En el curso de Literatura Española Siglo de Oro, los alumnos de la carrera de letras hispánicas deben tener algunos acercamientos a la prosa barroca. Para complementar estas actividades, los estudiantes deben de reescribir los tres primeros capítulos de la novela Vida del buscón don Pablos de Francisco de Quevedo y Villegas. El objetivo es que los noveles literatos conozcan el coloquialismo barroco del siglo XVII español y lo “traduzcan” al mexicano del siglo XXI.

Aquí presentamos el mejor ejercicio de creación literaria que los alumnos entregaron en esta ocasión. Esperamos que, así como hacían gracia dichas aventuras a los lectores madrileños de 1626, ahora a los lectores guzmanenses les sea motivo de regocijo estas aventuras de truhanes y pícaros locales. En su momento, Quevedo, para evitarse problemas con la censura, siempre negó ser autor de esta novela. Hoy las cosas son muy diferentes y tenemos el gusto de mostrar el ingenio de nuestros alumnos a continuación sin temor a ninguna censura.

-Ramón Moreno Rodríguez

Imagen: Sputnik

Onde chismea quién es el Juanillo

Karen Josselin Toro Azpeitia

Ire ñora, yo vengo de allá del barrio de Tepetongo el alto. Mi apá, que Chuy tenga en su gloria, se llamaba Pancho y también vivió desde bien morrito allí. Todo el barrio decía que mi apá era pollero, pero él se encabronaba cuando le decían así, porque decía que él era más chingón, que era un chef de pollos al grill. También corría el chisme de que mi apá era descendiente de una familia ricachona del barrio, pero las generaciones pasadas se fregaron todo el dinero y por eso mi Pancho terminó vendiendo pollos en una esquina. A pesar de eso se casó con mi amá la María Magdalena que vivía en el barrio vecino, era nieta del presidente de la colonia y su jefe era el administrador de la cuadra. Chismes decían que mi amá tenía una familia bien desmadrosa y que por eso se hizo atalaya. Mi amá fue buena pal estudio, tenía varias amiguillas y hasta estuvo en una pandilla. Casi no tenía enemigos, porque a los pocos que llegaba a tener, bajita la mano, mandaba a que los navajearan; además de que mi amá siempre fue una buena mujer, era bondadosa y se le conocía por regalar despensas en diciembre a los del barrio. Cuando se juntó con mi apá, le batalló con las habladurías de que mi apá se robaba pollos de un rancho y que despachaba de menos a la gente en su changarro, mientras mi hermanito el Chuky los distraía preguntándoles si no le daban pa´ un taco. Desgraciadamente al primero que metieron al bote fue al Chuky, pero ni duró mucho allí porque se petatió, por andarse peliando con un machinrrín, por un pedazo de birote duro. Mi apá le chilló un resto, porque se le había morido su mero mero, quien lo ayudaba a distraer gente y robar pollos del rancho del coyote. Mi apá trató de seguir rateándose los pollos por su cuenta, pero lo agarró la chota y se lo llevaron también al bote. Cuando lo treparon, mi apá iba esposado en la parte de atrás de la patrulla y los polis iban a rajadiablos por todos los baches del pueblo y ya se imaginará, doña, cómo iba mi apá, como vaca pal matadero. Al llegar a la penal le pusieron varios macanazos y cuando el palo le atinaba a la maceta, los polis se carcajeaban por el sonido que se escuchaba.

Mi jefa, la mera verdad, era una muy buena mujer. Un día, una doñita que me cuidó cuando estaba morrito, me dijo que todo el que conocía a mi amá quedaba embrujado. La doña me decía casi chillando y con mucho sentimiento: «En sus buenos tiempos ella hacía que muchas fulanas siguieran teniendo chamba y otras hasta hacía que se casaran». En ese entonces yo era un chamaquillo miado que no sabía lo que significaban esos bisnes, por eso siempre tuve a mi Magdita en un pedestal. Mi jefa tenía fama de renovar viejas y de chulearlas. Varias ñoras, morrillas y hasta vatos, le pedían que les pintara las greñas con los tintes esos de cajita, llenos de plomo, o que les pusiera pelucas en las pelonas que tenían por el estrés o la edad. También medio le hacía a la acomodada y blanqueada de dientes, a fajar chamorros y pansas y resaltar chichis. Mi jefecita le hacía a tocho y le decían “la seño de las lipos” o “la renovadora” o “la que te echaba una garrita de tigre” o “doña bruja”, porque naiden sabía cómo le hacía pa’ dejar a las seños como de quince años. Mi madrecita aprovechaba cualquier tipo de chambita que le diera dinero, pa’ todos y pa’ todo ella daba sus servicios. La ñora se carcajeaba cuando escuchaba como le decían por lo que ella hacía en su jale y siempre le daba las gracias a Chuy por lo que le daba.

Mis rucos fueron bien diferentes, al menos mi amá se ganaba lo que comía, pero mi jefe namás sabia robar y medio vender pollos. Gracias a mi apá Dios que yo no salí mal influenciado de ellos. Yo desde morrito tenía bien clarito que tenía que ser un buen morrillo, caballeroso y todo. Mi jefe siempre me decía que podía ser caballero y andar de rata al mismo tiempo. Él estaba terco de que, si uno no era rata, no se podía llevar uno el taco a la boca, decía que todos eran rateros, hasta los polis y los patrones de los cuicos, y que por eso ellos odiaban a la gente como nosotros. Mi Pancho chillaba cada que se acordaba de los tremendos fregadazos que le ponían cada que lo cachaban clavándose algo, porque bien que otros alzados podían andar robando, pero si lo hacía gente como él entonces se los asicataban. Lo bueno que mi apá era bien listillo y se escapó de varias. Cuando era joven siempre rondaba por la capillita del barrio, pero no por ser muy santito y nunca, de las veces que lo agarraban, confesaba, a menos que estuviera solo con el padrecito de la parroquia. Estuvo en el bote por andar asaltando en las calles oscuras, arriesgándose también a que le pusieran un plomazo, namás por sacarles unos cuantos pesos a las gentes que pasaban por allí. Con todo eso y con su changarro de pollos mi apá decía que nos había mantenido lo más mejorcito que había podido. Mi jefa se encabronó y le dijo que ni maiz prieto que había sustentado a nadie, que ella había juido la que había llevado el taco al cantón y que ella había juido la que lo había sacado del tambo, sobornando polis con sus menjurjes y sus milagritos y hasta le dijo bajita la mano de la vez que jue a sacarlo de un jacal donde se le había atorado la pata al querer salir. Esa vez que andaban discutiendo mis viejos los tuve que meter al cantón para no seguir dando espectáculos a medio barrio y les dije que yo quería ser un vato de bien y derecho y que pus, pa’ eso ocupaba que me metieran a la escuela. A mis jefes se les hizo chida la idea, pero igual pitaron porque no estaban convencidos al cien. Después cada uno se jue a hacer sus cosas, mi amá a preparar sus menjurjes y mi apá a pelar los pollos y yo me puse a darle las gracias al todopoderoso porque me dio unos jefecitos re’comprensivos.

karen.toro8890@alumnos.udg.mx

Consulta los 3 capítulos adaptados y los 3 capítulos originales de la obra en el siguiente enlace:

https://drive.google.com/drive/folders/1MIW-ISJri_4pZO13V48QdsejzIFY96Ff?usp=sharing