Año 14, Número 184.
Amor se escribe sin hache, de Enrique Jardiel Poncela, se encuentra en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación 863.6 JAR 2018
Melisa Munguía
Amor se escribe sin hache (1931) es una carcajada de varias cuartillas a costa de las novelas de amor. Para Enrique Jardiel Poncela, un escritor conocido por su trabajo como dramaturgo y novelista, la única manera de combatir estas novelas que habían sido escritas en serio era escribir una novela en broma. Argumenta que «exactamente igual hizo Cervantes con los libros de caballerías, sin que esto sea osar compararme con Cervantes, pues entre él y yo existen notables diferencias; por ejemplo: yo no estuve en la batalla de Lepanto».
Así pues, el lector se dispone a entrar en el universo —tan erótico como humorístico— de Jardiel Poncela, un universo que está abierto a todo tipo de diálogos absurdos y situaciones casi surrealistas que resignifican la idea del amor, tan de moda en el transcurso de los siglos. Pero no se queda con la crítica hacia el amor nada más, el autor también aprovecha la disposición de sus páginas para tratar asuntos relacionados con la educación, el oficio de la escritura, la familia, la sociedad, la religión y la fe, por mencionar algunos. Y esto es de esperarse, pues el universo de Amor se escribe sin hache funciona como una representación de todos los lugares en los que fue escrita la novela: cafés, fondas, vagones, cine, teatro, campamentos y un sinfín de ejemplos más.
Los espacios en que fue escrita influyen, por supuesto, en sus personajes. Estos, tan increíbles como los acontecimientos que deben presenciar, gozan de las descripciones más específicas que alguien se podría imaginar. Sabemos, por ejemplo, que Elías Pérez Seltz —también conocido como Zambombo—, nuestro personaje principal, es un hombre que tiene dos ojos, dientes blancos e iguales y una nariz aguileña imperial. Conocemos también que Sylvia Brums, una mujer refinada y con un espíritu feroz, funciona sin irregularidades. La historia gira en torno a estos dos personajes, quienes se apoyan de la aparición de Paco Arencibia, el esposo de Sylvia y Fermín, un amigo de Elías. Por medio de diálogos interrumpidos por el sueño o los simples sucesos cotidianos, estos personajes expresan sus ideas y sentimientos sin ningún tipo de filtro, lo que hace de la historia un goce total.
Las intervenciones de sus personajes suelen ser inesperadas. Esta novela nos presenta historias de amor muy distintas a las que conocemos o quizá tan familiares que llegan a atemorizar. Existe, por ejemplo, la historia de una novia que tuvo Elías que estaba obsesionada con las novelas de amor y aprovechaba cada momento de su vida para poner en práctica el conocimiento que tomaba de la ficción. Como esta anécdota vemos otras más, dispuestas en las tres partes que conforman la novela. Todas, además de ser historias de amor inesperadas, también dejan en claro las situaciones absurdas y los momentos incómodos que el ser humano es capaz de soportar por amor, al mismo tiempo que analizan los acontecimientos de forma más o menos objetiva.
Es una novela que te mantiene expectante, que te lleva por caminos que crees conocer, pero te traiciona en el último momento y utiliza la sorpresa como una de tantas herramientas para desarrollar ese humorismo y erotismo mordaz que la caracterizan. Es más que una parodia de las novelas de amor, es prueba de que cualquiera puede experimentar amores fugaces (como Sylvia, quien experimentó la soltería, el matrimonio y la viudez en el transcurso de varias horas).
Cabe mencionar que Enrique busca no incomodar a otros autores o críticos del momento, pues se encarga de escribir el prólogo, una breve autobiografía y las opiniones que espera acerca de su novela. Con todo esto dicho, lo único que queda es leer el libro y comenzar a reír desde la primera página —o la séptima o décima, según la edición—.
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