathcliff cuando toma en brazos a Catherine, le expresa su amor y la llena de besos antes de su muerte; lo compadecemos cuando llora ante una ventana y le ruega al fantasma de Catherine que vuelva, o cuando Hindley lo desprecia abiertamente con la violencia de sus palabras y sus golpes; lo despreciamos cuando se casa con una mujer que aborrece; y también lo odiamos cuando priva al hijo de Hindley de toda educación como hicieron con él mismo o cuando golpea y secuestra a la hija de Linton.

No se sorprenda el lector, pues, de amar, odiar, compadecer y despreciar a la vez, puesto que lo que hace Emily Brontë es mostrarnos a nosotros mismos como individuos semejantes a sus personajes.

Evidentemente, para la correcta sociedad inglesa, la novela de Brontë resulta un escándalo contra la moral victoriana, que se vanagloria en sus modales y educación. Por ello no tardan en enterrar en el ostracismo a Cumbres borrascosas, con la más rápida de las sepulturas. Nada preparados estaban los lectores de la época para una obra tan revolucionaria, para un paraje tan frío e insólito y para unos personajes tan obscuros. Es una pena que Emily Brontë se haya visto obligada a firmar con un pseudónimo masculino, Ellis Bell, en orden de complacer a la sociedad, así como que haya visto por segunda vez consecutiva el fracaso de una publicación literaria, luego del libro de poemas que publicó en 1846 junto con sus hermanas. Pero aún peor resulta que haya fallecido un año después de la publicación de su novela, en 1848, sin saber que escribió una de las novelas más maravillosas de la historia inglesa, una historia de amor que hoy es un clásico de la literatura.

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