Año 14, Número 181.

Cada vez que leo un cuento de Borges me suele quedar la sensación de haber atravesado un mundo distinto del que observo todos los días, como si el orbe se hubiera ensanchado sólo por la lectura de aquel texto

Imagen: Eterna Cadencia

Yadeli Contreras

Fue un hombre que amó, sobre todas las cosas, las infinitas palabras escritas en los libros. Se sintió tan fascinado por el contenido de estos objetos legendarios que dedicó su vida entera a la literatura. Jorge Luis Borges fue un hombre culto y elegante que obtuvo el reconocimiento de gran parte del mundo por sus textos. A lo largo de su vida, fue acreedor a un sinfín de premios y homenajes por sus escritos y su labor editorial. Desde la infancia vivió rodeado de intelectuales de los que absorbió conocimiento y valores.

Sus logros son realmente numerosos, sin embargo, él resaltaba uno en especial: haber sido nombrado Director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Esto ocurrió en el año 1955 y aunque él reconocía que ocurrió así por motivos políticos y no por ser acreedor al puesto, la verdad es que era la persona indicada para proteger aquel recinto. Borges narra con alegría este nombramiento y comenta que él deseaba saber el número exacto de volúmenes que contenía y que terminó por redondear en 900,000. Aquel gran número de libros era para él el universo, con bellas palabras nos comparte ese sentimiento: “Yo siempre me había imaginado el paraíso bajo la especie de una biblioteca, otras personas piensan en un jardín, otras personas pueden pensar en un palacio, yo siempre me he imaginado mi paraíso, mi paraíso personal, como una biblioteca”.

Su fascinación por las bibliotecas se puede ver reflejada, principalmente, en uno de los cuentos más maravillosos de Ficciones: “ La biblioteca de babel». En este cuento, la analogía entre la biblioteca y el universo sumerge al lector en una fantasía que le obliga a reflexionar en sí mismo. Cada libro de aquella biblioteca infinita es un individuo cifrado en signos. Como en otros cuentos, el autor utiliza un tono ensayístico que le aporta verosimilitud, pero también misterio a la narración.

Cada vez que leo un cuento de Borges me suele quedar la sensación de haber atravesado un mundo distinto del que observo todos los días, como si el orbe se hubiera ensanchado sólo por la lectura de aquel texto. Me parece una sensación lógica, pues Borges nos habla en sus textos de un mundo esencialmente interior, un mundo que él mismo recreó a partir de sus tan diversas lecturas. Y es que Borges leía igualmente literatura que ciencia o filosofía o teología. Su mayor mérito fue haber sido, como él lo señala, un voraz lector.

Borges tuvo padres igualmente prodigiosos y gracias a ellos desarrolló un gusto profundísimo por la lectura. Su padre soñaba con ser un gran escritor, estudió psicología, pero se preocupó por resguardar valiosos libros que almacenó en aquella biblioteca que Borges recordaría toda su vida. Además, el mismo Borges cuenta que su padre gastaba todo su salario en libros que les regalaba a sus alumnos. La madre, por su parte, también era una mujer culta que leía todos los días. Borges la mencionaba siempre con alegría y contaba cómo le leía con pasión libros que ella ya se sabía de memoria y que le guardaban junto a su cama.

Borges, además, era un hombre curioso, comprometido con el conocimiento. Él buscaba conocer el mundo a través de los signos. Además de español, leía en alemán, francés e inglés y también llegó a escribir en estos idiomas y a traducir. Estudió anglosajón y sabía italiano, griego y latín. Las lenguas y sus orígenes eran temas que le interesaban. En sus textos refleja esa inquietud, descubriéndonos un mundo extraordinario, ese que él habría encontrado en los libros.

Fue un hombre que se quedó ciego a la edad de 55 años y se las ingenió para seguir leyendo y escribiendo. Su ceguera le permitió acceder a la literatura de formas distintas, creó dinámicas como la de contratar lectores y memorizar sus textos hasta contar con alguien a quien dictarlos. Alberto Manguel narra en una entrevista con Benito Taibo su experiencia como lector de Borges, afirma que era toda una aventura servir a tan gran personalidad con una tarea tan esencial para él como la lectura. Su madre y su novia María Kodama fueron importantes en este proceso, ya que leían con él y estudiaban los textos, comentando y haciendo observaciones al respecto.

Nos enseñó a mirar la lectura como una forma de la felicidad, como un acto de libertad. Aún siendo profesor de literatura se negaba a obligar a sus alumnos a leer un texto. Era partidario de la idea de que un libro nunca debe leerse por obligación y de que la literatura es lo suficientemente vasta como para ofrecernos una lectura de nuestro agrado.  

Conocí a Borges gracias a un maestro de la universidad que me obligó a leer “El inmortal”. Digo que me obligó porque debía hacer un ensayo para la clase y tuve que repasarlo unas cuantas veces para analizarlo. Lo sufrí las primeras dos lecturas, después quedé completamente prendada de su imaginación y su hermosa prosa en español. Es un escritor novedoso que utiliza las ideas de la filosofía para crear una atmósfera, un mundo. Es un hombre que escribió centenares de libros, todos ellos excelentes obras literarias y que, sin embargo, se enorgullecía más de sus lecturas, porque sabía que sólo así se forman no sólo los grandes escritores, sino los mejores seres humanos.

Los encuentros de Borges con personalidades célebres son numerosos, pero hay uno que especialmente me emociona: la anécdota de su  encuentro con Juan Rulfo. En su primera visita a México, en 1973, Borges ya era un hombre ciego y comentó el gusto que le daba llegar a un país tan amable, que aunque no pudiera verlo, podía escuchar las palabras amables de la gente. Lo que más me gusta es la parte en la que Borges le dice a Rulfo que su abuelo debió ser Pedro Páramo y termina con una fabulación: “Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala”, y Rulfo le contesta: “Así ya me puedo morir en serio”.

Sin duda alguna, una de las citas de Borges que jamás olvidaré y con la que deseo terminar este artículo es aquella que encontré en el ensayo “Del culto de los libros”, donde dice que “si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros. Por eso conviene mantener el culto del libro, pues todavía conserva algo sagrado, algo divino, no con respeto supersticioso, pero sí con el deseo de encontrar felicidad, de encontrar sabiduría”.

Siempre urdiendo la realidad con esa sutileza poética y tomando las verdades con ironía, Borges creó un estilo único y perfecto que le permitió observar el infinito y darlo a conocer de una forma por demás creativa. Escribió ensayos, cuentos, poemas y artículos, se interesó por la complejidad del tiempo,  por la historia, la ciencia y la literatura. Se dedicó a escribir, dar cátedras en distintas universidades y viajar por el mundo, pero sobre todo, Borges se dedicó a la lectura. En ella encontró, quizá, un bonito sentido para su existencia y también una fuente infinita de luz que ilumina el pasado lejano y el porvenir.

itzelyadeli@gmail.com