Año 13, número 146.

A través de sus ensayos aprendemos nuevas formas de leer, observar, analizar y pensar

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Gilberto Moreno

Solamente cuando se conocen a fondo las reglas del juego literario es posible romperlas con virtud, de forma tal que este rompimiento se convierta sucesivamente en innovación y en tradición. ¿Para qué anquilosarnos en el árido molde planteamiento-argumentación-conclusión? Mejor ir directo a la yugular pero de forma profesional, sin estridencias, sin anestesia y con precisión de cirujano: ¿qué es un clásico?, ¿qué dificultades se presentan al traducir a Kafka del alemán al inglés?, ¿qué preparación académica se requiere para escribir como William Faulkner?, ¿qué perspectivas o circunstancias amplían los horizontes interpretativos o literarios de un texto? J. M. Coetzee descubre o intuye que estas cuestiones son importantes y minuciosamente desglosa sus implicaciones. A través de sus ensayos aprendemos nuevas formas de leer, observar, analizar y pensar. En sus novelas, Coetzee opera a la inversa: ahí no crea nuevas herramientas de análisis, ahí crea los objetos mismos del análisis; transforma la realidad inasible en objetos literarios, más definidos, más manejables.

      Aun después de muchos años, las imágenes y los análisis no pierden su frescura. En la parte inicial de su ensayo “¿Qué es un clásico?”, Coetzee describe cómo T. S. Elliot dio una conferencia en Londres sobre La Eneida prácticamente ignorando a la Segunda Guerra Mundial, excepto por una frase en la que se quejaba de los obstáculos que la guerra imponía a las actividades culturales. ¿Fue esto arrogancia intelectual?, ¿o la consecuencia lógica de saber que los eventos políticos tienen en el largo plazo una influencia modesta al compararlos con tradiciones culturales de siglos o milenios? Esto es precisamente el punto medular del tema: el clásico sobrevive, el resto es transitorio.

      Una forma de trascender los estereotipos es analizando su consistencia. Es necesario un esfuerzo extra para ver más allá de las preconcepciones heredadas y buscar nuevos senderos para descubrir (o intuir) los finos mecanismos trabajando entre telones o sutilmente sugeridos. Nuestra propia perspectiva obviamente limita las voces y las respuestas que obtenemos al cuestionar un texto. Es el texto mismo quien debe sugerir cuáles son sus lecturas más amplias y fértiles. La obra de Franz Kafka es (y seguirá siendo) importante a pesar de todas las distorsiones que introdujeron Max Brod y sus traductores. Lo mismo puede decirse de cualquier escritor de valor, mancillado y secuestrado por hordas de entusiastas o por esas buenas consciencias que quieren imponer anacrónicamente visiones a modo o políticamente correctas. Ni Mark Twain tuvo el menor empacho en usar libremente la palabra negro, ni Vladimir Nabokov se autocensuró al escribir sobre la relación erótica entre una adolescente y su padrastro. Tampoco Coetzee en sus novelas Waiting for the barbarians y Disgrace censurará o limitará a sus personajes.

Es necesario un esfuerzo extra para ver más allá de las preconcepciones heredadas y buscar nuevos senderos para descubrir (o intuir) los finos mecanismos trabajando entre telones o sutilmente sugeridos. Es lo que este autor hace en sus textos

      No es lo mismo saber que entender. Se puede fácilmente imitar a Perogrullo diciendo lugares comunes y frases hechas. Se puede también ser en extremo innovador; tanto, que se pierda el mensaje de fondo y solo quede el humo de la pirotecnia. Entonces, ¿cómo lograr simultáneamente que un texto sea innovador, abra posibilidades literarias y sea profundo? En el caso concreto de William Faulkner, ¿está el origen de las innovaciones de sus novelas en su formación académica? No, definitivamente no. Sólo hay un criterio irrenunciable para juzgar a Faulkner o a cualquier escritor: su escritura debe tener vitalidad propia y armonizar con la lógica intrínseca del texto mismo. Coetzee analiza la genealogía de las innovaciones faulknerianas y pone el acento en el instinto del escritor que encontró nuevos caminos para el arte de narrar. La imaginación y la intuición de un escritor se gestan en la fragua del oficio literario y no en la inane burocracia académica. Los méritos literarios se ganan o se pierden con lo que se escribe y no por pertenecer a una élite urbana o a un ámbito rural. Faulkner es prueba de ello y por eso intrigó tanto a sus contemporáneos.

      No es lo mismo una fotografía que una película, escuchar una grabación que estar presente en un concierto. Nunca será lo mismo leer una buena novela o un buen ensayo que leer tan solo su resumen. No es lo mismo imaginar que vivir. No es lo mismo leer sobre Coetzee que leer a Coetzee. Estas breves líneas son una invitación entusiasta a la lectura de la obra de este excelente maestro sudafricano-australiano, particularmente sus ensayos, pero también sus novelas. Es imposible leer a Coetzee sin elevar el nivel intelectual de la conversación. Compruébelo usted mismo.